“¡Qué peligroso es que te enamoren con las letras!”. ¿Lo es? Me enamoré de las letras. Hace un día lo confesé, cuando hablaba del niño que leía en el periódico (un crío, como diría mi prima) y las identificaba. Desde entonces, después de escribir, paso tiempo mirando el texto. Miro la cantidad de mayúsculas, cuento las letras que se repiten, busco las palabras que se duplican y se triplican, tacho en el momento y re-escribo. Después trabajo mi cabezota dura, y busco esos verbos que nunca utilizo. Juego y practico. Están, al final, los signos de puntuación que son los pequeños detalles que pueden lograr la perfección. Con el tiempo, aprendes que la hoja en blanco, o la forma HTML, es como un lienzo y el teclado, el lápiz, son tu pincel. Ocurre un momento. No quiero decir que mágico. Sólo hablemos que es un momento, cuando tus dedos se comunican con ese papel en blanco y transmites. A veces, transmito que deseo dormir pero el papel no me deja. Otras veces, transmito como quisiera enamorarte con las letras y como buen gañán, cruzo los dedos y pienso: “Ojalá te pongas de rodillas y abras la boca”. Siempre estoy enamorado de las letras, del momento, en que instrumento y hoja hacemos una comuna y nos convertimos en un mismo personaje. Este es el micro-manifiesto, el que tengo en hojas de servilleta, escondidas en un cajón cerrado con llave.
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