Juguemos. Imaginemos por un instante que el hombre nunca cayó del estado de gracia, que habitamos en el Edén, que Dios aún se pasea por ese jardín y nos habla de tú, como se les habla a los cites; imaginemos pues que andamos desnudos dando saltos por la tierra (eso no se lo imaginen, eeew), jugando con un dragón de comodoro o tal vez con un león. Que los leones y corderos se llevan de a cuartos, que los mosquitos no pican, que la tierra está poblada de criaturitas felices (como las ardillas que solía pintar Bob Ross). Comemos directamente y a nuestro antojo del fruto de los árboles, obviamente árboles perfectos, sin plagas o gusanos saliendo cuando le damos una mordida a algo. Que las manzanas son benignas y que nunca, pero nunca, fueron utilizadas por las brujas (por que para esto las brujas ni existen) con el fin de envenenar princesas. Que la vida fluye en un cántico eterno, los ángeles nos acompañan con sus pequeñas y jotísimas arpas, no hay muerte, no hay dolor; no nos enfermamos, la influenza no existe, tampoco el colesterol.
Nuestros trabajos son simples y felices, cero jefes gritones o largas jornadas de trabajo, nadie nos explota. Nuestro único trabajo es pasear, arar y cosechar. Y nomás por que Dios lo ordenó: multiplicarnos (San Agustín, no el dueño del blog, el santo pues, dice que sí había coito en ese estado, así que hay que seguirle la corriente, nos conviene). Ahora, allí y sin haber conocido la coca-cola, las mac, el facebook, los tacos al pastor y el metro, los días transcurren mientras nos entetenemos en no se qué. Saludamos al vecino cordialmente de beso, no peleamos, no hay guerras, mordidas, corrupción, nadie se enoja nunca, en resumen todo es perfecto y feliz. (Si le cuesta trabajo imaginarlo vea una película de Disney o si ya de plano nada sale, léase un libro de C.C, Sánchez).
Ya pueden dejar de imaginar. ¿Aburrido?, tal vez lo sea, tal vez en el plan divino estaba trazada esta desviación del “plan original”. Pero ¿qué tal si el plan original era que Eva, toda curiosa ella, le hiciera caso a la serpiente y decidiera probar del fruto de árbol de la vida y darle a probar al inocente de Adán?. Si ese era el plan eso implica que el plan era que pelearamos, nos enfermáramos, que nos diera diarrea, que los partos dolieran un chingo, que perdiéramos, constantemente, a los seres queridos. El plan era que sufriéramos harto en este valle de lágrimas, que nos doliera la cabeza, que nos agarraramos del chongo una y otra vez con el prójimo más próximo, que nos quedaramos atorados en el tráfico.
¿Será?. Si es así, parece entonces que Dios (o dios, como gusten) es cruel, sádico, que se divierte con nuestro discurrir, con las penas que nos aquejan día con día. Tal vez eso explique nuestro anhelo, el de volver a ese estado feliz, ahora prometido en un surrealista cielo.
Yo no creo en nada de eso, dudo que la culpa de la caída haya sido de Eva, dudo que Dios haya sido tan inocente como para creer que al poner ese Árbol tan atractivo a la vista el hombre no se vería tentado a probarlo. Puros cuentos. Nadie cayó del “estado de inocencia”. Seguimos siendo inocentes, creyendo que podemos controlar lo que nos rodea, imaginando que ahora sí le pegaremos al melate, que aquel que nos roba los sueños algún día nos mirará con nuevos ojos, que la gente es buena y bien intencionada; es más, seguimos creyendo que somos buenos e incorruptibles, queremos salvar el planeta apachurrando latas de refresco, nos enamoramos y juramos fidelidad eterna, vemos las películas y soñamos con ser Neo o Rocky o Van Damme, soñamos con el día en que la selección nacional dejará de perder y se convierta en campeón mundial. Nos juramos y perjuramos, que es “la última y nos vamos”, que ahora sí nos levantaremos a correr por las mañanas, que ya no diremos groserías, y así ad infinitum.
No señor, nada se perdió en ese supuesto jardín, somos aún todos una bola de inocentes.