Se vende país
El abuelo de Rod, le heredó un libro titulado “Instrucciones Precisas”. Nunca hubo una verdadera sintonía con el abuelo. Era un hombre arisco que no escatimaba en palabras para callarlo cuando hacía mucho ruido y constantemente criticaba su forma de vestir. No sólo pasaba con él, pasaba con toda la familia (su hermana, sus muchos primos, sus muchos tíos, su madre, su padre, el repartidor de la pizza, el que entregaba los periódicos, y su carpintero, que más bien fue su amigo y confidente en los últimos días) y se hizo más molesto conforme pasaron los años.
Antes el abuelo era una molestia pasajera, cuando lo iban a visitar a él, y a la abuela, él nada más hacía un breve ruido y un gesto con la mano, y bajaba a su sótano que, algún día de muchas copas, llamó su base de operaciones y luego de una estruendosa carcajada, y un encender de mejillas, prendió un cigarro y se recargó en su asiento como si fuera uno de los hombres más poderosos del mundo.
El abuelo, cuando era joven, viajaba por todo el mundo por su trabajo. A veces llevaba consigo a la abuela.
Rod miró el libro, tan sobrio como el mismo abuelo. Le dio vueltas, lo recorrió rápidamente con la mirada. No parecía interesante. El texto inundaba las páginas y no parecía haber respiros entre un párrafo y otro. No tenía un índice. “Un libro perfecto para no buscar nada, sólo empezar y conservar la breve esperanza de que algún día lo vas a terminar”, pensó Rod. Sin embargo, las páginas estaban numeradas. La tipografía era la misma que la de una Olivetti. Se preguntó si su abuelo habría pasado las incontables noches en el sótano, escribiendo sus “Instrucciones Precisas”, como una broma cruel para el nieto.
Los otros arreglos del testamento, dijo el abogado, serán arreglados en privado con cada uno de ustedes. Pero en palabras de Rodrigo Jirón, todos recibirán lo que merecen. La familia entera se encogió de hombros. Ya lo esperaban. Si acaso, sólo deseaban que alguien les indicara lo que se haría lo casa y esperaban que, al menos, la hubiera dejado a nombre de la abuela, una persona más sensata y cálida, que tendría que escoger entre los hijos para rifarla.
La mayoría miró con curiosidad el libro que se le había entregado a Rod… después de todo, se llamaba “Instrucciones Precisas”, pero cuando este explicó durante la ceremonia que el libro era una broma cruel de su abuelo, después de convencerse que así era, sus familiares asintieron entre envidiosos, confundidos y cansados. Era de esperarse que ese hombre no hiciera una exhibición pública de afecto y si lo había hecho, era una simple molestia, un juego. Maldito abuelo.
El libro permaneció cerrado durante tres meses, encerrado en el escritorio de Rod, en un cajón al que nunca prestaba atención.
Lo abrió un día que se acordó de él. Tuvo un recuerdo agradable, uno de un puñado de porquería y sintió un acceso de consciencia. Probablemente era una guía de vida, pensó, algo que me puede ayudar en decirme quien soy, quien fui, a dónde iré. O una pista de por qué su abuelo se convirtió en el hombre arisco que era, un burlón de la familia y la vida en general, un déspota. Cuando abrió la primera página y vio la dedicatoria: “A Rod. El único granuja que supo decirme cuánto me odiaba”, hizo su primera mueca y avanzó a la siguiente página. Tal vez esto era un error.
“Se vende país”, decía la primera línea, en la primera página, “Busca en cualquier periódico un anuncio que tenga esto en negritas, haz la llamada y di la clave tan pronto te respondan el teléfono: -Truhán-. Vamos, hazlo ahora”.
Rod sonrió interesado, bajó al comedor de su casa y buscó en el periódico abandonado por su padre la sección de anuncios. Hojeó rápidamente entre los de masajistas, profesores, coches usados, etcétera-etcétera, hasta que… curiosamente, encontró el mensaje que buscaba. Se vende país, y un número de teléfono. Ninguna descripción interesante. ¿En qué me estoy metiendo?, se preguntó Rod, si su abuelo había preparado esto y quien sabe con qué intenciones. Sacó su celular, marcó el número y cuando escuchó que respondieron, dijo-. Truhán.
-Vaya, pensamos que tardarías más tiempo en llamar.
La voz era de una mujer que se escuchaba… linda.
-Mi abuelo y sus jueguitos.
-Sí, lo conocí a tu abuelo. Un hombre muy inteligente. Bien, en unos minutos recibirás la llamada del presidente de tu país reconociéndote como el nuevo dueño.
-¿Cómo?
-Felipe Calderón te llamará por teléfono y te dará control absoluto del país. Nuestra organización dará los recursos, Felipe Calderón será uno de tus mensajeros y puedes hacer lo que quieras.
-¿Cómo? -preguntó de nuevo Rod-. Espera, tengo dudas.
-Y yo puedo resolver algunas.
-¿Estás diciendo que tengo control absoluto de mi país? ¿Por qué?
-Porque así lo quiso tu abuelo.
-¿O sea que el país era de mi abuelo?
-Sí.
-¿Cómo lo hizo?
-No lo sé, yo sólo soy una empleada que está a tus órdenes.
-Y Felipe Calderón tiene que hacer lo que yo diga.
-Entre otros.
-¿Yo le pago a Felipe Calderón?
-No. Y no le pagaba tu abuelo. Me pagas a mí. Bueno, tu abuelo me pagó el suelo de los próximos treinta años, más prestaciones. Así que no te preocupes.
-¿Cómo es eso posible?
-Soy una empleada nada más.
-¿Cómo te llamas?
-Dime Lisa.
-Esta bien, Dimelisa.
El silencio en la línea le hizo saber a Rod que su chiste no había funcionado.
-No te creo. El país no es mío.
-¿No te dejó tu abuelo una especie de libro?
-Sí. ¿Cómo lo sabes?
-Me dijo que te lo mencionara en caso que no lo creyeras. También me pidió que te recordara leer el libro si necesitas más instrucciones. Otra cosa, prende tu televisión en cualquier canal nacional.
