He de haber tenido unos seis o siete años. Una tarde como muchas otras frente a la tele viendo el canal 5 (que contradictoriamente aquí en Guadalajara se encontraba en el 9, colaborando muy poco con mis tímidos pero decididos pasos hacia la consolidación de un pensamiento lógico-matemático). Casi al final de la programación de caricaturas pasaban Astroboy, mi favorita si mal no recuerdo. Aunque siempre me consternó la subtrama en la que alguno de los personajes se quejaba (por lo general, hacia la mitad del capítulo) de su naturaleza robótica y su origen (construido desde el duelo de un padre desgarrado por la muerte accidental de su hijo), siempre me pareció muy entretenida la acción y la imagen del famoso robotito.

Sin embargo, la tarde que ahora se me viene a la memoria fue difícil. Muy difícil. Y todo gracias a Astroboy.

Nuestro héroe se encuentra con un adversario tenaz y violento, que a lo largo de varios capítulos se ha encargado sistemáticamente de destruir a la ciudad y aterrorizar a sus pobladores. Astroboy, gallardo como siempre, apenas esbozando una mueca (sea una sonrisa, sea un ligero apretar de quijadas) ha luchado con todos sus recursos para erradicar la amenaza. El monstruo voltea, lo ve a lo lejos en el cielo, y lanza un poderoso golpe al aire que Astroboy esquiva, al tiempo que dispara sus rayos y misiles y todas sus armas. Sin embargo, nuestro héroe es a pilas y es frágil aun en su fuerza. Tras una lucha feroz, empieza a sucumbir ante el enemigo. Golpe a golpe, los remaches se van aflojando, los cables sobresalen a la estructura de fuerte metal y se suceden los cortos circuitos. Un último golpe, vendría a signar su destino.

Estaba…muerto.

Ahí estaba Astroboy, como todo superhéroe caído, yaciendo en un cráter de escombros.

Y además, parecía triste, o adolorido. Estaba herido.

¿Estaba…muerto?

Entran los créditos. En mi asombro, empecé a llorar. Despacito, no quería alarmar a nadie. Trataba de pasar lo más desapercibido posible. ¿Pero y Astroboy? ¿Qué pasó? La mente la tenía revuelta, me dolía el estómago. ¿Es que así terminamos todos: con una mueca que se debate entre el dolor y la tristeza? ¿Abatidos entre escombros? ¿Es que así voy a terminar yo? ¿Yo?

Me levanté del sillón y prendí la luz (me encantaba ver la tele a oscuras). Salí de la sala buscando respuestas, sin tener éxito. Seguía llorando, tenía dudas. Caminé hacia el lavadero, ahí estaba mamá tallando una ropa. No me animé a acercarme más. Creo que me alcanzó a ver y me dijo “¡hola hijo!”, pero no estoy muy seguro. No recuerdo, estaba aterrorizado.

Seguía caminando y alternaba la imagen de un Astroboy muerto con la de todos aquellos a quienes quería: mamá, papá, hermana…abuelita. ¿Tenía que morir ella también?

Subí las escaleras hasta su cuarto. Estaba leyendo. Cuando me vio, me dedicó una sonrisa franca, pero no había notado que yo estaba llorando, porque cuando lo hizo de inmediato se paró de su sillón y buscarme un golpe o algo así. Me llevó hasta su cama, y fue entonces, entre sollozos, cuando di salida a mis dudas.

Mi abuela fue sincera, como sólo ella pudo haberlo sido.

Todos vamos a morir, hijo.

Después de tan cruda exposición inicial, vino el discurso de una abuela cariñosa, que se encargó de poner en correcto orden todos y cada uno de los lugares comunes que se usan para explicarle la muerte a un niño confundido. Ahí estaba Papá Dios, y el reencuentro de las almas, y San Pedo y su gran llavero. Y El Cielo, ese magnífico lugar donde tarde o temprano todos llegaríamos y seríamos felices. Ese Cielo que se parecía mucho al que todos vemos todos los días, azul y esponjoso, pero diferente. Es el lugar a donde, si nos portamos bien, llegaremos como premio tras la muerte. El lugar donde a ella la esperan sus padres y algunos hermanos y hermanas, a donde se había ido el Tío Enrique y algunas otras personas que valían la pena ser recordadas. Parecía un buen lugar ese Cielo del que la abuela hablaba.

Yo seguía teniendo dudas, y la imagen de un Astroboy inanimado tatuada detrás de los ojos. Pero también tenía a mi abuela, a quien todo eso le parecía irrelevante: todo era culpa de esos “muñequitos de la tele”. También tenía al Cielo, todo el Cielo del mundo arriba de mi cabeza para pensar en él por mucho rato.

A los días, Astroboy acabó reviviendo. Finalmente es un robot.

Mi abuela murió el 17 de marzo de 2003. Me gusta pensar que está en El Cielo.

Orión Flores (si, así se llama), es sociólogo y es chabacano. (twitter / blog)