Los sábados, como todos los días, el día se diluye lentamente en las calles de Cholula. En mis caminatas, acostumbro ver a los estudiantes de la UDLA paseando en grupos, descubriendo un mundo diferente, un mundo independiente al de sus padres.
Los otros, los cholultecas, caminan con su piel morena o lo hacen en bicicleta, ignorando las monstruosas construcciones (autopistas, puentes, túneles, vías extintas) que manchan sus calles de avance y progreso. “Bienvenidos a Cholula, Ciudad Milenaria”. Algunas veces, pienso, esta ciudad milenaria es un contraste terrible entre el pasado y el futuro. Cicatrices que los jóvenes limpian con sus antros, sus coches, su séquito de otros jóvenes similares, corriendo a toda velocidad por las calles. Y en las mañanas, los que aún practican un oficio atraviesan los fraccionamientos en búsqueda… ¿de qué?
En el D.F., estaba seguro que al caminar las calles, los rostros que me encontrara serían uno de millones que casualmente pasaban por ahí. Cruzamos caminos, dudo que lo volvamos a hacer. Oh, lo hicimos de nuevo, ¿cual es la probabilidad? Y la tercera, ¿a la tercera qué debemos hacer, pequeño extraño?; Encontrar un rostro conocido significaba un breve movimiento de cabeza, tal vez alzar la mano, y saludar casualmente. Incluso en la Unidad donde vivía, era posible ignorarse en paz. El saludo es una cordialidad opcional. Cada quien se encierra en su minúsculo universo, a puertas cerradas, y permite su propio clima, su propio acomodo del mundo, sus propios problemas y ya.
En Cholula, una persona recientemente me dijo–: Buenas tardes, güero –y me sonrió–.
–Buenas tardes –respondí. Una mujer en sus cuarenta, que salía de su casa y subía a su automóvil. No la recordaba de veces anteriores. Generalmente, cuando salgo a caminar, llevo los audífonos y el ipod en alguno de los bolsillos. ¿Acaso ese pequeño accidente le permitió saludarme? ¿O lo había hecho antes, sin que llevara el ipod aislándome del mundo? ¿Fue un encuentro casual, no me había visto antes, pero acostumbra a saludar a los extraños, los supuestos vecinos, a su marido? ¿O me había visto pasear con el perro en su calle, fuera de su casa, y casualmente tuvo el atrevimiento?
Mis caminatas me llevan a reconocer los rostros de la zona. Me ayudan a identificar el nuevo lugar donde vivo.