-Está bien -Rod no obedeció.
-Ahora, pídeme que Calderón de un mensaje a la nación.
-Quiero que Calderón de un mensaje a la nación.
-¿Acerca de qué?
Rod lo pensó bien. No se decidía entre un mensaje estúpido, como pedir que Calderón saludara a su madre, o bien, podía pedir un cambio definitivo en el rumbo del país y ahí vería si realmente le pertenecía. Tamborileó los dedos. El silencio al otro lado del teléfono no le ayudaba a decidir lo que debía hacer. Miró el periódico, por si encontraba algún anuncio interesante que sirviera de apoyo y terminó deteniéndose en la sección deportiva, revisando los números. ¿Podía hacer algo respecto a los deportes? Entre los papeles en la mesa, vio el recibo de Luz y Fuerza. Frunció el ceño.
-Quiero que Calderón de el anuncio que va a deshacer Luz y Fuerza.
-Muy bien. ¿Estás viendo la televisión?
-Sí -respondió Rod, se levantó a prender el televisor y cambió de canal.
Dos minutos después, Calderón interrumpió transmisiones para dar varios avisos. Uno de ellos involucraba la desaparición de Luz y Fuerza.
-No me chingues. ¿De verdad? ¿Y ahora qué va a pasar? -Le preguntó Rod a Lisa.
-No lo sé. Yo sólo soy una empleada. Afortunadamente no pertenezco al SME.
-Hey, hey, pero Calderón dio varios avisos y yo sólo quería lo de Luz y Fuerza.
-Tu abuelo permitía cierta autonomía en el país, pero puedes revisar el libro que te dejó y básicamente, puedes hacer lo que quieras.
Rod colgó el teléfono, repentinamente sintió un vértigo al saberse dueño de todo un país. ¿Qué clase de poder tenía su abuelo para que pudiera hacer algo así? Sintió el poder como un golpe duro de asimilar, tomó asiento como si estuviera cayéndose en un abismo y pensó en el libro… ese libro, que contenía instrucciones precisas. Los deseos más banales hasta los más complejos pasaron por su cabeza como una procesión de imágenes. Puedo hacer lo que quiera, pensó. Puedo hacer lo que quiera y nadie va a detenerme. Acabo de hacer una estupidez que modificó a todo el país, sólo para ver si podía, y nadie me detuvo.
Durante varios días, leyó las noticias con atención, sopesando los resultados de su pequeña proeza y como la gente empezaba a hablar de ello. Los columnistas de toda la nación, los políticos involucrados, los dirigentes del SME, daban cada uno sus discursos basados en un deseo estúpido que tuvo. Sí, estúpido, pero propenso a cambiar el rumbo de una porción de la nación. Recordó a su abuelo, recordó su sonrisa maligna y su pose, cuando se recargaba en su asiento y prendía un cigarro sintiéndose el hombre más poderoso del mundo. No abrió el libro en ese tiempo, y tampoco habló otra vez con Lisa.
Todavía estaba un poco mareado.
Insomnio
Rod pasó varias noches leyendo, dormía por el día y desayunaba en la tarde. A veces, olvidaba dormir o desayunar. Su familia lo dejó en paz, en su habitación, sin preguntarle si le pasaba algo o si necesitaba compañía. El libro del abuelo lo explicaba: “Tan pronto tengas posesión del país, la familia lo entenderá y ellos te dejarán solo”. Intentó hablar con ellos del tema, y que le informaran un poco más del abuelo, pero su padre o su madre lo detenían diciéndole, a veces con amargura, a veces con cansancio, incluso… pensó que con envidia, que “era la voluntad de su abuelo y nada se puede hacer”.
Habló con Lisa por teléfono, pero era inútil, ella sólo pedía instrucciones o carcajeándose le respondía: “Si tú no sabes, menos yo”.
Lo único que podía hacer era dedicarse al libro, y leer, tratar de desentrañar entre toda la maraña de letras, las pretensiones y el origen de una decisión tan absurda. El libro no decía nada de valor, al menos, no las respuestas que Rod estaba buscando. Tenía capítulos enteros que describían como mejorar la economía a diez, veinte y cincuenta años (asumiendo que Rod viviera todo ese tiempo), de como provocar el colapso económico, de como arruinarlo económicamente, de como cambiarlo a una dictadura completa, instrucciones para modificar los libros de historia y convencer a sus habitantes que esa era la verdadera historia. El manejo de las fuerzas gubernamentales y los mercenarios, o guerrillas del narco. Traía un sinfín de cosas, que Rod no habría creído de no haber destruído la LyFC.
Un chamaco destruyéndola… habría dicho el abuelo, y se habría carcajeado en su cara.
Había un capítulo que Rod encontró muy interesante. Lo llamaba “Tierra de nadie”, y describí como convertir el país en escombros. Al final, el abuelo explicaba que el país todavía sería suyo y no habría forma de quitárselo, hasta que llegara el momento donde tuviera que elegir a un heredero. Luego de leer ese capítulo en particular, la ansiedad de Rod se convirtió en un raro estado de consciencia, donde miraba a través de la ventana, mientras tomaba la cerveza y pensaba que era imposible que un sólo hombre tuviera un poder absoluto. ¿Quién le daba el poder? Definitivamente, formaba parte de una jerarquía, era un engrane de un instrumento desconocido.
Sabiendo que no lograría mucho, llamó a Lisa por teléfono y le preguntó quién era el jefe del abuelo. Ella le respondió que no tenía esa información, pero que al menos si sabía quien era su jefe y se volvió a reír, con su voz infantil.
-Escucha Rod, si quieres un consuelo… sé que tu situación es un poco estresante. ¿Por qué no te diviertes? El país es tuyo, haz lo que quieras, vete a pasear donde gustes, nada y nadie te va a tocar, eres el hombre más protegido del país, y podrías dejarme dormir de vez en cuando… eres buen chico, tengo la confianza de darte un consejo porque conocí a tu abuelo y el hombre ni aceptaba consejos, y me habría terminado si insistía mucho con esas ideas. Y no hablemos de que te acabo de mandar a dormir…
-¿Terminarte?
