Vaya, vaya… Ya son 28 años. Cuando tenía 18, pensaba que 28 estaba bien para morirse, nada de envejecer más, ni llegar a los achaques físicos, ni a las canas, ni las presiones sociales como el matrimonio, vivir una navidad cada año y tantas cosas que parecen tontas cuando tienes 18. El tiempo te cambia, si te dejas. Hace unos años escribía de Cecilia, escribía de mi abuela, del extrañamiento, del abandono de mi hermano, era más insistente con mi padre y tenía serios problemas cada vez que leía un texto literario.

Me enfrascaba durante horas, como un ciclo continuo y profundo, en cada uno de estos pensamientos y buscaba desesperadamente las ramas, las semillas, las hojas, ¿a dónde me llevarían las buenas y malas decisiones que tomé? Con los años sólo parecía que mi neurosis se haría más intensa. Incluí luego los números: cuánta gente vive en la ciudad, en el país, en el mundo, cuánto se desperdicia, cuánto se gana, ¿de verdad eso ganan los músicos de regalías? contaba el número de cigarrillos, de coca colas, de cervezas, de mujeres, de espermas desperdiciados involuntariamente en la masturbación, de espermas sublimados sobre la piel de una mujer, en su garganta, entre sus nalgas. Escribía un sinfín de tonterías. Contaba la cantidad de gente que editaba, los días que no vi a cierta persona, el número de palabras escrito diariamente, el número de faltas ortográficas y gramaticales. El número de malas contestaciones, de sonrisas culeras, de regaños evitables.

Tengo un problema con los números. Me encantan. Me encanta llevar las cuentas. Suelo llevar cuentas hasta que me canso (dos meses, tres meses, una semana, tres días), y después regreso. Esos son los únicos archivos que pierdo, y que vuelvo a hacer. Archivos que sumas, sacan promedios, las medias de datos inútiles de mi vida. Hay un sitio que te permite elaborar esas cuentas inútiles en internet. No recuerdo como se llama. Abrí una cuenta ahí y se me olvidó. De repente, tuve la necesidad de contar los pasos, de caminar para que estos se acumularan. De todas mis cuentas, esta es la que más me ha gustado. Siempre me ha gustado caminar y contar estos pasos, sacar estadísticas, hacer números inútiles e inservibles para esta actividad, me ha llevado a otro lugar. Otro estado mental.

Hoy, mientras caminaba, sentí una especie de euforia.

Además de que estrené el regalo que me hizo Sol, me dejé llevar por la caminata. Todo un Walking Dude sonriente, sin pensar en nada más que el camino al frente. El momento eufórico fue casi al final de la caminata. Mi cuerpo reaccionó de una manera extraña, como si hubiera descubierto que no necesita los números para sentirse satisfecho. El espíritu del adolescente enojado y frustrado, supongo, se amalgamó con el del hombre. Una experiencia extraña y curiosa. Intensa. Un supersticioso piensa que esto es una señal. Que este año número 28, será uno de los mejores en toda su vida.