Los últimos minutos de esa junta con los accionistas me parecieron interminables. Bola de muertos de hambre que creen que con su 35% pueden tomar alguna decisión. A estas alturas deberían de saber que en el corporativo, nadie respira si no lo digo yo.
Por eso, cuando el chofer llegó a esa mansión de Condado de Sayavedra me sentí liberado. Las decisiones que marcan el futuro de México se tomarán otro día. Esa noche solo tenía que decidir entre un Pinot Noir o un Chardonnay. Vamos, ni siquiera la manera en que vaciaría mi inflamado pene estaba a discusión.
No, no este lugar no es un puterío. La gente de nuestra clase y nivel social no anda con sexoservidoras, para eso están las artistitas de Televisa. La exclusividad y ocultismo de esta casa es de los secretos mejor guardados del país. En esta mansión se mezclan por igual políticos, empresarios, narcotraficantes y herederos huevones. Todos hombres, todos nos limpiamos el culo con dinero. Al menos, eso creía hasta hoy.
Las reglas son sencillas: 1) No se habla de negocios o política 2) Se entra enmascarado y con pseudónimo 3) No se conoce a nadie. Por supuesto que todos nos conocemos, no existen demasiados millonarios en México. Ningún atuendo, por más elaborado que sea puede esconder el prominente vientre de Slim o de Carsens. Y, a menos que se usen zancos, es imposible ocultar la estatura de un Salinas o un Calderón.
Cuando el chofer abandonó el lugar, ya me encontraba caracterizado del Satánico Dr. Cadillac y mi iphone escupía la letra que define mi nocturna caracterización:
Te sienta bien el sol / te sienta bien ser cool / te sienta bien el mal / te sienta bien ser dios / te sienta bien mentir, y decir que te fuiste yendo de nuestro lugar.
Con el estómago saciado, coñac y puro en mano, la vi venir. Una gran sonrisa se dibujó en mi rostro. Desde que le pateé el culo en la lista Forbes de influyentes al Azcárraguita no me sentía tan feliz. Con un minivestido en plata y unos tacones que le hacían juego, una sonriente Princesa –me indicaron que así había de llamarle- se acercó a mí. Aunque la máscara cubría unos preciosos ojos azules, lo que realmente me tenían hipnotizado eran esas largas y macizas piernas.
Lo repito: este lugar no es un puterío y la administración provee a sus millonarios clientes de las complacencias mas extrañas. Todo se encuentra previa y claramente acordado. Desde sexo con ancianos, mujeres reglando o amamantando, enanos o amputados. Yo soy un hombre de gustos sencillos, lo mío son las piernas. Y no me podía encontrar más complacido.
La Princesita se acercó, le besé la mano y la ayudé a subirse a una mesa baja. –Vale- contestó, con un acento español delicioso. Primero admiré esas largas piernas de diversos ángulos. ¡Cuánta perfección había en ellas! Comencé entonces a recorrer con la yema mis dedos esa piel blanca, desde los tobillos, pasando las fuertes pantorrillas y subiendo a la parte interna y trasera de los muslos. Eran caricias suaves y tiernas, rozando apenas esa maja de piernas desnudas.
Cuando me detuve en la comisura detrás de las rodillas, comencé a dibujar circulitos que le provocaron una tierna risita. -¿Te gusta?- le pregunté. Ella asintió con la cabeza y boca sonriente. Entonces extendí completamente la palma de mis manos para apreciar en su máximo esplendor la firmeza de sus muslos. No se cuantas veces los recorrí, aplicando diferente tipo de presión y ritmo. Al mismo tiempo, miraba sus finos pies calzados en unas estupendas zapatillas y sentía mi erección crecer.
Entonces comencé a besar con desesperación esas piernas, y en el momento que mis labios subieron por la parte interna de sus muslos, el olor a vagina fresca y joven me pegó de golpe. Sin embargo, no caí en la tentación de penetrarla –eso no era parte del acuerdo- y me quedé atrapado un poco más en esos muslos pintados por Goya.
La bragueta de mi pantalón ya no podía contener a mi miembro inflamado, así que lo saqué y comencé a restregarlo contra las piernas de mi Princesa. Ya en la cama, continué con la fricción de mi verga contra esos pilares de mármol. Tan excitado estaba que ni cuenta me di del momento en que cabrona gachupina sacó un vibrador y me lo introdujo sin elegancia por el culo. Por un momento, el macho mexicano que hay en mí protestó, pero fue callado por el placer proporcionado. Por supuesto, no dejé en ningún momento de embárrame contra esas piernas. El orgasmo no tardó en llegar, engalanando con blanco semen esas piernas divinas.
Entonces la princesa me besó en ambas mejillas y se fue. Pagué por un excelente servicio y regresé en avión privado a Monterrey, dejando toda la experiencia para futuras masturbaciones.
En esa misma semana asistí a una aburrida y elegante cena de negocios, para recibir a quien sabe que jodida nobleza europea y demostrarles que en México tenemos la civilización y cultura necesaria para hacer negocios con gente de sangre azul.
La noche transcurría sin contratiempos, hasta que presentaron a los Duques de Lugo y a su hija. Enfundada en un plateado y minúsculo vestido, una jovencita que recién acababa de salir de la adolescencia sonreía. Vi los mismos ojos azules, los mismos tacones, pero sobre todo, vi las mismas piernas que pocos días antes tanto placer me habían proporcionado.
Era ella, no lo dudé ni un segundo.
Por un momento, me quedé sin aliento y sin fuerza en las piernas. No entendía que hacía ella apenas unos días antes en esa casa, dejándose hacer esas cosas. Haciéndome esas cosas. Hablé inmediatamente con el administrador quien, sin reparos me dijo que en esa casa todos pagaban por sus fantasías. Colgué abrumado.
No me fue difícil descubrir cuál era la suya: coger a indios por el culo. No se porqué, pero sospecho que ella pagó más.