Hace muchos muchos años, en la televisión anunciaban regularmente obras de teatro. Una de esas obras de teatro, que no recuerdo como se llamaba, y presentaba a una gran primera actriz que ya no recuerdo, soltaba la famosa frase: “Entre mujeres podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño”. Cada vez que salía esta mujer, con ese pedazo de frase, las mujeres sonreían ligeramente… una sonrisa retorcida y se les escapaba el inicio de una risa que se ahogaba. Era demasiado para mi mente infantil.
Al pasar de los años, todavía no entiendo qué significa la frase. No dice: “Entre mujeres podríamos despedazarnos”, indicador de que tienen la oportunidad pero no lo hacen. Dice: “Podemos despedazarnos”, como si lo hicieran regularmente ya que tienen el poder y los medios de hacerlo. “Pero jamás nos haremos daño”. ¿Qué? Se despedazan… ¿con palabras? pero jamás se hacen daño… ¿físico? ¿No transgreden ciertos límites? ¿Y las mujeres, por qué solían sonreírse ligeramente cada vez que escuchaban la frase?
Las mujeres… bueno, supongo que tienen sus códigos de conducta mujeriles. Esos códigos que hacen de esa pequeña frase una observación aguda de su condición, y de sus códigos, ¿o una crítica? ¿o es un sarcasmo? ¿una anotación mordaz?
Me encojo de hombros, no sé porque desperté pensando en esto.
Agustín Fest estudió media carrera de Letras Inglesas y media carrera en sistemas. Trabajó diez años en publicidad como director y editor de casting. Hizo un par de comerciales, entre ellos, uno de mayonesa. Ha publicado en varias revistas. Escribe una columna los lunes con el nombre de La escuela de los opiliones. Ganó un concurso de cuento. Publicó Panteón de plumas negras (Pearson, 2017), Dile a tu mamá que se calle (Ficticia, 2013) y Así se acaba el mundo (SM Editorial, 2012). Fondeó un libro de cuentos: Aquí no es el cielo (3demonios, 2017).