Esta mañana regresé a mi oficina. Ese cuarto que no tiene vista si uno se asoma por la ventana, sólo persiste una pared gris que le pertenece a un vecino. El hombre de madera está lleno de polvo, igual que los monitores y las bocinas. Cosa extraña, sí cerré ventanas. Es que no sé como funciona el polvo, perdóname madre. Mi cacto sigue con vida, creciendo como lo haría alguna planta en un planeta desconocido.

Mientras estábamos rumbo a la central de autobuses, miré las calles de Villahermosa y pensé lo fácil que sería que existiera vida en otros mundos. Sé que es obvio; sin embargo, abandonar la idea de la humanidad (o bien, la vida terrestre) como única no sucede todos los días en un hombre común y corriente. Estamos tan inmersos en nosotros, nuestros problemas, nuestra sociedad y cultura, que es difícil separarse y pensar en otros planetas. Pensé en las vidas de otros mundos y se me ocurrió que ellos también tendrían sus luces nocturnas, sus automóviles, sus ritos y costumbres atados a fechas como la Navidad y el Año Nuevo. Algún marcianito pensó en mí y así, el universo está conectado de maneras misteriosas.

La idea de que estas vidas paralelas y extraterrestres sean iguales a nosotros, es resultado de que no conocemos otra cosa. Podemos conocer otras culturas, viajar a otros lados y tratar con humores distintos a los acostumbrados, pero un extraterrestre es otra cosa. ¿No es cierto? Hasta que no recibamos una visita verdadera, documentada, grabada por todos los noticieros del mundo, no tendremos una respuesta concreta. Todo quedará en la especulación, en mirar luces y pensar en vidas de otros mundos que pueden ser similares o totalmente disímiles (y, para que exista esta disimilitud, debe haber un concepto que lo permita… Un ejemplo burdo es que no habría conocimiento, sin ignorancia o algo a lo que señalemos como bello, si no existiera lo feo. Ah, mis pensamientos, que tambalean yo creo por las ocho horas de viaje).

Viajamos en uno de esos camiones que se promocionan como los aviones del viaje terrestre, de espacios amplios y harta comodidad. Cada pasajero podía escoger varias películas en su propio monitor. A mi izquierda, un chamaquito de quince o dieciséis años se recetó el unplugged de Thalía y yo miré dos películas de comedia antes de caer profundamente dormido. Así de cómodos. Ya ansiaba llegar a casa, aún cuando el trayecto fue cómodo y me llevó fácilmente a dormir, que pasaran las horas.

Extrañaba fumar sentado, escribir, estar a solas y en silencio. Trabajar, salir, y vivir a mi propio ritmo. Los viajes de fin de año, de un matrimonio, siempre se reparten en familia y en el cuidado de las palabras, las actitudes y las miradas. No te pases chamaquito, cuida lo que respondes, cuida que el otro esté cómodo, cuida que todos estén cómodos. Insisto… fumar sentado, no contra las rejas, ni contra la gente que persigue al fumador con los ojos, los gestos y las palabras. ¿Ahora que ya tengo toda esta libertad casi todo el año, qué pienso hacer?

Me dije que uno de mis propósitos sería escribir más. Tal vez, superar mi record de entradas en el blog. Eso y terminar todos mis pendientes, mis proyectos literarios que fui dejando para fines del año pasado. Tengo que escribir una continuación, un libro de cuentos y trabajar otros que tengo arrumbados por ahí. ¿Qué harán los seres de otros planetas para comunicar o crear? ¿También escribirán? ¿Sólo harán música? ¿O tienen algún juego telepático para la creación de un mundo, dentro de ese otro mundo? Usan frecuencias cerebrales para drogarse de literatura y creación, mientras ignoran las estrellas, las tres lunas, los caminos quebrados, los árboles azules cuyas hojas son las raíces.