No quisiera hablar de eso, después de todo… no me pasó. Sin embargo lo tengo en la cabeza: Ayer, Ana fue asaltada por tres hombres. No entraré en detalles porque no los conozco y lo poco que escucho, hace un ruído insoportable. Sólo sé que fue duro. Aún con la diferencia de circunstancias que la llevaron a ese lugar, no evito regresarme a aquella noche donde tres tipos armados nos quitaron las cosas a mí y a mi hermano. “Ya valió verga, carnal, ya valió verga”, se la pasaba repitiendo uno de ellos. La Ciudad. Ese lodazal de porquería que esconde las ratas y esta a punto de hundirse en un río de mierda. Cada vez es más difícil entrar, las autopistas se caen, las zonas se inundan. No me sorprendería que un día desapareciera de la tierra y en una suerte bíblica, se llevara consigo a los pecadores, sus falso ídolos y los corruptos. ¿Y los justos? ¿Los buenos recuerdos? No todo puede ser malo… después de todo, es mi lugar de origen, el contenedor de mis primeros amores, mis primeros días de sol, mi abandono de la infancia y la adolescencia. ¿Acaso existe una balanza de justicia? Son accidentes… y como todos los accidentes, existen precauciones: Si hubiera notado que nos estaban siguiendo, habría tomado otro camino, o habría tomado una pausa para no irme en aquella esquina. Si Ana hubiera notado que la esperaban, nada habría sucedido. Pero es imposible… es imposible voltear todo el tiempo a tus espaldas. Es imposible evitar que caos haga de las suyas. Tal vez evité más accidentes de los que tuve en el lodazal, pero, eventualmente, alguien te muerde el tobillo y te arrastra al fango, te ahoga y no sabes cuánto, pero tardarás en levantarte.