Mi nombre es Margueritta. Tengo 37 años. Me gusta cocinar y hacer jogging. Tengo un trabajo de tiempo completo y por esta razón la gente suele tacharme de excéntrica.

Incluso ahora, en “el nuevo siglo de las luces” como algunos le llaman, hay quienes levantan la ceja ante los “tipos raros”. Claro que si nos topamos en la calle, no me colgarían esa etiqueta. Soy atlética, como la mayoría. Castaña, como la mayoría. Diabética, como la mayoría.

Me llamarían excéntrica pero hasta después de saber en qué me gano la vida. Verán, soy una shallr. Es decir, una sirvienta, dama de compañía, asistente… nuestro idioma, el inglés estándar, nunca tuvo una traducción literal y mejor adoptamos la que se usaba en la vieja Tribeca. Sí, para lo que yo hago se necesitan dos: patlol y shallr, amo y sirviente.

Sonia, mi patlol (no me gusta la palabra ama), diseña accesorios y tuvo un hijo a quien no ha vuelto a ver desde que él cumplió los ocho. Desde hace al menos dos generaciones se acostumbra que los hijos se alejen pronto de la madre, o del padre. Pero algunos somos la excepción. Mi padre fue un hombre famoso, con él permanecí mucho más tiempo del que ahora se acostumbra, casi el doble, pero hace varios años murió. No conocí a mi madre, ni tuve hermanos. O al menos, no la busqué a ella para comprobarlo.

Una relación prolongada con mi padre me predestinó para elegir una actividad donde el contacto humano constante fuera necesario. La verdad es que la mayoría de la gente condena a los shallrs al aislamiento, casi al ostracismo si llega a hacerse pública su condición. Pero otros, los menos, los que tienen para pagar nuestros servicios, nos ven como objetos de lujo, de distinción, una extravagancia.

Muchos se preguntan en qué reside el encanto de un shallr, una persona, y no un robot.

Bueno, como es bien sabido, un robot es siempre exacto y agradable. Eterna e inmediatamente disponible. Aprende a reconocer los gestos, los modos de su propietario, sin una palabra. Pero no sorprende. Eso es lo que gente como Sonia busca evitar: la monotonía de la satisfacción inmediata de los deseos, sin errores, a riesgo de obtener dosis variadas de frustración. Así le agregan un poco de pimienta a su vida: el factor humano.

Ella me contrató hace seis meses. Yo acababa de dejar a mi anterior patrol porque él había intentado suicidarse y los médicos decidieron que fuera un robot el que lo cuidara todo el tiempo (y sin margen de error). Me entristeció dejarlo, pero él aceptó porque ya se dio por vencido: no le interesa nada.

Sonia me gusta, es tranquila pero ingeniosa. Aún así, el día que me dijo que ya me consideraba su amiga, yo me irrité con ella porque es mal visto que se mencione cualquier actividad digital en el trabajo sin estar interconectados en Th. Sentí vergüenza de pensar que quizá ya me habría contactado en la red. En Th nadie sabe que soy shallr, mis contactos y amigos no tienen porqué saberlo. Luego Sonia me explicó el arcaico sentido de la palabra y entonces comprendí que parece no importarle lo que soy o lo que ella es. Y miren que a ella sí le cuelgan la etiqueta de “excéntrica” en la calle. Es rubia… y muy gorda. Bueno, no le importaba hasta ayer.

Ayer llegó a casa llorando, sí, ¡llorando! diciendo que Doctor le había diagnosticado problemas cardiacos. Hacía muchos años que yo no veía a alguien llorar. Quizá por eso toqué su mano. Al parecer eso la hizo sentir mejor. Me dijo que nunca había oído el tono “abatido en grado cinco” en la voz robótica de Doctor. Dijo que le pareció extraño. No le comenté nada porque yo sólo he oído el grado dos.

Sonia estuvo callada un rato, aunque le dije que no se preocupara, que yo cuidaría de ella. Me miró y me aseguró que no iba a tomar las drogas que Doctor le recetó. Y que cometería excesos frecuentemente, que yo tendría que reprenderla si quería seguir teniendo trabajo. Con voz chillona dijo: “Sin excesos, sin azúcar, sin calorías, esto no es vida, Margueritta. No sería ya una patlol enferma, sería un robot”.

Luego comenzó a imitar uno y a reírse y yo, sorprendentemente, la seguí en su risa.

Sí, Sonia me gusta. Creo que ella y yo comenzamos a tener lazos fuertes, más allá de nuestros deberes. Y creo que, en el sentido antiguo de la palabra, seremos… somos… amigas.

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MarthaX inició su blog en 2003 con la idea de publicar cuentos de ciencia ficción. Este es el primero que se asume como tal, en momentos en que la ciencia ficción es algo que estará pasando de moda (dejando de ser ficción) en cosa de minutos (días, meses). Después de seis años, comenzar a cumplir su sueño de escribir “seriamente” es algo que le dibuja una sonrisa en el rostro. Gracias, Arboltsef.