Anoche, miré una fotografía de Marilyn Monroe, quien era rodeada por los brazos de otro hombre. ¿Cuál de todos los hombres en su vida? La verdad, no me importa. Ambos tenían los ojos cerrados, sonreían ligeramente y se abandonaban al placer que tienen los amantes de romper los espacios personales. Deseé ser un testigo. El asistente del fotógrafo. El pinche que pone las luces y jala los cables, y guarda los focos para el flash, y el equipo en una maleta. El idiota que se envenena de radiación al revelar esa fotografía. Los vecinos que contemplaban la escena. Los amigos íntimos. Los chismosos que iban a verla a ella, y a él, y al fotógrafo. Se me antojó ser el blanco y negro que pinta la escena. Las miradas cerradas y las manos relajadas. El vestido blanco, la camisa de rayas, los lentes, el collar de piedras, una posible erección oculta o el sexo ansioso. Ambos, definitivamente, se convirtieron en una sola persona.