El perro duerme allá lejos. No hemos salido a caminar porque las lluvias poblanas han sido sorpresivas e intensas. Alguna vez me cayó una de sorpresa y terminé con el suéter empapado, frío, y diez kilos más pesado. Eso que me gusta caminar bajo la lluvia, pero la lluvia poblana es de gotas enormes y heladas. En cambio, la lluvia de Villahermosa es una brizna calurosa. Es muy fácil caer en el engaño de que no te llueve y caminar a donde te lleve la nariz, los pasos, el humo del cigarro. Claro, también me ha tocado su lluvia intensa, pero es igualmente soportable. La lluvia de la Ciudad de México es una sorpresa. “Deben ser los químicos”, diría algún gracioso y probablemente tiene razón. Recuerdo que por ahí de los años noventas, hubo una temporada donde la televisión indicaba que no debíamos salir a caminar bajo la lluvia por ninguna circunstancia, ya que esta lluvia era ácida. Mi abuela estaba angustiada y buscaba preocupada algún artefacto mágico que nos resguardara de esa lluvia en especial, porque había leído que ningún tipo de impermeable tenía una efectividad total (como los condones abuelita, como los condones). Yo pensaba ácido y me imaginaba que las gotas de agua caerían sobre mi piel, y la derretirían, como el tipo malo de Robocop al que le cae el ácido. Todavía me persigue esa imagen. Sí, vi la película unos años después y me causó gracia, pero aún así, conservo el miedo que me provocó de niño. Ah… qué caray. Hoy es domingo. Hoy leo que todo mundo habla del temblor del 85 y yo hablo de lluvias, recuerdos, esas cosas. Era muy niño cuando nos tembló en la Ciudad. En todos los estados que he visitado, me he encontrado gente (taxistas, meseros, dueños de cafés, intendentes) que huyeron de la ciudad por cumpla del temblor. La verdad es que no lo recuerdo. Tenía apenas tres años (y fracción) cuando sucedió. Tal vez ese fue mi primer recuerdo verdadero. Mis piernas desnudas bajando a toda velocidad las escaleras de aquel edificio de departamentos en la Balbuena. Mi tía Raquel adelante de mí. Yo andaba en calzones. Entre las lluvias y los temblores, sólo se me ocurre que fui un exhibicionista desde muy temprano.
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