-Somos amigos nada más -sonaba en el radio. Clara adoraba esa canción y la cantaba a todo volumen en el coche, sonreía y se le iluminaban los ojos. Clara sabía el odio que tenía su compañero a todo lo común, y vago, que rodeaba sus vidas, pero ella lo llevaba de la mano a que se divirtiera. Clara pensó en su abuelo, y aquellos paseos en la plaza para comprar helados, su mirada adusta y su plática monosilábica… no podía recordar una sola palabra de aliento. Clara siguió cantando su cumbia, bajándole un poco el volumen y miró por la ventana como la carretera se plegaba como una película vieja, recordó a su abuelo amargado y lo comparó con su esposo, era cierto que a través de las generaciones se buscaban hombres iguales. Clara, siempre que definía a su abuelo, decía lo mismo-: “Un hombre que me llevaba a comprar helados, de mirada adusta y monosilábico”. ¿Cómo puede ser que lo recuerde con cariño y tenga esta imperiosa necesidad de ir a verlo muerto? Clara miró de reojo a su esposo y en su perfil descubrió al abuelo muerto, apagó el radio, volteó y siguió pensando en el perfil de su marido, se había prometido enamorarse de un hombre distinto, un hombre que se divirtiera y no escondiera las cosas, un hombre que se riera de estupideces, un hombre simple, que no escondiera su amor por los helados y la nieta que lo llevaba por un poco de azúcar…

Los dos miraron por el retrovisor al mismo tiempo. No, no había nadie.