Estos dias, pienso publicar el contenido de mis libreros. Puede que tarde mucho tiempo, aún cuando no son muchos libros, al menos he contado doce estantes de libros en mi oficina. Abajo hay otro par de libreros que contienen todavía más. Tal vez será el tema de este mes y el siguiente. Ya veremos. Mi relación con los libros es una muy extraña, poco romántica. No los he leído todos y algunos los conservo porque –así de superficial– sus portadas me recuerdan etapas de mi vida. Cuando vivía en la Ciudad de México, desde niño, vivimos muchas mudanzas. La herencia de mi abuelo (Narayanath) era una de cultura y conservación. El hombre guardaba periódicos y libros por todas partes. Él dejó a mi abuela, eventualmente, con todos esos libros y con sus seis hijos. Mi abuela por costumbre, o por ese curioso fenómeno psicológico que nos invita a conservar rasgos de nuestras parejas, trataba de cargar con todas esas colecciones a donde fuera: casa, departamento, de la agrícola oriental, a la balbuena, y luego a la narvarte. Libros se sumaban porque al menos tres de mis tíos, eran ávidos lectores que compraban y agrandaban la colección. Libros se perdían en cada mudanza y cada mudanza era una decisión difícil: No podemos ya llevar más cajas, ¿ahora, qué vamos a dejar, donar o tirar? Crecí con la idea romántica de conservar la mayor parte de esos libros. Cosa que no pasó. Sólo pude rescatar unos cuantos y ahora, mi biblioteca se compone de autores que siempre quise leer, he querido leer, títulos que me gustan, regalos y esos rescates curiosos. Si estos libros se perdieran, no me importaría porque… para eso son, para eso están destinados. Finalmente, el libro viene de los árboles, un ente orgánico que eventualmente se hará polvo. Sólo retrasamos lo inevitable al ponerle tinta, químicos, palabras. Nada nos pertenece realmente.
Los libros no están acomodados en un orden especial. Sería pésimo bibliotecólogo.
Este librero contiene dos antologías de poesía. Me servían en la facultad para escoger un poema al azar y leerlo en voz alta, formar algo de oído y envidiar a los poetas. Los poetas me enseñan cada día que jamás seré uno de ellos sino un prosista. Y la prosa poética no existe, que no les engañen. Uno de esos libros contiene uno de mis poemas preferidos: “Canción del Pirata”, de Espronceda. Algunos de Cardenal, Lorca y Neruda, que crecieron mi interés por escucharlos. Está “La Tumba” de José Agustín. Varios clásicos y obligados como: “El viejo y el mar”, “Werther”, “1984” (Los libros que no se hacen polvo, sino fuego), “Lolita”, “El pirata”, “El muro”, “El llano en llamas”, una antología de Sor Juana Inés de la Cruz, el primero de los dos “Diálogos de Platón” y una edición de tres pesos del Kama Sutra. Dos libros del Marqués de Sade: “Justina” y “Julieta”, las hermanas que buscan y encuentran el placer, y los dolores del cuerpo. Ediciones baratas también, y accesibles. Recuerdo cuando los leí la creciente ansiedad y la energía sexual que me provocaron. De vez en cuando releo algunos pasajes. “Y cuando termine, no olvides cortar la cuerda”.
Hay dos libros que no se ven, y que arrastro conmigo desde estas mudanzas:
De Morris West, leí el libro de “Giacomo Nerone”, en “El abogado del diablo”. Un libro encantador e interesantísimo. He querido leer “La Salamandra”, pero tengo muchos libros pendientes en mi lista, y últimamente, no he podido leer tanto como quisiera (¿y quién sí?). “Historia del Judaísmo”, pienso leerlo en uno de esos domingos aburridos, en los que hace mucho calor. A ver si se me destapa la mollera y aprendo algo nuevo. Más libros arrastrados: “El fin de la utopia” (Herbert Marcusse), “El Estado y la Revolución” (V.I.Lenin) y “El pensador mexicano” (J. Joaquín Fernández de Lizardi).
Otros libros que no son tan clásicos, pero me encantaron igualmente, es el de “Sleepers” de Lorenzo Carcaterra. Un excelente drama, de unos chamaquitos que cometen un accidente y matan a una persona en “Hell’s Kitchen” y por supuesto, “El Peregrino” de Coehlo, que seguramente trata de un Peregrino, en un mundo de Coehlo. (Ese fue un regalo falso en un intercambio. Me lo dieron para hacerme rabiar. Lo lograron).
A un lado de “El Peregrino”, se encuentra “Ilapso” de Rosendo Salazar. Mi bisabuelo. Es una edición extraña, dificilísima de conseguir, casi apuesto que sólo para amigos y familiares. Contaba mi abuela que fue un hombre tan importante, que incluso el presidente en turno se presentó a su funeral. José Muñoz Cota en el prólogo de Ilapso, insiste en llamarlo un poeta obrero. He leído alguno de sus poemas y francamente, me dejan perplejo (porque no les entiendo). Intenté desmenuzarlos y digerirlos hace algunos años. No pude y dudo hacerlo correctamente. ¿Qué tal si me doy cuenta que es un idiota? ¿O si es un genio olvidado? El libro está dedicado a su hijo, Narayanath. Un ejemplo:
V. GIRASOLES
Y vosotros, soles de amar. Aonios.
Erguidos radiosignos. Polifemos.
Bienhaya el día, dorado y azul,
y el país en el cual, ¡oh, Américos!,
hubisteis irrupción, cual si advirtieseis
llegares de enigmáticos insectos
amantes de libar. ¡Oh, Girasoles!,
por sí y ante sí, mieleros… cereros.
Saquen sus propias conclusiones.