Las siguientes imágenes nocturnas están relacionas con mi cuate el cerdo que ya está muerto.
- Fotografía nocturna en Insurgentes.
Mi cuate el cerdo me llamó por teléfono y me dijo que tenía boletos para ir a ver el estreno, un jueves a las cero horas en el cine Diana, de Misión Imposible II. Yo, que soy una gran admirador de las curvas de Thandie Newton, acepté acompañar a mi cuate.
Mi cuate el cerdo, quien moriría años después por una encefalopatía debida a lo cirrótico de su hígado, tenía la costumbre de asistir al cine armado con una mustia. La preparación de las mustias consistía en parar en un Oxxo antes de la función, comprar botellas de cocacola de 600 ml, vaciar la mitad y sustituir el líquido con alcohol del más barato.
Para cuando terminaron los cortos y empezó la película ya estábamos moderadamente pedos. Para cuando aparecían los créditos finales, los dos aplaudíamos a rabiar gracias a nuestra percepción deformada por el alcohol barato, que nos hacía creer que habíamos visto un peliculón.
La imagen que más tengo grabada de esa ocasión consiste en mi cuate el cerdo, regando con un vómito muy lechoso, como pulque, una de las jardineras de Reforma.
- Fotografía nocturna en Acapulco.
Mi hermana en sus mocedades se hartó de las restricciones paternas, empeñó anillos, aretes y collares que le habían regalado a lo largo de 15 cumpleaños y se fugó, con una vecina gorda, media semana a Acapulco.
Mis padres se escandalizaron, se encabronaron, y cuando se calmaron, nos mandaron a mí y a mi cuate el cerdo a Acapulco en búsqueda de mi hermana.
Llegamos un sábado en la mañana. A mi cuate el cerdo se le ocurrió que tendríamos más posibilidades de encontrar a las fugadas si nos separábamos. Recuerdo que pasé el día recorriendo la costera, a veces trepado en un camión atestado y a veces caminando, con la lengua de fuera. En un par de ocasiones me encontré a mi cuate el cerdo yendo en dirección contraria.
En la noche, sin haberlas hallado, regresé cansadísimo y frustrado al hotel. Me encontré a mi cuate el cerdo, recién bañado y sentado en la terraza, leyendo los siete periódicos que compraba todos los días, y examinando, con gran atención y deleite, el diseño editorial del periódico local.
Con esa imagen comprendí que era una necedad estar preocupado por mi hermana. Si la encontrábamos bien, si no, ni modo.
- Fotografía nocturna en Cuernavaca
Un viernes en la noche llegué, hambriento, a Cuernavaca a pasar el fin de semana. Se me ocurrió llamar a mi cuate el cerdo para ir a cenar.
Los únicos sitios abiertos a esa hora ofrecían menúes que mi cuate el cerdo consideraba indigeribles. Para él, un hot dog era el pináculo de la gastronomía, sin embargo, se animó a acompañarme por unos tacos al pastor.
Probó uno, se dió cuenta que no podía digerirlo y pidió que el resto de su orden se la pusieran para llevar. Luego caminamos por el centro de Cuernavaca.
Frente al palacio municipal de Cuernavaca nos detuvimos a contemplar a unos que estaban haciendo huelga de hambre. Las mantas y letreros con los que se habían construido un refugio provisional exigían que tanto el gobernador de Morelos como el alcalde de Cuernavaca satisfacieran demandas de las que ya no me acuerdo. El letrero más grande servía para llevar la cuenta de los días que llevaban sin comer. A esa hora los huelguistas, haciendo como que languidecían de hambre, miraban la televisión para entretenerse.
La imagen más notable de esa noche consiste en mi cuate el cerdo, ofreciendo sus tacos al pastor que ya se había hartado de cargar, a los huelguistas, quienes los recibieron con grandes muestras de agradecimiento.