Ayer, cuando llegué al Distrito Federal, después de acompañar a mi mujer una semana… llegué a la puerta de la oficina y me di cuenta de una verdad triste e inminente: había olvidado mis llaves en Puebla. Me encogí de hombros y suspiré resignado.
Probablemente podría arreglármelas para no necesitar un juego extra de llaves. Tan sólo debía portarme bien y vivir a tiempos más normales. Salir temprano del trabajo, por ejemplo. Llegar más temprano al trabajo, por ejemplo. Depender de que mi madre estuviera en casa, todas esas cosas. Después, pensé, podría sacarme un juego de llaves extra por si esto volvía a suceder.
Ese lunes, llegué a las 4.30 de la mañana y tuve que llamarle a mi hermano por el celular. En parte porque dejé subiendo un material para uno de esos proyectos de directores mamones que nada les parece, en parte porque se me ocurrió jugar World of Warcraft con los de la oficina y nos metimos a una mazmorra larga y aburrida, que nos duró hasta muy tarde.
Mi hermano salió a abrirme un poco encabronado.
No hay problema, pensé, mañana será uno de esos días donde me levante a las 11 y salga a las 12 para ir a Casting. Nada del otro mundo. Si mi madre estaba en casa, no habría problemas. Tendría portero gratis.
-La jefa se fue a Toluca -me dijo mi hermano.
-¿Cuánto tiempo?
-Una semana.
Asentí.
Bueno, mi tío entonces, siempre sale tardesón de la casa. No habría problemas para que me prestara sus llaves para salir y creía, honestamente, aún cuando sus ojos inyectados de sangre me miraban intensamente, qué mi hermano podría soportar una semanita de llamadas. Además no sería todos los días. Con llevármela uno sí, y otro no, hasta que pudiera ir corriendo a recoger mis llaves, no debía haber ningún problema. Además, había recibido un e-mail de mi mujer diciéndome que estaría mañana en el D.F., una llamadita temprano podría arreglar que ella trajera mis llaves y yo tan sólo haría un espacio en la agenda. Nomás.
Después de haber arreglado algo tan esencial como las llaves de los dos lugares donde el hombre desperdicia las horas de su vida, me fui a dormir. Y como dormí. Me levanté, efectivamente, para hacer una llamada que no entró y seguí durmiendo, pensando–. Ahh, no habrá ningún problema, mi tío seguramente estará aquí –curiosamente, el sueño b que vino después de esa acción entre el sueño a y el despertar, fue uno acerca de la familia. Cachaba que un tío fumaba, cuando en mi vida lo había visto con un cigarrillo en los labios.
Desperté.
No había nadie en la casa.
Suspiré. Llamé a la oficina para platicarles el dilema en el que me encontraba y avisé que estaría conectado por si necesitaban algo. Después, le llamé a mi tío para explicarle mi problema y él me dijo–. Ah, yo salgo de aquí como a la 1. A esa hora te veo –me encogí de hombros. Sólo eran un par de horas. Debía tener cigarros. Tendría que fumar en el baño, pensé, pero ya lo había hecho un par de veces. Nada del otro mundo. Fuman en el baño los que se sienten culpables y yo había olvidado las llaves, así que me pareció justo lo que debía hacer.
Desayuné, busqué mis cigarros y descubrí que los había olvidado en la oficina.
–Si dejé de fumar cuatro meses… bien podría dejar de fumar un par de horas.
Que equivocado estaba.
Cuando dieron las tres de la tarde y mi tío no llegaba, se me ocurrió llamarle de nuevo. El celular entró a buzón. Mis piecitos tamborileaban como pequeño adicto, mientras recibí un mensaje que decía–. Estoy saliendo de una junta. Llego en media hora –Asentí. Recibí, entonces, otra llamada–. Tenemos problemas con un proyecto –Era Juan Carlos–. Tienes que presentarte a una junta a las 5 de la tarde.
El proyecto se había filmado hacía dos semanas. Uno de gobierno. Resulta que nuestro bien amado cliente, además de los comerciales de televisión, sacó unos impresos y spots de radio sin haber firmado contrato para esos medios. ¿Qué es lo peor que puede pasar en esos casos? Bueno, muchas cosas. Es hora de contarles un chismecito.
