Si el librero de un hombre definiera al hombre en sí –o al menos, te diera una buena idea–, tal vez uno de las secciones más problemáticas sería este. Debería empezar diciendo qué libros vengo arrastrando conmigo, algunos ya leídos y otros no: “Cajón de Cuentos” (Saki), “La Revolución Francesa” (Albert Soboul), “Sherlock Holmes sigue en pie” (Conan Doyle) –cuyo lomos y portada están casi hechos polvo–, “Introducción a la lógica” (Morris R. Cohen), “The Art Of Readable Writing” (Flesch), “Aproximación al Quijote” (Martín de Riquer), “Introducción a la Sociología” (Sprott), “El Circo del Dr. Lao” (Charles G. Finney), “Hipnotismo a distancia” (Paul C. Jagot), “Mitos, Cuentos y Leyendas Regionales” (Homero Adame), “A la sombra de la Revolución Mexicana” (Lorenzo Meyer, Hector Aguilar Camín), “Enciclopedia de mitos” (Nadia Julien). Debo confesar que de estos, sólo he leído los cuentos de Saki, el de Sherlock Holmes y de vez en cuando tomo la Enciclopedia de Mitos y leo un par, o aclaro ciertas dudas de algún mito. Los otros me los llevé con la esperanza de leerlos y aprender algo nuevo, re-aprender algo viejo o confirmar sospechas. Nunca se sabe cuando se necesitará aprender algo de Sociología, o ¿qué tal que la novela del circo del Dr. Lao es un mundo fascinante e inexplorado? Probablemente algunos de estos libros ya son viejos, sus teorías ya están refutadas y necesitaría actualizarme para no quedarme con ideas viejas. ¿Pero no es interesante, también, ver el proceso por el cual aprendimos y mejoramos? ¿Tener un pedazo de lo anterior para recibir lo nuevo con sorpresa, con agrado, e incluso, con cierto desdén? Me encojo de hombros. Cuando los lea me daré cuenta de qué sirvió arrastrar con ellos.
Claro, de todos esos libros, está esa joyita que se llama: “Hipnotismo a distancia”. (Por supuesto, antes de que ustedes me digan algo).
Antes de que existiera la autoayuda, esas parábolas insistentes y bien logradas que azoran al hombre moderno, era la HIPNOSIS la gran industria que prometía ventas, tras ventas. La autoayuda continúa perfeccionándose con uso del tiempo y del consumo al hombre moderno. Pero antes, ¿cómo vivíamos? ¿Qué libros nos hacían creer que podemos controlar las cosas a nuestro modo? Pues ya se los dije en el principio. La hipnosis, según claman, es capaz de curar por completo a los enfermos más enfermos y doblegar la voluntad de una persona de tal forma que puedes desear con ella lo que quieres, incluso a los más necios, a los renegados, a los cultos y a los poderosos. Claro, no te dicen que el hipnotista lector de estos buenísimos libros, es finalmente el que se hipnotiza, creyendo que hasta las piedras pueden ser hipnotizadas y que todo pasa a raíz de su maestría en el control de la energía beta, gamma y alfa. Sin embargo, decidí llevarme estos libros por si algún día, para algún personaje, ocupo esa habilidad tan peculiar. No es sorpresa que mi mujer quiera deshacerse de ellos.
Este, junto con otro libro del mismo tema, los agarré sin pensar. Como debe ser. Tal vez alguna fuerza superior me estaba llamando… tal vez, los títulos metieron sugestiones en mi cerebro.
Ahora, hablemos de los otros libros. Los libros de verdad.
Este librero contiene el segundo libro de Quijote de la Mancha.
