Temo el día que se me acaben las palabras. En que, de verdad, haya gastado todo ese vertiente de letras y me quede como un garrafón vacío. No importa si son buenas o malas letras, lo que importa es que me utilizaron para manifestarse. Si estas palabras fueran agua, algo deben estar alimentando. ¿Qué será? ¿Qué tal si eso soy? Soy un garrafón en un set de grabación (ni siquiera de filmación), y los actores, y los trabajadores, y los productores, y los extras, se terminan el agua y después la despojan. Soy agua, soy riñones y soy orina. Bonito destino del manifiesto. ¿Qué tal si soy una lluvia pequeña? De esas pequeñas, que sólo joden a la gente que esperaba un día soleado y cuando salen a la calle: el efecto hormiga. Lluvia pequeña, de gotitas, que cuando menos lo esperan ya se acumularon en sus pieles y sus ropas. Llegarán a casa empapados, me retirarán con una toalla, beberán un café caliente y desearán, que como en los comerciales, tuvieran una chimenea para completar el cuadro. ¿Quieres pedir más? Ser el agua de tu cuerpo, el sudor que sale por tus poros, jugos entre tus piernas, lágrimas del lacrimal, saliva de tu sueño. ¿Quién sabe? Tal vez no lo he dicho todo. Las otras palabras, las tengo escondidas en una puerta, a un lado de mi garganta y atrás de las uñas.