Cabalgar en esos paisajes a veces es engañoso. Mientras mis manos se movían pasivamente, entre teclado y mouse, me asomé a la ventana y una pared de concreto reflejaba las luces del sol a su manera. Si este pequeño y patético guerrero, fuese un poeta, pensaría que el cielo donde vive es hermoso, mientras que yo me recriminaría por abandonar una realidad… digamos que suficiente.

Dejé al guerrero correr por la praderita, llena de monstruos feítos y jugadores más poderosos, mientras salí a fumar un cigarro y permití que el sol hiciera lo suyo con las vitaminas. Es imposible, pensé, que uno crea en la realidad de ese cielo. Sería como creer que las palabras de un poeta, o de un novelista, dicen la verdad y nada más que la verdad.

Sin embargo, ¿cuántos no creen que Cristo es un extraterrestre o que son protagonistas de Juventud en Éxtasis? Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Hay otros que creen en las lunas de Saturno, o en el seco y maldita planeta de los Fremen. Otros más, creen que la Maga sigue perdida y su perdición rompe los puentes. Otros, todavía viven en el desierto multicolor de Gaograman. Festuerto responde su cuernófono, y un hombre llamado Festuerto le pregunta de otro Festuerto.

A chingá. ¿Somos parientes?

¿Dónde perdí las ansias de ficción?, me pregunté, mientras daba una fumadita al cigarrillo. No están perdidas, tan sólo estan redirigidas a un cielo de múltiples colores y cientos de lunas. Un guerrero, llamado Festuerto, sueña a un hombre que escribe de un guerrero poeta. Ese camino entrelazados de sueños, soñados y soñadores. Hablemos del cielo que se rompe, el hombre escribe, hablemos del hombre que se rompe, el cielo escribe, hablemos de un cielo y un hombre roto escribiendo bajo los pedazos de cielo, escribe un guerrero poeta. Una cadena interminable que se convierte en un trabalenguas agradable.

O desagradable.

¿Hace cuánto que no sueñas, corazón?