Cuando empezamos la preparatoria, la mayoría veníamos de la misma secundaria, todos los demás eran ganado fresco. Era el primer semestre que se abría, así que seguimos siendo los “grandes” y por consiguiente los reyes de la escuela. En los primeros días de clase, Pedro y yo estábamos sentados afuera del portón. Fue cuando las vimos, sentadas en la fuente hojeando una revista y compartiendo los audífonos del Discman.
Una de ellas era chaparrita, de cabello chino y casi pelirroja, la otra era delgada y de cabello oscuro, a los hombros. Después de un breve dialogo acordamos que yo iría sobre la china y Pedro sobre la otra. El Universo se ríe de los planes; pero poco imaginaba yo como se carcajearía en mi cara.
Nos acercamos y con la seguridad que sólo da ser parte del grupo de los “populares” nos paramos frente a ellas; levantaron la vista y dije: “Hola ¿Qué están escuchando?” Fue la de cabello negro la que respondió: “A los Red Hot”. Era el Blood Sugar Sex Magik, aquel disco seminal que marco el inicio de los noventas. Yo adoraba “Under the Bridge” y se lo dije. Luego le pregunte su nombre. Sonriendo, dijo: “Tzolkin”, eso bastó.
Siempre he tenido debilidad por los nombres fuera de lo común; para ese entonces ya había tenido desencuentros con una Keyla, una Izarelli y una Irán. En cuanto escuché su nombre, algo hizo clic y así, sin más, Pedro se dio cuenta de que los planes habían cambiado.
“¿Solkin? ¿Con S?”, “No, con Tz”, “Nunca lo había oído, ¿Qué significa?” “Es maya, significa “Hija del sol”. Ella tenía los ojos un poco rasgados, así que inmediatamente añadí: “del sol naciente”, entendió y nos reímos.
Con Tzolkin viví una de las relaciones mas extrañas, complicadas y desgastantes que he tenido, y muchos años después, es la única con la que aún he logrado un closure del todo. Durante muchísimo tiempo, años, no supe nada de ella; sólo hace poco, gracias a una de esas irreales coincidencias que solo se dan en Internet, alguien me dijo que Tzolkin ahora esta casada, tiene un hijo y da clases de yoga. No importa, esa no es la Tzolkin que aquel día, hace toda una vida, me dijo su nombre con una sonrisa en la boca, sellando con ello nuestra historia.
Aun conservo la única carta que me dio; lo que dice fue importante en su tiempo, pero también fue la única vez, después de aquella primera platica, que se refirió a ella misma como lo hice yo. Fue un guiño a lo que éramos y nunca volvimos a ser. El último.