Hay en twitter un proceso muy extraño que todavía no entiendo.
Pasa, a veces, que encuentras a un tuitero que te agrada, lo sigues, pones las estrellitas, lo lees, te hace reír, posiblemente lo quieres meter en tu cajuela del coche, secuestrarlo, llevarlo a un motel, eso. Haces tu chamba y estás al pendiente. Luego, algo sucede en su vida. Algo inexplicable.
De un día a otro, cierra su cuenta. Borra su vida. Finito.
Me pasa, al menos, yo que me ocupo en leer más que escribir… que de repente, me encuentro extrañando a esa persona que estaba en mi lista. Entonces entro a su página de usuario y descubro que simplemente desapareció. No más letras con el sabor que le caracteriza. Se murió. Me rasco la cabeza, parpadeo un par de veces y me pregunto, porque es la primera pregunta en este mundo iluso, si yo habré hecho algo mal. Si yo habré disparado una de tantas balas que lo empujó al suicidio.
(Claro, generalmente estos suicidios vienen acompañadas de una historia jugosa. Un pedazo de tu cerebro, el cual es gobernado por el morbo, se dedica a buscar como responder la pregunta: Por qué lo hizo).
Después de todo, si twitter me aburre simplemente lo abandono, así como abandono todas las cosas que me aburren. Creo que al final, el abandono es más cruel que matarse. Será que hay un sentido teatral en el acto de cometer el suicidio tuitero, que me provoca tanta pereza. Mi abuela me daría una cachetada en este momento. No tiene nada de teatral chamaquito –me diría–, es pura faramalla.
¿De verdad?
Pasan unos días, unas semanas, un mes. Como lector, buscas algunos reemplazos, tal vez. Si no te hiciste amigo del tuitero muerto, pues se te olvida. Probablemente comentarás en alguna ocasión de sus tuits tan chispa y que estaría bueno que estuviera entre nosotros los vivos. Se abren unas cervezas, una botella de vino, circulan los cigarrillos. Un viento frío abre las ventanas, empuja los vidrios, hace cantar a los árboles. Un añejo olor a Cristo metálico inunda la habitación.
El tuitero ha regresado. Su cuenta de nuevo se activa. Si eres amigo del tuitero resurrecto, entonces recibirás una larga plática que te explique los motivos de su muerte y su resurrección. A veces, como en la faramalla diría mi abuela, te relatan que lo suyo era un personaje que murió de tristeza o que fue descubierto. Era hora de un cambio, de regresar a los orígenes, de purificarse. ¿Todo eso en ciento cuarenta caracteres? Les pregunto como un fiel, bebiéndose la Biblia, con los ojos muy abiertos. Todo eso, me responden y me acarician la cabeza. Bendito sea. Me arrodillo. Mi abuela, en el cielo, entrecierra los ojos y resopla.
Si no eres amigo del tuitero resurrecto, entonces la muerte y resurrección se convierte en un verdadero misterio ¿y qué sería de la vida sin misterios?