Caminando entres cientos de cristianos, me encontraba un día buscando las manchas de su ropa. En alguna reunión, una mujer me platicó de las manchas en sus faldas. –Mi falda quedaba toda cerda por culpa de mi novio –Sí. Cerda, la falda. También he manchado mi ropa. Son manchas muy particulares, manchas blancas que secan al sol. No platicaré de las manchas que he hecho en ropas ajenas, porque no se trata de eso. Me daba curiosidad cómo podía descubrir la vida ajena de un trabajador y descubrir como había ocupado su hora de comida. Sí. La comidita. La buena comida. ¿De ahí vendrá el dicho: “La ropa sucia se lava en casa”? Es el morbo, simple morbo, quien dirigió la mirada a las nalgas de las damas y los escrotos de los caballeros. Uniformes de trabajo, de todos los colores, que parecieran iguales pero algunos, sólo algunos, visten otro color por encima, como un parche de tela, y es que a la hora de la comidita, sí, la buena comida, esas comidas que se dan repentinamente, no da tiempo para pensar en los pequeños detalles como esas manchitas que los ojos no buscan regularmente. Caminaba como un mirón escondido de la gente, marchando con ellos y luego me pregunté, ¿quién hará lo mismo que yo? ¿Habrá otro cazador de manchas? ¿Otro redentor de dudas? ¿Otro hijoeputa morboso? ¿Será?