El acento que tiene “Pokémon” en su título, me provoca una especie de roña, porque es un acento de esos que se usan para adornar y rompen todas las reglas. Pero, mi otra mitad, dice que no puede quitar el acento ya que es el nombre del juego y ni modo de no presentarlo como debe ser. Así, empieza la dicotómica guerra personal de Pokemon, y el chamaco de casi treinta años que lo está jugando. Para mí, existen dos tipos de juegos: los que despiertan mi espíritu coleccionista y los que despiertan mis ansias de elaborar una historia. Pokemon pertenece al primero, nunca me ha interesado su mitología, y nunca vi con atención las caricaturas del niño Pokemon y su pikachu, descubriendo el fascinante mundo de mascotas imaginarias e inexistentes. Sin embargo, el juego es otra cosa. En sus inicios, el reto era juntar a los 150 pokemones que existían y decían, que para lograrlo, debías estar constantemente intercambiando con otras personas. ¿150? ¿Tengo que atraparlos? Por supuesto, usted ordéneme y yo hago. Soy una bestia. El siempre mulo de nintendo.

Me olvidé de Pokemon durante varios años. Sí, lo jugué, e intenté intercambiar pokemones con mi hermano cuando los dos estábamos más chamacos que amargados, pero lo perdí en algún momento. Conseguí la siguiente versión y la perdí otra vez. Mi hermano solía decirme–. La maldición de pokemon, cada que lo intentamos jugar se te pierde –Me encogí de hombros. Probablemente tenía razón y estaba maldito. Ni aún con pikachu como mascota inicial se rompió y volví a perderlo (con todo y gameboy advance, eso me dio tanta tristeza). Me hice adulto, jugué otras cosa, nada de atrapar monstruos, mejor pervertir chicas y se me olvidó.

Hace unos meses, salió un comercial donde anunciaban el remake de Pokemon (Heartgold & Soulsilver) para Nintendo DS y además, contenía un podómetro. Se me pararon las orejas como a un perro. Pokemon y caminar. ¿Pueden combinarse ambas cosas? En un viaje a Estados Unidos me preguntaron el clásico: ¿Quieres algo? Sí, respondí, el pokemon Soulsilver (nada que ver con las especificaciones y los posibles monstruos capturados, siempre me ha gustado más la plata que el oro). Ahora que lo tengo en las manos, no he parado de jugar. El juego ya registra 100 horas. Es una Nintendo DS, es portátil y la cosa de dormir la pantalla, supongo que aumenta el tiempo. Eso quiero creer.

Obviamente, al tener un juego en las manos, sacrifico otros tiempos: la lectura y la escritura. Afortunadamente, ya trabajo varias horas al día y he intensificado el sano hábito de caminar. Lo básico está cubierto. Sólo quedan las otras cosas que el hombre debe hacer para mantener la mollera activa (leer y escribir). Dicen que pokemon es uno de los pocos juegos que jamás terminan, que gracias a su comunidad y el aprovechamiento del internet, hay gente que se la pasa meses buscando el pokemon perfecto. En estas semanas de juego, ya he hecho intercambio de pokemones con dos japoneses. Uno me entregó al icónico bulbasaur y el otro, a growlithe. Mientras tanto, cuando salgo a la calle, escondo mi podómetro en el bolsillo. No se le vaya a antojar a algún chamaquito.