Daniel Martínez encontrábase en casa abriéndose una cuenta de twitter, algún día, algún año. Llenó los campos que usualmente, todos los adictos a la tecnología llenan: nombre, contraseña, teléfono, dirección, email, etcétera. Unos meses más tarde, esa cuenta la ligaría a su facebook. Registró su nombre como daniel.martinez1880, cuando facebook preguntó si deseaba una dirección personalizada con su nombre. Todas las actualizaciones que hacía en twitter, se mandaban a facebook y así, sus -aproximadamente- cien amigos, veían lo que pasaba con Daniel tanto en uno, como otro lugar.

Dos meses después de ese evento insignificante, Daniel se encontraba caminando a casa después de la escuela. Ese día salió un poco tarde por jugar dominó con los amigos. Una hora, con cuarenta y dos minutos, exáctamente más tarde. No acompañó a su amiga Serena como usualmente hacía, porque Serena no se presentó ese día a la escuela fingiendo una tos de perro ya que no deseaba entregar un trabajo de Historia. De haber ido Serena a la escuela ese día, se habría enterado que el profesor dio una semana más para entregar el trabajo, ya que no era la única huevona, y con sus ojitos pispiretos habría convencido a Daniel para que se fueran justo a la hora de salida.

Daniel hizo su camino habitual, pero una hora, con cuarenta y dos minutos, más tarde mandó un twit desde su teléfono diciendo que extrañaba a Serena, la cual ella leyó con una sonrisa apenas un poco después. Justo en el momento que Daniel doblaba una esquina y miraba como mataban a otro hombre. Un hombre de gallarda postura, y gallardo sombrero, apuntó su pistola al que parecía un empleado de Walmart y disparó. El hombre se subió a un Jaguar negro el cual se fue a toda velocidad. Daniel Martínez miró como el empleado se agarró el estómago, estiró su rostro y le estiró una mano, pidiendo ayuda. Lo único que Daniel pudo hacer fue tomarle una foto con su celular en ese momento.

El empleado de Walmart, coincidentemente —cuando nuestro Daniel miró su tarjeta de identificación, que yacía en el piso… también se llamaba Daniel Martínez. No era un nombre raro. Era raro que estuvieran en la misma ciudad, tal vez. Ese empleado, desde hacía unos meses, no podía pagar las cuentas del hospital de su madre y decidió vender un par de ilegalidades. Lamentablemente, pidió varios préstamos a su nueva gente. Préstamos que habría podido pagar de vender más de lo que pidió. Si le dieron su bolsita con la cantidad que esperaban vender, era porque trabajaba en un lugar donde había una posibilidad infinita de clientes. Pero lo hizo muy mal. Lo malo se paga.

Daniel Martínez, el vivo, se vio reflejado en ese hombre por el nombre. Se vio tan reflejado que antes que llegara la policía, mandó la foto que tomó con el celular a su twitpic y la liga se puso en twitter. La muerte de Daniel Martínez, decía la actualización del siguiente status. No es de todos los días, que uno encontrara a su homónimo muerto, una hora con cincuenta y seis minutos más tarde, después que se decidiera salir de la escuela. Tampoco era de todos los días presenciar el asesinato y verlo morir a detalle, con los espasmos y la pérdida de sangre incluída. Afortunadamente, otro de los peatones que pasaba por ahí, llamó a la policía que tardó dieciseis minutos más tarde en llegar. No le confiscaron el celular, ni la cámara, a Daniel… porque salió corriendo de ahí.

Mientras tanto, Serena actualizó su facebook y en ese momento, vio al hombre que derramó sangre en el estacionamiento de aquel Walmart y vio la tarjeta de identificación manchada, con el nombre de Daniel Martínez. ¿Cómo era posible que el propio Daniel publicara su propia muerte? A no ser que alguien matara a Daniel, y en un humor sádico, decidiera publicarlo. Le provocó extrañeza y a la vez, una gran desolación. Si le gustaba el tipín, como ella lo llamaba. Le gustaba tanto, que le pareció muy poético buscar en el gabinete un frasco de píldoras para poder matarse. Nadie sabe si lo logró, eso no nos interesa demasiado.

Lo que nos interesa es que uno de los cien contactos de Daniel Martínez, tenía fuertes ligas con el proveedor de ilegalidades. Cuando vio la fotografía publicada, a los pocos minutos del hecho en sí… levantó el teléfono y le dijo a su jefe-. Creo que nos chingamos al equivocado… este sigue vivo, y publicando. En un rato más le paso la dirección.

Hay veces que ni tiempo da para arrepentirse.