-Mandarme a matar.
-Ah, ya… ¿Y no tendría que mandarte a matar, pues, a través de ti?
-Así es.
-Y tú simplemente podrías escapar, sin obedecer la orden.
Lisa rió-. No, no puedo. Lo más honorable de mi parte sería obedecer la orden. Después de todo, firmé un contrato y lo leí muchas veces, para saber en lo que me estaba metiendo. Además, sé que tengo tres reemplazos. En el momento que yo intentara algo, alguna de ellas se comunicaría contigo para entrar en acción inmediatamente.
-¿Sabes quienes son estos reemplazos?
-No importa si lo sé o no. Puedo investigarlo para ti, si quieres.
-Si supieras quienes son estos tres reemplazos, puedes mandarlas a matar y escapar. ¿No?
-Mis tres reemplazos están escuchando las conversaciones, tienen acceso a la bitácora de sucesos y están igual de preparadas que yo. Es imposible que yo las pueda tocar. El único que decide que hacer, eres tú.
-Verga. Son mamadas… pinche viejo puto de mierda. No explica nada el cabrón y sólo me empujó …
-De verdad Rod, deberías dormir, o dame algo que hacer. Me estoy aburriendo. ¿Por qué no haces lo mismo que tu abuelo? Instrucciones muy pequeñas y disfruta lo que tienes.
-Pero… ¿por qué lo tengo? Es lo que no entiendo. Debo de tener límites, supongo…
-Sí, el país por ejemplo.
-Así es… ¿qué?
-Tus instrucciones se limitan a México, nada más. No puedes pedir nada en Estados Unidos, Canadá, o cualquier otro lugar. Entiendo que hay otros dueños como tú. Por esa razón, tu abuelo viajaba sólo en ocasiones.
-¿Un dueño por país?
-No lo sé. Deberías de terminar ese libro que te dio. Leerlo entero. Al fin que te has comprado todo el tiempo de México… ¿Sabes?
-¿Tienes permiso para comunicarte con dueños de otros países?
-Sí. No lo he hecho, pero tengo autorización. ¿Por qué? No lo sé tampoco. Vamos, sé un chico bueno y dame una orden.
-Dame dinero…
-¿Cuánto quieres?
-Trescientos pesos.
-Mantenerme despierta desde las tres de la mañana por trescientos pesos… En México se dice: chingas a tu madre. Pero soy una dama, y no digo esas cosas.
-¿Trescientos mil pesos?
-Ligeramente mejor. ¿Es todo?
-Sí.
-Buenas noches. O más bien, buenos días.
-Días -dijo Rod, y colgó el teléfono. Regresó al libro buscando información más detallada. Al menos, ahora sabía que había personas como él que podían controlar otros países. Registró el libro con rapidez y encontró una lista de seis personas más y qué “países” les pertenecían. No había nombres, sólo seudónimos. Lo curioso es que todas estas personas tenían más de un país… a veces, el continente entero, mientras que el abuelo (Homúnculo, según el seudónimo), sólo tenía México.
-Hijo de puta… y yo que estaba creyendo que era un chingón… ¿Y sólo tiene México? -Rod gradualmente entendió que formaba parte de un juego.
No soy tu payaso
-No soy tu payaso -respondió el Presidente a la orden.
-Claro que lo eres -le dijo Rod, jugando con el libro del abuelo en las manos, recorriendo las páginas sin buscar en nada particular. Ya llevaba años estudiándolo. En ese tiempo, había dejado que las cosas corrieran de modo normal, pidiendo pequeñas cosas, algo de dinero y estudiando el libro. Sobre todo el estudio. Lisa había resultado una valiosa aliada y cuando Rod empezó a “jugar de manera inteligente”, ella respondió mucho mejor de lo que él creía capaz.
Sabía que no había ser humano en el país que pudiera tocarlo. Mucho menos matarlo. Y aún si alguno de ellos lo intentaba, bastaba con tronar los dedos para que un rayo del cielo cayera y destruyera al hombre que intentara desafiarlo.
También sabía, conforme leyó el libro, que formaba parte de un juego cuyos alcances no reconocía aún, y sólo podía adivinar conforme a la práctica. Restaba descubrir todo lo que la intuición no podía responder: Exactamente, ¿qué era Rod? Porque no pensaba que fuera un humano común y corriente, sin embargo, tampoco podía ser un dios. Un dios no tendría como límite territorial uno o varios países. Si era un extraterrestre, su cuerpo hacía todo lo posible por esconderlo. Si había un juego de por medio, debía haber un árbitro, debía haber espectadores, debía haber una serie de reglas que nadie se había molestado en enseñarle aún. Necesitaba saber por qué.
Así que decidió hacer lo único que pensó podría darle respuestas: Ganarse los otros territorios.
Si lograba conquistar los otros territorios, entonces… alguien tendría que bajar del cielo, o aparecer de algún infierno, y felicitarlo. ¿No eran así los juegos? ¿Los deportes… humanos? Juegos divinales, cuyo premio es la verdad al final del camino. Sonreía cada vez que agregaba “humanos” a sus pensamientos. Poco a poco, Rod pensaba en sí mismo como una especie de ser omnipotente, aún cuando distaba mucho de serlo.
-No puedo hacer eso… habrá consecuencias… internacionalmente hablando.
-Puedo tronar los dedos hasta que venga un presidente que obedezca. Si obedeces, y no rechistas una vez más, serás bien recompensado.
El silencio que siguió a sus padres después de recibir el libro se solucionó unos días después, cuando Rod descubrió que estaban intentando matarlo. Lo estaban envenenando, primero con dosis pequeñas, hasta que llegaron a utilizar dosis ridículas y que ya no se molestaban en esconder. Para Rod aún es un misterio que el veneno no funcionara en su cuerpo.
