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Para mí, el azar es la energía más potente en el universo.
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Recuerdo la historia de dos hermanos gemelos cuyo rey padre estaba muriendo, y no podían ponerse de acuerdo para decidir quien estaría en el trono. Sabin, asqueado de cómo los súbditos se preguntaban quién sería el próximo heredero, expresó su asco porque su padre todavía no estaba en la tumba y ellos no dejaban de hablar de ello. Su hermano, Edgar, un poco más comprensivo de la responsabilidad de llevar un país sobre los hombros, decidió guardar silencio. Sabin habló de la libertad de elección, que él deseaba hacer otras cosas que ser rey, sin embargo, no se atrevía a dejar el país temiendo que su hermano sintiera ese mismo impulso de libertad.
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El hermano lo arregló muy fácilmente. –¿Una vida de libertad, ah? –preguntó él, mientras sacó una moneda–. Dejemos la elección del nuevo heredero al azar–. Edgar buscó en sus bolsillos, y en una de las torres del viejo palacio, los dos hermanos decidieron su destino–. Sin remordimientos, sin reproches, ¿de acuerdo? –Edgar tiró la moneda y se decidió el nuevo rey.
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Si no me equivoco, unos años más tarde, Sabin descubriría que su hermano utilizó una moneda de dos caras y que desde un principio, Edgar decidió que Sabin viviría su vida de libertad, mientras que él se dedicaría a sus máquinas a través de los recursos de su país. Sin embargo, uno de los hermanos utilizó el azar para ilusionar al otro y le regaló un destino falso que pudo hacer realidad.
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¿Puede, entonces, que confundamos el destino con el azar?
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Pon pequeñas golosinas y frutas en una bolsa. Toma la primera que salga cada día. ¿Será posible que el azar nos salve de la diabetes, o nos conducirá irremediablemente a ella? No. Nuestra manita sabe distinguir las golosinas que hay dentro de la bolsa. ¿Cómo dejarlo completamente al azar, si nosotros podemos modificar las circunstancias? Volteamos la bolsa delicadamente y esperamos hasta que salga una deliciosa golosina. ¿Cómo, si la física trabaja para que el objeto con mayor densidad caiga primero? ¿Y si los pliegues de un dulce retrasa la caída, y sale un durazno redondo primero? Nadie lo sabe. Son tantos los factores que influyen, que no podemos medirlos todos. Incluso la complejidad de pensamiento, y la capacidad de ver las cosas como van, hacen mella en el concepto de azar.
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Nuestra actitud frente a circunstancias azarosas modifica el curso de los eventos. La desgracia es una cadena de eventos que trae consigo más desgracias. La víctima del azar negativo se verá forzado a ver las cosas diferentes, si no desea que sus propias desgracias toquen la de otros y arruinen las vidas. Para otras personas, nosotros somos el azar. Nuestras propias reacciones biológicas frente a los temores o accidentes, son el azar.
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No todos los accidentes son evitables. No todas las enfermedades se pueden prevenir. Un golpe de suerte jamás se puede prevenir. Los números de la lotería jamás se pueden pronosticar. El azar lo quiso así.
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Me fascinan los matemáticos que incluyen el azar en sus fórmulas y reducen los riesgos de un accidente a milésimas. Sin embargo, los accidentes todavía existen. Las personas, creadoras y controladoras de riesgos, todavía se rigen por su cuerpo. Es imposible que no exista el azar.
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Despreocuparse por un accidente propio es lo mejor que puede hacer uno. Cuando uno entiende que hay fuerzas todavía mayores, sobre todo, la de otros hombres que desean lo mismo o más que tú, uno descubre una inmensa paz que lo fortalece y le da todavía una mejor perspectiva de las cosas.
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Los creadores de historias tienen una enorme responsabilidad de permitir al azar hacer de las suyas. Los actores en esas historias o los personajes, descubren por azar las reacciones físicas a las motivaciones de su personaje. No todo es controlable. Entre más dificultades encuentren para llegar a un destino, la historia enriquece y se vuelve creíble, aún cuando viven en un mundo fantástico. El creador de historias que se presume dios, encontrará otra persona que lo trate como un pobre campesino. El final no importa. El final es el mismo.
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Cuando el azar es absurdo, se está divirtiendo más que de costumbre. El hombre o mujer obsesionado con la cara absurda y burlona del azar, está olvidando su acostumbrada adustez.
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