Ilustración de Milo Manara

-Somos amigos nada más -sonaba en el radio. Andrés odiaba las cumbias, de verdad las odiaba, pero sus hombros se movían al sonido de las cumbias. Andrés miraba a su compañera y se le contagiaba la sonrisa, se le olvidaban sus prejuicios tontos y se divertía. Andrés todavía tenía que manejar otras cinco horas más, para llegar al pueblo donde el abuelo de su mujer murió. Andrés sabía que el abuelo había impactado profundamente a su mujer, había días donde mágicamente, ella olvidaba la sonrisa contagiosa y una sonrisa melancólica tomaba poder sobre ella. Andrés empezó a cantar en voz alta cuando su mujer volteó y bajó su intensidad, se mordió un labio, era como si llevaran al viejo amargado en el asiento trasero. Andrés recordó la sonrisa melancólica de su esposa, si le dolía un poco, pero no decía nada porque sus ojos eran distintos, era otra parte de su esposa… una parte que no era fácil, que no era común, que decía tantas cosas y ninguna de su absurdo comportamiento mientras estaban en ese coche, era un misterio por resolver, era un laberinto irresoluto que si alguna vez se resolviera, le quitaría el amor que sentía por esa mujer.

Los dos miraron por el retrovisor al mismo tiempo. No, no había nadie.