Un día, su padre no soportó más y trató de acuchillarlo. Instantáneamente, un rayo cayó del cielo y lo evaporó. No sólo eso: el cuchillo tocó a Rod y no pasó nada. Negó por completo la acción de su padre. Su madre rompió en lágrimas, mientras que Rod llamó a Lisa para que hiciera los arreglos. Esperaba que algo así sucediera y entendió todas aquellas miradas recelosas, envidiosas, que se posaron sobre él en el funeral. Había reglas naturales que lo protegían, o tal vez, reglas de azar. Su abuelo no explicaba esto en el libro, sólo pequeñas cositas… por ejemplo: No intentes nada estúpido, al final eres humano. Su madre simplemente, le susurró que era una aberración y él prefirió abandonar la casa al día siguiente.
Preparó una cuenta de banco y una casa de retiro para su madre. Era lo menos que podía hacer.
Sabía que esta inmunidad sobrenatural lo abandonaría tan pronto él entrara en territorio ajeno. Eso, al menos, estaba explicado en el libro y de ahí supuso que la regla hacía tan difícil que “los otros” tomaran el territorio. La red de comunicación, en su caso, Lisa, avisaría tan pronto el oponente entrara en el país y viceversa. Lisa tenía la obligación de comunicar al asistente del dueño de otro país si Rod entraba en este. El entrar al país de otro, era pedir la muerte y regalar el juego. Pero había una oportunidad.
-Pido protección, y necesito saber si la conclusión de esto involucra que yo pierda mi puesto. En ese caso, me gustaría que me remuneraras… mucho, de ser posible.
-Lo haré. Te daré una fortuna que no te la gastarás en esta vida.
-Obviamente, ya tengo mucho dinero… pero… quiero saber si cuento con el suficiente para protegerme… después de esto, será imposible que mi vida no peligre. No importa cuanto dinero tenga.
-Claro que tu vida peligrará, pero no te preocupes… Te cuidaré bien -dijo Rod, prendió un cigarro, de la forma que hacía el abuelo y fumó. Alzó las piernas en un escritorio, la oficina estaba a oscuras, a través de la ventana, se podía ver la noche. La torre latinoamericana sobresalía entre algunos edificios. Fue cuando entendió, que muy dentro de sí, siempre aspiró al caos.
-Esta bien. Entonces seguiré el curso de acción. Buenas noches, mi familia me espera para cenar. Tal vez sea nuestra última cena tranquila.
-Provechito -dijo Rod, y colgó el teléfono. Se fumó el cigarro en silencio. Pensó en llamar al Presidente y pedirle que le contara un chiste, sólo para demostrar que sí era su payaso, pero contuvo las ganas. Quedaba todavía mucho por planear. El inicio, exigía rendir el país temporalmente y no tendría influencia sobre nadie, más que algunos grupos muy reducidos. El control de estos grupos sería vital como un escudo, y para mantener el flujo de información activo. Sólo podría depender de su … supuesta inmortalidad, para que no lo mataran en medio del caos.
Vivir de otra forma sería aburrido, pensó Rod, aún a tiempo de negarlo todo y con el poder que le dieron, esta parecía la única forma de no aburrirse. No aburrirse, era la idea central. Eso, y buscar respuestas, pensó otra voz en su cabeza. Encontrar respuestas que posiblemente su abuelo, ni siquiera se había molestado en buscar y por eso no estaban escritas. Era muy probable que eso estuviera buscando él cuando le cedió el control, alguien que tuviera el valor de hacerlo.
Levantó el teléfono, llamó a Lisa y le dio la instrucción-: Es hora de empezar Lisa. Hagamos que México sea Tierra de Nadie.
-…está bien Rod… por si acaso, fue un placer trabajar contigo.
Teoría y práctica
La Tierra de Nadie es señalada como el cuerpo de una vil enfermedad y su hedor es como el respiro del cáncer… La Tierra de Nadie bajo la nieve, es como el rostro de la luna: caótico, lleno de cráteres, inhabitable, terrible, la casa de la locura – Wilfred Owen.
En teoría, la Tierra de Nadie es cuando un pedazo de Tierra se queda sin gobierno y la nación se sumerge a la anarquía. Ese momento, es cuando otros países tratan de tomar la tierra, sin embargo… los habitantes que se han quedado sin nación, sin creencias, sin héroes… pelean por obtener el control y la violencia sube cada día. Rod empezó obligando la guerra entre varios grupos de narcotraficantes, y permitiendo la entrada de guerrillas de otros países. Ordenó a uno de estos grupos que estallara una bomba en Los Pinos, otro en el Congreso de la Unión, y varias bombas pequeñas en diversas plazas y parques del país. Todo en un espacio de una semana. La última actuación del Presidente de la nación, como tal, fue aparecer en la televisión y dar un soporífero discurso acerca de los terribles actos, las pobres víctimas, y finalmente, declarar a México como: “Tierra de Nadie”, un lugar anárquico, sin gobierno, y cuyo destino estaba a manos de Dios.
Rod se carcajeó… Dios.
La práctica, no le permitió carcajearse tanto. Aún cuando tenía control de ciertos grupos. Nacían nuevos cada día, y no podía darse el tiempo para presentarse y controlarlos. Primero la Ciudad de México, después otras ciudades como Juárez, San Luis Potosí, Michoacán y Morelia sucumbieron al desastre. No había hogar que estuviera seguro. Rod ladraba órdenes por el teléfono, constantemente, para que otros estados cayeran en la misma situación. Lisa no durmió varios días, así como Rod no se despegó del teléfono. Después cayeron Querétaro, Aguascalientes, Tampico y Monterrey. Pronto en todas las casas, era necesario que alguien tuviera un arma. Dejaron de funcionar las televisoras, y las telecomunicaciones. Rod se había previsto usando un teléfono satelital para hablar con Lisa.
-Rod, necesito dormir… no seas así -dijo Lisa, un día, ya muy cansada.
-Pues querías trabajar, ¿no? Ahora te chingas. Atención, todo debe ser preciso. Si no puedes, dime para que uno de tus reemplazos tome tu lugar en lo que descansas, porque te necesito despierta.
-No te preocupes Rod. Haré lo mejor.
-No espero menos.
