Hay un escritor en particular, cuyo uso de la palabra “piedad” recuerdo vagamente… más remite a aquel momento poderoso en que leí la palabra. Piedad, era la palabra, y Onetti, era el escritor. Recuerdo la lectura de aquel cuento (Tan triste como ella, si no mal recuerdo o mi memoria falla y redibuja conforme escribo esto) que me impactó el adjetivo usado de manera tan precisa para describir a alguien que para mí había sido cruel todo el tiempo. Piedad, piadoso, pío pío, como los pollitos. ¿Cuántas personas conocen que utilicen la palabra de forma tan precisa hoy en día? ¿No se reemplaza con … bueno, compasión o “sé buena onda” o “sé buenito” o “por favor”?
Mis orejas se paran como las de un animalito cuando una persona usa la palabra “piadoso” o incluso “piedad”. Tal vez es tanto tiempo de tratar con extranjeros, o con gente muy superficial, pero esa la tengo como una de mis palabras clave para localizar a alguien que puede ser listo. No se fíen mucho de un servidor, finalmente. ¿Cómo saber si la frase “Al infinito más allá”, no entra dentro de ese código secreto que se encuentra dentro de mi cabeza? Un poco de compasión y entendimiento porque reitero, demasiado tiempo con extranjeros y superficiales, ha reducido la cantidad de vocabulario involucrado en mi vida.
No sólo es la palabra. También es el contexto. Una palabra que entra en el contexto indicado, en el momento preciso, es como descubrir un rompecabezas que nos involucra a todos. A ese universo entero del que se forma nuestro lenguaje, nuestra percepción, nuestro todo. Claro, piedad en el contexto religioso sale sobrando… incluso, esta tan quemado que podemos escuchar como la palabra se prostituye en las manos de una viejita rezando el rosario. Sin embargo… imaginen un ateo, un científico, un artista, un drogadicto, un boxeador, dejando caer la palabra como una suave seda al oído de otro oyente: “Piedad”. No sólo eso, sino que esa palabra nos regale los colores que nos estaban faltando en ese momento de la vida: “Piedad”.
Por piedad.