Después te acostumbras. Mi primer autobús fue uno con dirección a Tampico. 14 horas, metido en un sillón, donde al menos ocho me dediqué a ver la oscuridad, las refinerías, los campos abiertos, las paredes rocosas. Otros sentidos registran el autobús en sí: los ronquidos, los olores del sopor y el sueño, la música bajita del conductor. Es interesante después como el conductor se detiene algunas veces para tomarse un café, platicar con otros conductores, hacer el cambio. Le da un giro. Luego de ese primer autobús no pensaba que mi vida se regiría eventualmente a ir a la estación, comprar el boleto, y esperar una cantidad variable de tiempo, antes de ver a la mujer que sería mi esposa o regresar a las responsabilidades de la ciudad que era la mía.
La ruta que conozco de memoria, es la de Chilangoland – Puebla. También conozco sus variantes: la más común es la de central Tapo, las otras salen de la central norte y del sur. Alguna vez pensé en investigar las otras terminales, aquellas que están en Neza o Cárcel, sólo para cambiar un poco la rutina. Sin embargo, se quedó como un proyecto personal y después de seis o siete años de viajes (casi todos los fines de semana), no lo concreté. Viajé en los tres tipos de autobuses: guajolotero, “primera” y ejecutivo. Conocí las mañas de los taxistas de las centrales, y como evitar que te cobraran lo que quisieran. Platiqué muy pocas veces con algunos compañeros de viaje, a otros los ignoré con el ipod, y en contadas ocasiones, el asiento a mi lado quedaba vacío, así que alzaba las piernas y trataba de dormir.
La primera experiencia, me hizo pensar que era una de esas personas que jamás duermen en los autobuses… eventualmente descubrí que es posible. Sólo se necesita práctica.
Esos viajes me trajeron a otros autobuses: una vez al año, procuraba viajar a Guadalajara para ver a los amigos que todavía me esperan allá. Traté de hacer esta una sana costumbre. Varios años estuve metido en autobuses de Taxco (ida y vuelta) para comprar plata. Hay varios autobuses más que me llevaron a Villahermosa (y uno de ellos, ahí, me llevó a Ciudad del Carmen). Viajé, también, a otros ayuntamientos pequeños… una vez para ver a una vieja amiga, otra vez, sólo porque deseaba perderme un poco… ya que después de tantas estaciones y autobuses, se te quita ese pequeño miedo de salir de casa, y tan sólo quieres ver otras cosas, que te prepara la rutina de otro lado.
Si hubiera llevado un registro de todas las horas que pasé en una terminal… tal vez me llevaría una sorpresa, y terminaría por preguntarme qué aprendí de ese lugar especial: El lugar donde esperas la transición de un lugar a otro, que bien, hasta podría ser un espacio místico donde dejas parte de ti para aceptar otras cosas.
Cada vez que pienso en la terminal, pienso en una mujer en especial. Recientemente la vi en uno de los pocos viajes que he hecho, y que probablemente, ya no vuelva a hacer. La mujer que corta los boletos de la mañana y desea a los pasajeros un buen viaje. Sonríe cuando puede. Otras veces sólo permanece seria. Las primeras veces, me pareció que tenía un brillo en la mirada y que sonreía más de lo habitual. Aquella vez, la noté más apagada de lo usual y eso me transportó a mis últimos años de viaje (Chilangoland, Puebla) e hice memoria. Sí, los últimos viajes la noté gastada, simplemente no había pensado en ella. La observé durante varios minutos, con sus manos inquietas y sus ojos opacos.
Luego se me ocurrió: Tal vez pensaba que si subiera a uno de esos camiones… su vida podría cambiar. Tal vez pensaba en robarse uno de los boletos, e irse a cualquier otro lugar. ¿No sueña con eso, todo aquel que visita las estaciones (y los aeropuertos)? Son dos cosas: irse a otro lugar, no regresar y ver que pasa (la aventura de mi vida, papá); la otra es mirar a los que esperan e inventar historias para matar el tedio. Perdí eso con tantos viajes y cuando la vi, me sorprendí maquinando los posibles caminos que la llevaron a ese cambio drástico. ¿Y si sólo fuera la edad? La edad, en el mismo lugar, la misma gente, la misma sonrisa, los mismos boletos, el mismo corte, los mismos horarios.
Sí. De repente no sabes cuánto dejas abandonado en las estaciones… pero todo lo que te llevas, bien vale la pena.