El primer libro es, tal vez, la referencia más sencilla del Quijote, con sus Molinos de Viento y el episodio de la Cueva de Montesinos (maravilloso y tan importante, en toda la literatura del mundo). También está ese episodio que adornó los libros de texto cuando yo era un chimpayate (El del león), y ese otro episodio de las ovejas, las cuales se transforman en los otros caballeros y sus hazañas. Hay otro capítulo inolvidable: El manco y su historia, que es una invitación al escritor a ser parte de su propia obra. El primer libro es la locura del Qujiote y sus aventuras. Sólo el segundo libro está en este librero, porque el primero lo presté a cambio de otro. Éste todavía conserva un separador porque no lo he terminado. Hace varios años que lo dejé ahí. Recuerdo, vagamente, donde quedó mi lectura. Alonso Quijano tiene muchas dudas sobre lo que está sucediendo en la propiedad de los Duques y le manda a Sancho cartas, preguntándose si no todos estarán locos. Sancho, mientras tanto, es “gobernador” de la ínsula que tanto le prometieron. El segundo libro es la cordura del Quijote, la locura de nosotros. De acuerdo a Borges, y su promesa de la quijotización, ya todos sabemos en que termina. ¿Será? Sigo retrasando el final.
También está una de dos ediciones que tengo del “Tambor de Hojalata” (Gunter Gräss). Este libro es el segundo que tengo con separador. El capítulo donde dejé de leer, es la muerte de la madre. Me parece que es una de las muertes más bellas que jamás he leído. A la fecha, si leo el capítulo, debo detenerme porque me tiemblan las manos y tengo que poner el libro a un lado. Tengo que pensar. A veces parece que hay libros que así se hicieron. Libros que no nos permiten leer más allá de ese capítulo en particular que nos afecta, y que no encontraríamos sentido alguno si termináramos la empresa. A veces así parece.
Ambos libros pienso terminarlos después de mi lectura actual.
Está otro de los grandes: “Jojo, la historia de un saltimbanqui” escrito por Michael Ende. Es una obra de teatro, que nace de una de las escenas en Momo (O bien, la obra nació de la escena. No he investigado aún dónde nació la idea primero. Si no, una cosa nos basta: Estaba en la cabeza de Michael Ende, la duplicó y la desarrolló). Si no me equivoco, este fue el segundo libro que leí de él. Mi tercero fue Momo, y fue una agradable sorpresa encontrarme con mi primer “metatexto”. Me lo regaló una amiga rusa de la facultad. Es uno de esos libros huidizos, que no encontrarás facilmente. Estaba en una lista de los libros que siempre estuve buscando.
También está otro de mis poetas preferidos, Nicolás Guillén, con su “Sóngoro Cosongo”, El “Diablo Guardián” que muchos nos soplamos porque era lo único que se veía en el metro, una “Afrodita” de Isabel Allende que no sé de donde salió, los “cuentos para niños de Márquez” o mejor conocido como “La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira”, “El purgatorio” de la Divina Comedia (aunque me gustan más el cielo y el infierno), una edición baratona de “Fausto” (Goethe), un libro de psicología que usé en la preparatoria (todavía conservo varios libros de esos), “Cuando nos alcanza el ayer” (José León Sánchez) –regalo de una novia coqueta, de lindas piernas– y “El Fugitivo” de Stephen King.
El último de ese espacio, es “El higo más dulce”. Es un libro infantil, bellamente ilustrado y me parece que es una excelente preparación para textos más complejos. Es uno de los libros de mi hermano, sin embargo, mi hermano no es un lector voraz. Me llevé algunos de sus libros, porque disfrutaba como se los leían en voz alta y porque sabía que él terminaría perdiéndolos en algún lado. Esa extraña “Ley de Conservación de los Libros a Toda Costa” que tienen ciertos lectores. Más adelante veremos más libros infantiles que le guardé a mi hermano. Éste, en particular, es mi preferido.
“El Fugitivo” está ahí para recordarme que no he conseguido otro de sus libros en papel: “La Larga Marcha”.
Ediciones Porrúa de “Alicia en el país de las maravillas / Al otro lado del espejo” y “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”.
Hay un “La joven del arete de perla” (Tracy Chevalier) que, supongo, es de mi mujer y acabó ahí por alguna misteriosa razón. Así, con esta brevedad, se descubre que no siempre los libros dicen algo para la persona que los poseé… pero aquellos gastados, que siempre carga en la mano, seguro conserva todos sus secretos. O los más penosos… o los más calientes… o los más tristes.