Rod apenas dormía. Usaba su poder para saltar entre varios grupos que tomaban zonas de la ciudad, de cada estado, de donde fuera. No viajaba solo, siempre traía un grupo de escoltas. Pasaron varios días, varios meses, de carreteras, jeeps, camiones. De esconderse en haciendas, en ranchos secuestrados, en varios departamentos, en casas de interés social. No dejaba el libro, tenía la concentración en un punto fijo: Necesitaba seguir, necesitaba dar más órdenes, necesitaba destruír al país.
El caos, obviamente, lo llevó al extremo en el uso de su poder del rayo. Trataron de traicionarlo varias veces. Homúnculo Junior, tronó mucho los dedos en ese tiempo, aún cuando el poder se activaba automáticamente cuando alguien intentaba matarlo. Sin embargo, Rod descubrió una limitación en su poder cuando cuatro personas trataron de hacerlo a la vez. Los rayos, al parecer, eran controlados por alguien que, como él, disfrutaba los accidentes. No siempre se activaban de inmediato. Un par de veces, sintió que de verdad iba a perder la vida.
-Lisa… ¿Ya?
-No, aún no hay respuesta Rod. Otra vez tengo que mudarme de locación. Es peligroso.
-Está bien. No tardes en comunicarte como la vez pasada, por favor.
-Sí, Rod. Lo prometo.
Rod era un chamaco. Había medido consecuencias, y había planeado que habría problemas en ejercer el poder. Pero una cosa era la teoría que se formó en su cabecita, y otra muy distinta la práctica, que lo obligaba a mantenerse despierto durante días, corrió como nunca, comió muy mal como para ser un dios y muchas veces tenía que jugar con los recursos para obtener favores. Aún cuando todavía tenía el poder, aún cuando el país le pertenecía, las variables eran demasiado caóticas y disparatadas para tenerlas en su cabeza. Soñaba con su abuelo en las noches, riéndose de él, constantemente, mientras se le escapaba el humo del cigarro por las fosas nasales, por los espacios entre los dientes. UN CHINGO DE SUERTE, se decía así mismo, antes de dormir y al despertar, TENGO UN CHINGO DE SUERTE.
Quedarse sin Lisa era un problema. Ella era quien le daba la noción de seguridad. Si pedía un helicoptero, ella podía mandárselo. Si necesitaba una puta, Lisa también se la conseguía. Tardaba, por la bonita situación en que se habían metido, pero lo conseguía. Ella era el enlace para controlar a los grupos. Hubo situaciones donde se quedó sin el apoyo de sus grupos de confianza, y tenía que recurrir a Lisa para presentarse al grupo local como de dueño absoluto de México. Hacerlo a la mala, era entrar a la base y matar gente, hasta que ellos se rindieran ante él como lo que era. Lisa también era necesaria para que Rod mantuviera la cordura, para hablar con alguien que entendiera lo que estaba pasando, ella era el receptor de sus pensamientos en voz alta y le permitía pensar con claridad. Cuando ella se tenía que mudar de locación… podía pasar mucho tiempo, y el único consuelo que tenía, era el libro viejo del abuelo que le ayudaba a seguir estudiando posibilidades, números, situaciones. El libro lo mantenía fresco para que no perdiera el sentido de su empresa… y también lo enloquecía.
Lo que más valoraba de Lisa, eran sus chistecitos. Su voz dulzona, su coquetería innata. Rod tenía que repetirse que no había tiempo para enamorarse y lo que necesitaba, era encontrar la raíz del juego.
-Hey Rod… es Lisa de nuevo. Ya tengo un lugar de nuevo. Espero que este dure más que el anterior.
-Menos mal -dijo Rod, tenía los ojos enrojecidos. Pensaba colgarle el teléfono y dormir.
-Tengo noticias.
-¿Buenas?
-Creo que sí. Piedra y Mano de Oro ya entraron a México. Al parecer, se pusieron de acuerdo.
Rod contaba con eso. Piedra estaba en los países del norte que eran suyos. Mano de Oro estaba en los países sur. Se habían puesto de acuerdo para que no tratara de matar a los dos al mismo tiempo. No sabía como enfrentarlos aún, pero ya había hecho la primera parte que era meterlos en el territorio. Lo que seguía, si no se equivocaba, es que ellos tratarían de anexar los territorios, poco a poco. La ventaja que Rod tenía, la única ventaja, es que el país todavía era suyo. Hasta que no hubiera una enciclopedia de leyes que le quitaran los terrenos, estaba en condiciones de pelear.
-Ah que caray, muy buenas noticias… yo que deseaba dormir esta noche. A trabajar, Lisa… a trabajar. Tenemos que encontrar a estos dos cabrones.
-¿Rod?
-¿Qué?
-Vete a dormir un rato, yo me encargo.
Rod sonrió, colgó el teléfono y terminó durmiendo en el asiento trasero de una vieja camioneta, en medio de la nada.
Libros que cambiaron mi vida
Rod recargó el mentón sobre su mano, en la otra, apenas sostenía el libro del abuelo. Un tanto más débil, o más cansado, y podría caerse. Pero eso no estaba destinado a pasar. Todo el camino que había recorrido, haría que sostuviera ese libro con fuerza y en ningún universo, ninguna variante posible, donde Rod existía y estaba sentado en ese trono, era posible que lo dejara caer. No era exactamente un trono, era un asiento de comando. Alguien se acercó entre las sombras que había a sus espaldas, una mano oscura se posó en su hombro y lo apretó, no se sabía si era para reconfortarlo o empujarlo a seguir el camino. Rod sonrió. Frente a él, la Tierra se sostenía y continuaba girando orgullosa. Estaba a 960 kilómetros. La atmósfera de la Tierra… hace unos días la había abandonado.
Años antes, Rod despertó en medio de un lote baldío, dentro de un jeep. La noche anterior recibió una noticia de Lisa: “Piedra y Mano de Oro ya estan en nuestro territorio”. Cuando despertó y recordó eso, sonrió satisfecho, buscó una moneda en su bolsillo y echó un volado. La moneda decidió que el primero en morir sería Mano de Oro. Antes de sacar el teléfono satelital y comunicarse con Lisa, ya había un grupo de guerrilleros con la instrucción de llevarlo. Dejó el jeep, se metió a una de las camionetas de los guerrilleros, y ansioso, movió esa moneda entre sus dedos, durante las dieciseis horas que duró el viaje.
