Estas noches las ocupo en la organización de la biblioteca digital. Son muchos libros, son tantos que ya me rendí y sé que no los leeré todos en una vida, pero aún así hago el trabajo de organización porque me gusta categorizar cosas y ponerlas en su lugar. Elegir libros para la vida es una tarea muy difícil. El tiempo que le das a un libro, se lo quitas a otro. Pasa lo mismo con las películas, pero el sacrificio es aún mayor. Dos horas de una película es lo mismo que te toma leer un libro baratón, un best seller (que son como los baratones, pero más caros), dos novelas pornográficas, tres o cuatro tomos de un comic, tres o cuatro revistas de Selecciones, un libro de buena poesía.
Sí, sí, una película siempre será entretenimiento. La película termina con los créditos. Las escenas y los personajes se olvidan. Incluso una película de arte es más ligera contra el reto de imaginar usando las palabras, revisando las construcciones, pensando en lo que es efectivo y luego si el libro se te atora en la sangre, en los ojos, en la médula… te puedes quedar ahí una eternidad. Un libro es una cantidad interminable de películas. Son las escenas sin cortes que siempre quisiste leer.
Luego viene escoger el género al que vas a dedicar tus años de lectura. Otra gente lo tiene más fácil con las recomendaciones, y sólo lee recomendaciones durante toda su vida. Hay, por ejemplo, una oleada de Murakami que es impresionante. Todo mundo habrá leído Murakami, sus seis o siete libros. (No es malo, para nada. Yo también me he sentido tentado por leerlo y eventualmente, sé que caeré). En eso podrían dedicar un año hasta la próxima recomendación, la próxima noticia literaria. Otras personas sólo leen los premiados. Hay muchos más que se dedican al comic, al postmodernismo, al drama, al misterio, al erotismo, a la poesía, a los clásicos, al terror, a la fantasía juvenil, el romance y tantos géneros, como hay personas y gustos.
Mientras organizo los libros, me pregunto si debería leer los libros de detectives porque últimamente me siento inclinado a escribir de ese género. Resolver misterios a la mano de un lector debe ser algo gratificante. Mientras tanto, completo mis lecturas de Onetti a un ritmo como a él le gustaba escribir: a través de la urgencia. He descubierto que sus libros son cortos, pero sustanciosos. Inicié el año leyendo “Cuando ya no importe”, al parecer el último libro de la trilogía sanmariana, aquella dónde decide quemar “Santa María” para ya no tener ninguna presión literaria de continuar en ese lugar. Cada escritor tiene la oportunidad de crearse su pueblo redentor. Santa María era el pueblo de Onetti.
En algún momento, premiaron a Vargas Llosa por una novela que escribió. No me acuerdo cual, nunca he sido su más grande lector. Cuando le dieron el premio, dijo en una entrevista: “Ojalá le hubieran dado este premio a un escritor mejor: Juan Carlos Onetti. Esperemos que algún día Latinoamérica le de el reconocimiento que se merece”. Onetti simplemente se encogió de hombros ante la declaración. –No importa. Al fin que ya estoy acostumbrado a ser el segundo.
Hasta me dieron ganas de abrazar a Onetti cuando leí la nota y decirle–. No te preocupes carnal, yo sí te quiero.