Hoy, la perra de mi cuñada, tuvo perritos. Ya sé que es una frase desafortunada, pero es corta y directa al grano. La maldad en la doble interpretación es cosa de cada uno. Mientras estaba durmiendo, ¿y por qué mentir? soñando -de nuevo- con unos labios jugosos y carnosos alrededor de mi -ejem-, acaba de nacer el tercer perro. Mientras dormía, empecé a escuchar el sonido… un gañido particularmente agudo. Moví a mi mujer y la saqué de su sueño, preguntándole–. ¿Escuchas eso?
–¿Es una rata?
Me encogí de hombros. Aunque lo dudaba. Ya sabíamos que la perra estaba preñada, pero dudábamos que fuera a expulsar los cachorros el día de hoy.
La experiencia de nacer, en un perro, es una bastante apestosa. Mientras que los bebés humanos huelen maravillosamente (y yo creo que después de ponerles talco, bañarlos y limpiarlos)… los perros apestan. Miré con las cejas alzadas la bolsa que cubría a los perritos, y a la perra en general. El padre de los cachorros simplemente olisqueaba el piso de un lado a otro, sin obligación alguna. Cuando le expresé, humanamente, que debía estar a un lado de sus hijos… el perro pareció entenderme y se acercó a la perra.
La perra le gruñó.
Asentí lentamente, miré a mi perro y le susurré–. Vete a seguir olisqueando todo, ándale.
El tercero nació muerto. Ya mi mujer me dijo que deberíamos enterrarlo lo más pronto posible… Supongo que sí. Lo tuve en mis manos, y lo vi, gris… lo moví un poco a ver si lograba que se moviera y no pasó. Así pasa cuando uno asume que todos van a nacer vivos. Dijo la veterinaria que es probable que todavía nazcan uno o dos más. Espero que no. La noche no ha sido tranquila, esta noche que se ha convertido en madrugada. Que nazcan los perros…