-¿Qué crees que esto signifique? -preguntó Rod, mirando a la Tierra. Se levantó del asiento de comando y caminó por una larga sala, que no tenía nada más que el asiento, ventanas que demostraban la inmensidad del espacio y un mueble que sostenía un libro. Caminó a ese mueble, dejó “Instrucciones Precisas” del abuelo y después levantó el otro. La portada contenía símbolos aparentemente incomprensibles-. ¿Sabías qué este libro se llama “Instrucciones Precisas”, como el de mi abuelo?
-Rod… esto es mucho para mi -dijo Lisa-. Esto es… mucho. ¿Por qué me trajiste aquí?
-Te sigo necesitando, ¿por qué más si no?
-Rod… esto me sobrepasa.
-Eres el único ser humano sobre la tierra que puede estar conmigo en este momento, y si esto te sobrepasa, imagina si arrastro a alguien más aquí. Te necesito Lisa.
Lisa se acercó a Rod y cuando miraba los símbolos de la portada, había algo en su mente que se anulaba. No podía verlo durante mucho tiempo sin sentir que su cordura podía destruirse. Apartó la mirada del libro y miró la Tierra, a través de la ventana. Eso es algo que conocía. De lejos, pero lo conocía. Estuvo en esa nave espacial durante dos semanas junto a Rod. En ese tiempo, él se quedó observando la portada de ese libro como lo haría un obseso. La nave, por dentro, simplemente se reacomodaba a los deseos o necesidades de sus habitantes. Ofrecía habitaciones que eran cómodas para Lisa: salas, cocinas, jardines. Lisa, aún cuando podía avanzar de cuarto en cuarto y encontrarse con la sala de la abuela, el jardín donde pasó su niñez o su habitación de su primer departamento como mujer independiente, no podía quitarse de la cabeza que era una intrusa. Estaba en la casa de un dios, y no quería estar ahí para que este apareciera, la excomulgara y la mandara derechito al infierno.
Pero la nave sabía. Presentía la ansiedad mental de Lisa, y la relajaba. Continuamente la analizaba para tenerla contenta y bajar su guardia. Ambas sabían que era cuestión de tiempo antes que se acostumbrara y perdiera su realidad humana. Lisa pasó varios días en la cocina, mirando como Rod lo hacía con el libro, uno de los cuchillos para picar verduras.
El encuentro entre Rod (Homúnculo Junior) y Mano de Oro, se dio en Ciudad del Carmen. El libro del abuelo, decía que si dos Dueños se encontraban, se anularían los poderes y tendrían que luchar entre ellos a mano limpia. La gente alrededor no podrían entrar al círculo de batalla, si no querían ser despedazados por los rayos “divinos”.
Mano de Oro era un hombre grande, robusto, de unos cuarenta años, pelo corto y rapado como militar. Rod lo interrumpió en el momento que trataba de hacer negociaciones con el grupo guerrillero más fuerte para que este tomara control del territorio y anexarlo a Guatemala. También se encontraban diplomáticos, escoltas, y un pequeño ejército. Rod los vigiló unos días antes de dar la orden de entrada. Llevaba un grupo pequeño, sólo para detener aquello que no podía ver, lo demás lo manejó tronando los dedos y despedazando a la gente alrededor de Mano de Oro. Esta pequeña guerra duró un par de horas, hasta que ambos hombres quedaron frente a frente.
Rod tuvo miedo cuando Mano de Oro se acercó y su sombra pareció envolverlo. Tenía un rostro duro y serio. Sus manos eran grandes, y se veían fuertes, como para destruir el cráneo de un niño con un poco de presión.
-¿Dónde está Homúnculo?
-Murió. Soy el nuevo Dueño.
-Ah, ya veo -dijo Mano de Oro, despectivamente. Su voz grave no ayudaba a que Rod recuperara la confianza. Un círculo de luz delimitó el espacio de la pelea. Mano de Oro volteó a su alrededor para reconocer la presencia del círculo.
-Hace años que no peleo con otro Dueño. Hace muchos años. Homúnculo era como tú, no tenía un físico para pelear. Por eso todo lo hacía aquí -dijo el Dueño, y señaló su sien-. Eres como él. Delgado, débil, ansioso, cínico… crees que lo mereces, crees que puedes llegar con esa sonrisa y tu mente mal educada a donde quieras. Te voy a enseñar niño.
-¿Conociste a mi abuelo? ¿Peleaste con él?
-Hace muchos años, nos vimos en la frontera para hacer negocios. Debieras saber que las peleas entre Dueños sólo permiten un ganador. Debo reconocerlo: Tienes el valor para pelear. Pero no eres inteligente… eso a tu abuelo le sobraba. Era un hombre muy inteligente. Aquí se terminará esto.
Rod leyó el libro antes de pelear y sabía las reglas. Tenía que matar a Mano de Oro o sacarlo del círculo. También sabía de las negociaciones. Si gastaba el tiempo en charlar y preguntar, era para darle una imagen a Mano de Oro. Si todo salía bien, esa imagen le permitiría ganar la pelea. Pero ahora que estaba ahí… Mano de Oro extendió ambos brazos y se acercó a Rod, en pasos lentos y calmados. No había más tiempo para charlas, ni para juegos elocuentes. Rod apenas podía verle los ojos sin sentir temor. Ese hombre lo trituraría. Fue un estúpido al creer que podía ganarle a otro Dueño, alguien que tenía años planeando, entrenando su cuerpo, controlando las vidas de millones de personas.
Rod lo esquivó por la derecha, pero sintió que lo tomaban del brazo y le doblaban el cuerpo. Escuchó el sonido de sus huesos y coyunturas. Se arrodilló y Mano de Oro le puso el pie sobre la espalda, para mantenerlo doblegado.
-Pobrecito guerrero -dijo Mano de Oro, y Rod tragó tierra.