Hace un tiempo, se filmó un comercial de una bebida alcohólica, donde se quedaron varios modelos que suelen cobrar mucho dinero. Ese día de filmación, no llevaron contratos… lo cual inquietó a esta gente. Finalmente, cuándo llevaron los contratos, ya habían terminado de filmar y los modelos simplemente dijeron–. Nosotros ya no queremos cincuenta mil pesos… no señor, queremos ciento cincuenta mil.
Nadie sabe que pasó exactamente después, pero esos contratos no se firmaron por alguna razón y el comercial salió al aire. Una de las modelos que quería ciento cincuenta mil decidió meter una demanda a la cervecera por dos millones… de dólares. ¿Por qué razón? Porque no había autorización de imagen en ningún lado. Otros dos de los modelos, que tampoco firmaron contrato y se montaron en su burro, decidieron meter la misma demanda.
(Puede que esté exagerando un poquito en las cantidades… Poquito literal).
Parte de mi trabajo es decirle a mi cliente que eso le puede pasar si la caga. Pero este cliente estaba tan ansioso por sacar sus comerciales al aire, que no hubo ningún contrato firmado y las negociaciones se hicieron medio a huevo. Me parecía justo, correcto, muy padre, que hicieran una junta. Servía que así le medía el agua a los camotes. Tomé mi mochila, estuve a punto de salir de casa, cuando recordé que faltaban dos horas y que no tenía las putas llaves.
En eso llamó mi tío y me dijo–. Estoy haciéndote una copia de tus llaves. Llego en media hora. Por favor, pídete unas pizzas en lo que llego.
–¿Me haces un favor?
–¿Cual?
–¿Me traes unos cigarros?
…
Llamé a la pizzería. Me atendieron y me senté otro rato. No podía hacer nada más. Pasaron unos minutos y me trajeron las pizzas. Recordatorio: Vivo en la Ciudad de México. Mis puertas están cerradas con llave. En cuánto llegó el repartidor, le pedí que me esperara un momento y le llamé a mi tío–. Este sí, ya llegó tu comida, pero… tengo un problemita. ¿Cómo recibo las pizzas, si no puedo abrir la puta puerta?
Carcajadas.
–Llego como en media hora, tú no te preocupes.
La situación no me tenía particularmente contento, pero me hacía gracia que alguien más se riera de ella. Después de pagarle al repartidor por una ventana y pedirle que por favor, las dejara frente a la reja de mi departamento, pensé que lo realmente divertido sería que un vecino se las llevara.
Además, no tenía nada que hacer… decidí repartir mi tiempo entre la ventana para ver si llegaba el coche de mi tío y … pues, vigilar las pizzas.
Cuando llegó, se rió un rato de mi y luego me entregó la nueva copia de mis llaves. Las llaves que, ingenuamente, pensaba tendría que sacar en otro momento. Salí corriendo a tomar un taxi para ir a mi junta. Llegué a la productora, pregunté quien estaba, y al ver que ni el cliente de gobierno, ni el productor ejecutivo se encontraban, pues tomé asiento a esperar un poco más. Mi vida es espera, pienso a veces, mientras me consumo en humos de cigarro y contemplar los cielos.
Una hora y media después, pasó la junta que debía pasar. ¿Recuerdan el chismecito que les conté? Aquí hay una variable que no había tomado en consideración. El cliente es gobierno. El productor ejecutivo estuvo platicando un rato conmigo, en los momentos que teníamos a solas, de cómo habían estado sucediendo las cosas durante el proceso de sacar medios que no se habían contemplado. Estábamos básicamente de acuerdo en una cosa: Que estábamos jugando, pues no a ganar, sino a perder lo menos posible.
Cuando hice mis negociaciones acerca de cuánto dinero pediríamos para radio, me redujeron varias veces las cantidades hasta que me aprobaron las que decidieron justas y correctas. Fue agotador, extenuante y … pues, todavía más frustrante que otros clientes. Claro, ¿cuántas personas han demandado al gobierno por dos millones de dólares? Eso es tema para películas, y gringas, además.
Las ventajas… ventajas, debe haber, sí. Finalmente un comercial de gobierno no tiene competencia y que los contratos tendrían una temporalidad bien marcada. ¿Y después? Finalmente soy un mensajero. Un mensajero, que aún cuando para ese momento ya tenía la solución a las llaves de la oficina y el hogar, no tiene llaves para los obstáculos de toda la vida.