Hoy pasé por ese episodio del “Tambor de Hojalata”. ¿Ahora quién tendrá bajo sus faldas al pequeño Oscar? Ese capítulo siempre me rompe la voz y los ojos. La primera vez que lo leí, fue durante un viaje de camión donde me solté a sollozar como un niño. Era de noche, la gente estaba dormida, mi mujer dormía a un lado y yo no podía soportar la muerte de la madre de Oscar, pero no dejaba de leer, no podía soltarlo. Hoy copié una versión digital del libro para traerlo conmigo y terminar su lectura. Sé que tengo dos copias impresas, pero el dispositivo me permite las distracciones como el twitter, los mails, entre otras cosas. Recuerdo aún el olor a pescado, los amantes que no sabían que hacer, cuando Oscar rompe los vidrios de la iglesia usando su tambor. La segunda vez que leí ese capítulo, fue en un café de la Roma, unos años después y lo hice en voz alta para que Sol me escuchara. Desde el inicio del capítulo, ya sentía como las palabras tenían miedo de salir de mi garganta y lo hice, lo terminé, porque deseaba que lo leyera conmigo, que lo conociera. La tercera vez lo leí a solas, en el aniversario de la muerte de mi abuela (18 de Septiembre), como un homenaje silencioso y personal. Han habido otras veces, menos memorables, donde leo partes específicas del capítulo, donde sólo leo el final o el inicio, o la obsesión por comerse el pescado echado a perder. Ese libro lleva ya varios años conmigo. A veces, he leído los tres o cuatro capítulos que siguen. Otras veces, inicio mi lectura justo después de la muerte, del quién me llevará bajo sus faldas y después lo regreso al librero. No es tiempo, me decía. ¿Cuándo es tiempo?