Final de temporada. Vamos. Que términos tan distintos el uno del otro. Generalmente me gusta la palabra “Fin”, sola… sin más explicaciones. Sin embargo, agregar “temporada”, sólo implica que habrá un nuevo comienzo. No sabemos cuando, pero da esa breve esperanza a que el final no es definitivo.
Me gustan los finales definitivos.
Raras veces, soporto los finales de temporada de las series que me gustan -porque vamos, el final de temporada nos lleva al otro aparato idiota: la televisión-, pero puedo entender su existencia. Una historia que avanza, y tiene personajes que crecen constantemente. Durante sus vidas alcanzarán puntos que los rompen, los quiebran, los definen para un futuro. Las mejores series, sabrán conservar estos nuevos atributos que modificaron el universo de los personajes y las pequeñas conexiones que los atan unos a otros.
Como nosotros…
También tenemos nuestras temporadas: altas y bajitas. A veces nos va bien, a veces ganamos mucho dinero, a veces tenemos una novia excepcional, a veces… sí, sólo a veces, tenemos chance de coger diariamente con una nena o un nene agradable, otras veces tenemos la suerte de comer helado de chocolate todos los días, y de repente esto termina. Ella o él se van, hubo una crisis económica, nos ofrecieron un trabajo en otro lado, nos cambiamos de estado o de país, o simplemente, decidimos romper con todo, quebrar el mundo -nuestro mundo-, esperando que el siguiente sea más interesante o diferente, o lo que siempre quisimos con los sueños.
Se acaba la primavera, el otoño, el invierno, el verano… se confunden, toman distintos lugares. A veces, es otoño en nuestro corazón y el calor de primavera no deja de molestar.
Todos esos detalles, terminan con el verdadero final, el final común que compartimos todos, uno al que no le importan nuestros pequeños deseos.