Escribo mejor de noche. No sé las razones exactas. Algunos dicen que por el silencio, otros dicen que por las intervenciones mínimas y que el flujo de pensamientos que se traslada a letras se vuelve continuo, y con suerte, imparable. Una llave que se abre y el agua corre, y no sabemos a dónde va. El silencio ofrece todas las oportunidades para tomar aire y convertirlo en piedra. Los vecinos escandalosos, cuyas paredes no son suficiente para encerrar secretos. Algunos pájaros, o murciélagos, que se comunican en su idioma peculiar. Los insectos extraviados que necesitan mi luz artificial y molestan, volando alrededor de mi cabeza, zumbando en mis orejas, contaminando mi café y mis cigarrillos. Los sonidos sintéticos del mensajero que hacen una melodía tranquila, pausada, de pláticas que no exigen una respuesta inmediata. Y la música, por supuesto, la música que existe para interrumpir todo ello. Escribo mejor de noche. Me imagino a los niños a medio cubrir, que no pueden dormir por los monstruos bajo la cama o encerrados en el ropero. Los árboles que mecen sus hojas a merced del viento y sus caprichos. Los borrachos que hablan de sus mujeres y las mujeres que los engañan con sus otros hombres. El chiflido del celular, que lleva un mensaje con el calor para prender un horno. Los relojes que hacen un sonido cada hora, y como truena el hueso cuando su dueño lo voltea a mirar y se da cuenta que todavía no puede dormir. Los televisores prendidos, con gente agradable y bonita, para hacer compañía a los solitarios. ¿Cómo olvidar a los perros que ladran en las noches cuando otro perro, o un vagabundo, pasa frente a su territorio? El frío de escribir en las noches, es muy parecido al frío de un lector, que no puede dejar de leer un libro. En ese momento serán uno.