-El libro me responde. Estos símbolos son un código, sólo si los observas puedes descifrarlos. Requiere mucho tiempo traducir el lenguaje de quien lo haya escrito. Fueron semanas observando la portada para descubrirlo. Por un momento pensé que me volvería loco…
-He tenido la misma sensación, Rod -dijo Lisa-. Sólo que no tengo la voluntad para … verlo. No puedo. Se borra si lo intento. No puedo verlo… Rod… ¿no tienes todo ya? ¿No tienes todo lo que un hombre puede desear? Regresemos Rod. Terminemos aquí el camino… vámonos al juego que ya conocemos, por favor. La nave… la nave me quiere aquí, hace lo posible por arrastrarme a esto y yo siento que debo negarme, que todavía puedo decir no.
Rod abrió el segundo libro, Instrucciones Precisas, en una página al azar. Descubrió con agrado que ya reconocía algunas palabras, pero tenía que seguir mirándolo. Lisa se pasó una mano por la cara y se mordió el labio inferior. Hizo lo mejor que podía hacer… servir a Rod, seguirlo en el juego, demostrarle que podía estar a su altura. Iba a una cocina y hacía un café, preparaba un pan con mermelada, le dejaba un chocolate caliente, o tomaba asiento y se ponía a leer cualquier libro en el mundo para dejarlo solo. Podía ver cualquier programa televisivo que deseara o escuchar cualquier album musical que se le antojara en cualquiera de las habitaciones. La nave lo anticipaba, como ella lo hizo con Rod en algún momento.
Empezó a llevar el cuchillo consigo. Quería estar protegida, en caso de que alguna cosa monstruosa se les apareciera. Caminaba los pasillos y cuando apenas se acostumbraba a su oscuridad, y pensaba que algo terrible se le aparecería al final, las luces se encendían y sus temores se veían disipados como si fuesen algo ridículo. De cualquier manera, todavía tenía el cuchillo en las manos. Parecía que la nave confabulaba con todo para hacerle entender que su arma era una protección necia. Caminó a la habitación donde Rod estaba leyendo el libro y se recargó en una de las paredes, sólo para observarlo. Empuñaba el cuchillo con fuerza. Entendió, gradualmente, que ese cuchillo era la decisión más importante de su vida.
Rod sacó un pequeño espejo de su bolsillo con su mano libre y aprovechando la luz del círculo, cegó por un momento a Mano de Oro. Jaló su brazo prisionero, se arrastró con el cuerpo adolorido y trató de levantarse. Cuando ya estaba más o menos en pie, vio que Mano de Oro se frotaba la cara y empezaba a reírse como un perro. En un sólo ataque Rod sentía que ya estaba perdido, y su risa, su maldita risa no ofrecía ningún apoyo.
-No es tan importante, ¿sabes? Tenerlo todo. No lo es -dijo Mano de Oro-. La verdad es que estoy cansado muchacho. No puedes ganar esta batalla, y estoy aquí porque necesito saber que pretendes. Hiciste algo para traernos a dos Dueños a tu territorio. No te costó mucho trabajo. Eres igual de inteligente que tu abuelo.
Mano de Oro dejó caer su mano y miró gravemente a Rod.
-Quiero saber qué pasa si soy el único.
-Es imposible. No puedes ganar el mío. Ve como estás arrastrándote, como tienes el brazo molido, ¿y quieres seguir peleando? Te ofrezco algo: Dejemos de luchar, dame el territorio, delimita aquí la frontera y todo regresará a la normalidad.
-No entiendes… es imposible regresar. Quiero saber a dónde estamos yendo y por qué. Necesito saber qué somos, o quienes somos. Necesito saber ¿qué estamos jugando?
Mano de Oro se acercó a Rod, y aún cuando este intentó luchar, lo levantó del cuello de manera muy sencilla, con un sólo brazo. Después, lo dejó caer contra el piso y volvió a carcajearse. Rod sentía que estaba a punto de desmayarse cuando escuchó la risa del hombre otra vez.
-Pídelo. Dí que me darás esta parte del territorio. Dilo ahora.
-No puedo… necesito llegar al final.
-Entonces te permitiré llegar al final, muchacho. Estoy cansado, todos los otros Dueños estamos cansados, igual que tu viejo. Llevamos en esto más de cinco décadas, y nuestros padres o abuelos antes que nosotros. Sin embargo, no llegarás sin sufrimiento. No puedes llegar si no te duelen los huesos, o te rompemos la boca, te partimos un brazo o te cortamos los huevos. ¿Entiendes?
Rod se sentó en el piso, sorprendido miraba a Mano de Oro.
-Todos los dueños pactamos un acuerdo, porque igual que tú… necesitamos saber en qué estamos y la única manera de hacerlo, de lograr que alguien conozca la verdad, es si llegas allá. Pero no puedes llegar sin antes sufrir un poco. Tenemos un papel que jugar.
-No entiendo… -dijo Rod.
Mano de Oro sonrió, caminó a Rod, lo levantó y lo desempolvó. Después le dio un puñetazo en el rostro que lo aventó unos cuantos metros más. Rod levantó la cabeza, y con los ojos entrecerrados, la boca llena de tierra y el brazo definitivamente roto, miró como Mano de Oro caminó fuera del círculo y la luz se lo tragó. Rod se desmayó. Cuando despertó, por primera vez conoció el rostro de Lisa, quien esperaba a que Rod despertara en el hospital de pemex, en Ciudad del Carmen.
Lisa recordó que todos los otros dueños cumplieron su promesa a través de los años, después de diversas guerras y Rod abusaba de su inteligencia, de su cuerpo, de su necesidad por saber para atraerlos a él, y a su sed de conocimiento. Piedra dijo que no deseaba que ningún descendiente suyo tuviera poder. Los otros tres, Grumos, Sangre Artificial y Cerebro Estático (como se hacían llamar) daban excusas similares. Eran igual de viejos que Mano de Oro, o que Homúnculo (entre los cuarenta y sesenta años). Cedieron sus territorios no sin antes maltratar a Rod, exigirle el sacrificio del cuerpo, de la mente, de mancillar su espíritu. Lisa estuvo ahí, y era Lisa quien empezó a derramar lágrimas por esas personas que aún cuando lo tenían todo, no deseaban nada ya. Llevaban tantos años en el juego que lograron ponerse de acuerdo para salir del atolladero, el enorme empate que cambiaba ligeramente con los años, sin ofrecer respuestas a los enigmas.
