Como yo, Alma nunca bebió demasiado. Una cerveza, dos, un tequila de vez en cuándo. Salía con su marido y él se tomaba la mitad de la botella, cinco de la cubeta, no tenía reservas. Él, honestamente, se divertía mucho. Cuando bebía, podía decirle a su mujer todas las palabras cariñosas que se guardaba a temor de ser cursi, o menos hombre, o de esos exagerados mamones que no le dan a sus mujeres espacio.
Ella lo odiaba por eso.
Tan lo odiaba desde hace unos meses, que se acostaba con otros. Uno que pudiera mangonearla a gusto, que le pudiera jalar el cabello mientras se la cogía en cuatro, que le pudiera morder los hombros sin temor a que la descubrieran, que le pudiera nalguear y dejar las nalgas doloridas, y bien cogidas. Si bebiera como él, pensaba Alma, entonces haría lo que hago con los otros en la cama, y no podría esconder ningún secreto.
Mientras tanto, él seguía tomando a su ritmo normal, se iba al baño a despojar la bebida para seguir bebiéndola, más tarde ella manejaba, lo ayudaba a subir, lo desnudaba y lo arropaba. Ella lo miraba mientras dormía y su rostro se iluminaba por la ventana. Secretos que se guardan en el corazón, por ejemplo, sus amantes. O que había matado a su abuelo en defensa propia, hacía algunos años, cuando intentó violarla. Alma le tenía respeto al alcohol, tenía respeto a sus poderes. El alcohol incluso, reveló al verdadero abuelo. -Hay cosas -dice Alma, sin sospechar que rompió una cuarta pared-, que son mejor no disfrutarlas nunca.
Alma sonrió. Nunca desconfíes de una buena sonrisa, decía Dostoievski. La sonrisa de Alma no era buena. La noche que estuvo verdaderamente harta de todos los secretos que había guardado, su rostro estuvo a punto de partirse a la mitad.
Mientras su esposo dormía, se levantó y sobre el buró puso tres cosas: un cuchillo de cocina, una carta de amor y un diario donde confesaba su otra vida sexual. Beber poco siempre le daba verdades a medias. Una chela, podía provocar un fugaz momento de honestidad donde amaba a su marido, deseaba dejarlo o deseaba matarlo igual a su abuelo. -Tanto odio, tantos los días, no puede ser del todo verdadero -suspiró. Buscó una botella de tequila y un caballito. El primer shot sirvió para empujar a la determinación y mientras su marido dormía, plácidamente, roncando su borrachera… ella lo miró una vez más, y después miró los tres objetos sobre el mueble, repasándolos muy lentamente.
-Creo que ya es hora… veremos cual de las tres es la original, mi corazón.