Era tu piel la que me tocaba.

Abrí los ojos y hallé partes tuyas por todo mi rededor.

Primero sentí tu boca, luego tus piernas, hasta tu barba.

Pero sencillamente, no pude reconocerte.

Guardé silencio -no tenia de otra- y procuré que tu trance del sueño a la vigilia pasara sin sobre saltos mayores, te dejé incorporarte.

Ya una vez consciente pudiste notar tus alturas, tus distancias. Formas, tensión, medidas.

Sonreíste.

Algo, seguramente -me gustaría imaginar- de lo nuestro confortaba tu memoria en esos primeros instantes que acomodan el sueño con la realidad… quizá sólo fue mi cabello enredado en tu frente lo que te hacía cosquillas.

Mientras te estirabas, y con ello dejabas a tu cuerpo saberte, me dedicaste un segundo, el primero desde anoche.

Desencajado buscaste acomodarme en algún lugar entre tu inocencia y el futuro que perdías con cada mililitro de mi sangre entre tus sábanas.

Lo que paso después lo sabrás tu, que lograste, por pedazos, acomodarme en estas bolsas, y sacarme, espero, sin ser visto.

Luna Líquida no es nadie, pero es feliz.