¿Quién y por qué?
Con la muerte de Cerebro Estático, el dueño de Asia y un pedazo de África… Rod se convirtió automáticamente en el dueño del mundo. Lisa todavía recuerda la llamada que hizo Rod, donde gritaba extasiado que lo había conseguido, que era hora de buscar respuestas reales y en la mitad de sus balbuceos, se cortó la comunicación. Rod había desaparecido del planeta. Durante meses lo esperó y mientras tanto, ella… ella y su liderazgo, con un puñado de personas, las asistentes de los otros Dueños, mantenían el mundo como la humanidad lo conocía. Sólo México estaba jodido más allá de todo reconocimiento, pensaba Lisa, ¿pero cuándo México no está jodido? No fue difícil instaurar un nuevo gobierno y solicitar ayuda humanitaria. Tampoco lo fue pagarle a los grupos de guerrillas para que cesaran actividades y destruir los otros pocos, que aún deseaban una anarquía, la revolución total. No fue fácil sentar las bases de un nuevo inicio, ya lo demás dependía de… pues, ¿quién?
En esos meses, Lisa entendió el sacrificio de los Dueños. Pretendían que Rod comprendiera que su camino no sólo llevaba la sangre de los inferiores, sino de los iguales. Que esa sangre podía ser su sangre. El sacrificio era un recordatorio para que Rod buscara la verdad, lo que había detrás del espejo, las reglas de un juego extraño y cruel. Rod se comunicó con Lisa eventualmente-. Mañana cuando despiertes, ya no estarás en la Tierra.
-¿A qué te refieres que ya no estaré en la Tierra?
-Eso que te estoy diciendo, muñeca. Deja instrucciones a tus asistentes. Te necesito conmigo.
Al día siguiente, Lisa despertó en su habitación, pero las ventanas enseñaban una imagen de la Tierra, flotando. Estaba a 960 kilómetros de su verdadero departamento.
Lisa no entendía que estaba buscando Rod. No era lo mismo el coqueteo a través del teléfono y asistirlo en algo que conocía, a estar encerrada en una nave donde su jefe sólo despertaba de su sopor, de esa observación aguda, para musitar una serie de barbaridades e incoherencias. El cuchillo estaba ahí para recordar el sacrificio que Rod estaba ignorando. ¿La nave lo impediría? No lo sabía, porque la nave parecía estar llevando a que Lisa lo hiciera. Lisa, clávale el cuchillo. Lisa, ve las caricaturas y después, puedes matar a Rod. Lisa, sigue leyendo Madame Bovary, y después, puedes meterle el cuchillo a Rod por la oreja y empujarlo. Al fin que no está aquí… el Rod que conociste ya tiene tiempo que se fue.
Y a la vez se negaba. No podía creer que habían ganado el juego sólo para llegar a una nave espacial que contenía un libro y se adaptaba para ser lo mismo que en la Tierra. No podía permitir que la desesperación la llevara a cometer un acto cuya justicia era dudosa, porque no existía ninguna autoridad que le dijera si eso estaba bien, o estaba mal. Mientras Rod pasaba sus noches leyendo el nuevo Instrucciones Precisas, ella simplemente lo miraba y trataba de entender que debía hacer. Ahhh, pero esa respuesta… esa respuesta era tan borrosa como la portada del libro que no comprendía.
-Lisa… ya entiendo algunas cosas, acércate a escuchar.
Lisa se acercó a Rod, y le puso una mano en el hombro. En la otra empuñaba el cuchillo.
-Te lo voy a explicar una vez, Lisa… porque esto es difícil. Muy difícil. Tengo que elegir a diez Dueños para que manejen la Tierra.
-¿Qué?
-Cállate y escúchame mujer. Es el inicio apenas. El libro detalla la cantidad de recursos naturales, la capacidad intelectual de sus habitantes, el ritmo evolutivo… es un manual completo. Detalla muchas otras cosas más, pero necesitaría leerlo más tiempo. Lisa… llevamos muchos años sin una persona aquí, que nos esté dirigiendo. ¿Sabías eso? Por eso se entregaron… porque necesitaban un dirigente. Su sacrificio… Dios… esto aún no termina… tenemos tanto por hacer. Ya lo sospechaba, este es el segundo nivel… hay muchos más… debe haberlos. ¿Cuántos planetas y galaxias? ¿Cuántos universos? ¿Y si llegamos al final, quién nos espera ahí?
Rod se echó a llorar. Entre sus lloriqueos, balbuceó-: No puedo hacerlo solo… de verdad te necesito… si pienso llegar al final te necesito…
Lisa en ese instante miró la eternidad y en esa eternidad, miró su respuesta. No podía llorar como Rod. No en ese momento crucial, como otros tantos, donde él la había necesitado. Era sólo un niño después de todo. Ya habían pasado años, pero seguía siendo un niño.
-Espera cariño… ya veremos como lo resuelvo. Tranquilo. Necesitas descansar, y yo también debo hacerlo -dijo Lisa-. Hemos tenido unos días terribles, ¿sabes? Tengo un cuchillo en mis manos, y con eso pensaba…
-Tienes que hacerlo -chilló Rod-, si quieres que nos detengamos, debes hacerlo… No puedo con más, no hoy, ya no más… Te lo he estado pidiendo a través de la nave. Lo he estado sugiriendo… Es mi culpa. Necesito que lo hagas, pero no lo has hecho… te has resistido… no puedo dejar de leerlo, no puedo dejar de saber más y llegar… desearlo, desear el siguiente…
-¿Qué? ¿Matarte? Sí. Tal vez deba hacerlo, pero soy una empleada cariño. Sólo eso. Dame órdenes concretas. No me dejes las decisiones horribles.
-Lisa… no me voy a detener.
-Sé que no. Yo tampoco lo haré, no lo haré hasta que… nos acabemos mutuamente. Tú tratando de llegar al final, y yo resolverlo todo para que estés ahí. Dame instrucciones, las instrucciones precisas… y juntos llegaremos al final de todo esto.