Mirando los reflejos de las personas en el camión esa mañana cálida me preguntaba que pasaría por sus mentes. Si la muchacha tendría mucha prisa por llegar a su trabajo o como la señora estuviera tan de buen humor a pesar de ser lunes. Pero llegó ella y no queriendo pasar de las primeras filas del camión alzó su mano para sujetarse del pasamanos y la ví. Tenía una pulsera con un pentáculo que se unía a un anillo con el mismo símbolo. Era rubia, y si me conoces sabes bien que no me impresionan mucho las rubias, pero ella con su delicada muñeca y largas manos decoradas por tan diabólico accesorio me atrapó en cuanto la vi. Llegando al salón que nos tocaría este semestre toda conversación se volcó sobre lo de rigor “¿qué tal las de nuevo ingreso?” y yo como queriendo marcar territorio inmediatamente mencioné mi encuentro (al menos a lo lejos) con la rubia. Y fuimos a pararnos afuera de los salones de primero como cada semestre desde que entramos a prepa.
Ya ni recuerdo como la conocí en persona o como nos presentaron, pero lo cierto es que hubo atracción entre este morrillo de 16 y esa chica de 15. Nos tentábamos buscando pretextos para vernos como el último cassette de Nirvana o para contarnos sobre el maestro aburrido de matemáticas. Pero un día ella prefirió quedarse conmigo en lugar de ir a un concierto de Caifanes en Tijuana y no podía ser de otra forma, le tuve que pedir permiso de que fuéramos novios. Y vivimos un noviazgo sumamente aburrido. Yo aún no tenía carro así que visitarla fuera del horario de escuela era imposible. Ella tenía amigas y amigos con los que yo no congeniaba así que en fin de semana tampoco. Pero durante los últimos días me enseñó su cuaderno para que viera una adaptación de femenino en primera persona de ‘From the edge of the deep green sea’ de The Cure y agarré la onda. Pero no fue aquí donde le dije adiós.
Después me dí cuenta que yo había sido unas vacaciones de su novio de toda la vida, aquel novio que tienen las chicas que a pesar de que las traten mal, que sea mujeriego y no las respete, irremediablemente regresan a él. Ese con el que están desde hace tanto que ya ni se acuerdan y siempre sabrán que se quedarán con él más por costumbre que por convicción. Y sí, unos meses después supe que se había ido a vivir con él y dejó la escuela. Ya estaba en otra ciudad en la universidad y el contacto que tenía con mis amigos era con correo postal, ese que se firma con puño y letra, donde puedes llegar a oler y sentir el calor de la otra persona en esa hoja de papel. Así que una vez le escribí una carta y sorpresivamente me contestó. Y seguía teniendo contacto con ella por cartas que nos intercambiábamos. Pero el destino me regresó y fuí a verla. Le invité un cigarro como siempre hacía cuando nos veíamos y estábamos platicando de lo lindo cuando me confesó que estaba embarazada. De verdad me mostré contento por ella pero le quité el cigarro, que creo que fue por ello que se molestó más. Aún estaba con su novio (ese de toda la vida) pero me dió a entender que ni en su casa, ni con sus amigos del alma, ni con otra persona más que yo había seguido teniendo contacto. Y me dió gusto, fue una pequeña victoria para mí poder seguir siendo parte de su vida cuando todo mundo le había dado la espalda. Pasó lo que tenía que pasar pues al nacer la niña tuvo problemas con su novio y se fue a vivir con su abuelita, casa donde ya me conocían por las visitas que le daba. Estuvimos saliendo esporádicamente pero nada que hiciera ver que hubiera interés romántico entre ella y yo.
Hasta que un día conoció a una persona. Me dió un gusto enorme por ella, al fin tenía a alguien aparte de su hija que le iluminara el día y sobre todo, quien estuviera al pendiente de ella. No que ella necesitara a alguien, si he conocido a una persona fuerte en la vida es ella, pero saber que estaba llevando una vida lo que se puede llamar “normal”, alejada de los chismes de su familia, de los malos tratos de parejas pasadas y amistades hipócritas, me daba una gran satisfacción. Y así, sin ninguna especie de despedida formal ni nada por el estilo, simplemente se acabaron las llamadas, las cartas y las visitas. Ví complacido que no me necesitaba más.
Epílogo. Años después me estaba casando y por supuesto quería tener a mis mejores amigos en mi boda. Llamé a casa de sus padres (con quienes había recobrado una buena relación desde que conoció a su ahora marido) para saber sobre ella e invitarla. Pero un muy molesto padre me contestó al teléfono “Un viejo amigo ¿eh? mira, no me quiero meter en donde no me llaman, pero no deberías meterte en su vida, además, ¿para que los invitas? si ni van a ir. Vive tu vida y deja vivirla a los demás.” Por meses enteros estuve dándole vueltas a estas palabras tratando de encontrar el fondo de ellas sin éxito. Pero no, no he vuelto a verla más.