Existe una frase terrible: “Me gustaría enseñarte un poco de humildad”. En mi caso, se siente como un cuchillo afilado que atraviesa mi garganta como si fuera mantequilla. Es molesto. Depende del día y de la circunstancia, puede ser la más grande falacia o la verdad que te faltaba. Hay variantes: “Necesitas aprender un poco de humildad” o “Te hace falta ser más humilde”. Los dos componentes básicos se repiten: Tú y Humilde. Se la pasan toda la vida enseñándonos que la humildad es lo que nos tiene mal (a nosotros los mexicanos) y los padres, los abuelos o los tíos, gastan todos esos años en libros para educar mocosos y socavar lo suficiente para construir esos bonitos cimientos de confianza. Eventualmente creces, te avientan al mundo y un extraño se acerca a ti, para tocarte el hombro, y decirte–. Tú y un poco de humildad.
Me molesta la frase. No porque no sea humilde (vivo con seis mil pesos, pago dos créditos y mi perra estudia en el Centro Universitario México)… si no porque muchas veces la humildad es una máscara que usan para sugerirte otra cosa.
Mi perra, Nico, ha estado molestando mucho a Killer. Basset Hound de ocho kilos contra french minitoy al que se le podría atar un cordón y se convertiría en un globo. Nico se le sube encima, lo golpea con la pata, lo rodea, no lo deja subir a los sillones, desea robarle su comida, le ladra para que el otro reaccione. Nico se aprovecha de que ya creció y que ya lo puede someter fácilmente. Estos últimos días, después de que Killer vomitó el estrés y el coraje, suspiré y me dediqué a una vigilancia más extrema de la perra. No permití el contacto si ella lo iniciaba. Sólo lo dejaba suceder si el perro se bajaba y empezaba a pasear. Killer lograba dominarla en algunas ocasiones, pero es que el peso y las patotas, sencillamente está destinado a perder más encuentros de los que puede ganar. Fue entonces que sentí el cuchillo en mi garganta y lentamente lo dije en voz alta: “Nico necesita aprender un poco de humildad”.
Esta última semana contemplé la idea mientras aguardaba ansiosamente a que llegara el sábado para que le inyectaran la tercera vacuna. Una obsesiva lectura acerca de los cachorros y el crecimiento sano, me urgían a que hiciera lo posible por llevarla con otros perros para que aprendiera a jugar, y no sólo eso, para que viviera en experiencia propia lo que es que un perro más grande te ponga la pata encima y te haga correr de un lado a otro. “Nico, ya pronto tendrás una lección de humildad… verás que sí”, le decía con la mirada mientras le jalaba un poco el cuello para evitar que se subiera al sillón, a seguir torturando al Killer. También pensé llevarla al camino real de Cholula, para que mirara a los indigentes y sopesara de verdad la idea de humildad. “Éjele, éjele, eso te va a pasar si continúas molestando al más pequeño”. No lo hice porque eso es cruel e inhumano. Además es un poco estúpido. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a una madre con su hijo, señalar al vagabundo y usarlo como un símbolo de lo que está mal en el mundo? Si no comes tus verduritas, vestirás ropas rasgadas y jamás tendrás un baño, una novia, un coche, un perro de orejas grandes como el señor. Pórtate bien o ese es tu futuro.
Ya con la veterinaria, mi esposa y yo le preguntamos–. ¿Ya podemos llevarla a jugar con otros perros? –Sí, pero nada de sacarla a la calle. Ya sólo le falta la de la rabia. Bendito sea, pensé, por dentro. Bendito sea, me ha salvado usted la vida, señora veterinaria. En mi cabeza armé horarios internos de visitas a otros perros en estas dos semanas que restan, antes de poderla cansar paseando. Me arrodillé humildemente ante Nico y le susurré a las orejas, ahora sí te podremos cansar como un perro se le merece: que te muerdan las orejas, te pongan las patas encima y que de verdad, aprendas más de la vida y sus injusticias. Nico ladeó ligeramente la cabeza y sus ojos de melancolía y tristeza, me dijeron–. ¿De qué me hablas, puñetas? –Parece que nadie aprenderá a respetarme, ni el cacto, ni el perro, ni el otro perro, ni Dios, ni Satanás, ni los niños de aquel colegio, ni los que no estudian, ni los que no trabajan.
Al terminar la visita, le compramos su primer collar y su primera correa. Milagrosamente, también hemos conseguido un plato alto para sus orejas y compramos un juguete (perdón, pero es muy parecido a un tapón anal para gente de culo demasiado contento) al que se le puede meter premios por dentro. Mi mujer trató de localizar a su hermana para ver si podíamos llevar a Nico con sus perros. No se pudo por ese día, pero que lo intentaríamos al día siguiente. También hablamos con nuestros compañeros de aventuras (Los Siorda) para que ellos prestaran a su perro. Accedieron gustosamente y me sentí bien. Pensé durante la tarde, bastante contento, que todo había salido bien. Nos evitaríamos esa dolorosa e irrespetuosa escena del hombre y el perro, caminando por el camino real de Cholula, señalando indigentes y el futuro incierto.
Tan pronto llegamos a casa, llené su juguete con premios y descubrí que era mágico. Se mantuvo ocupada con el juguete durante… lo que pareció una eternidad. Inmediatamente busqué en internet cómo se podía usar de manera óptima el famoso “Kong” y resulta que es todo un arte. Hay gente que tiene dos o tres de esos juguetes en el congelador, con todo tipo de recetas, listos para dárselos al perro cuando requieren un momento de descanso. En los foros dicen que es un excelente juguete para desarrollar la concentración y la relajación en un perro. Luego se me ocurrió que este juguete sería excelente para un ser humano (no hablo ya en el ámbito anal, aunque no está de más mencionarlo)… ¿ah, qué no lo jugamos ya? En toda nuestra vida tenemos “kongs” que nos obligan a permanecer en relajación, en concentración, para obtener algo a cambio. Empieza con el trabajo y sigue con las ganas de coger. Si quiero coger, debo mover el juguetito así y así, y así, y luego así. Comerse un premio es darse un beso. Si no lo volteo nomás no sale y ya valió madre.
Un indigente no quiso jugar con su kong y pues ahora es lo que es, le diría a Nico, mientras alguien me escucha y después niega lentamente con la cabeza.
En la noche, Nico conoció a uno de sus numerosos prospectos para compañeros de aventuras y juegos juveniles. Un perro llamado Ringo, de raza Welsh Corgi. En cuanto llegamos a la casa de los Siorda, dueños de Ringo, los perros se olieron y luego ella se alejó temerosa, buscando estar detrás de mí o detrás de Sol María, mientras Ringo la correteaba y trataba de ponerle una pata en la cabeza. Por fin, pensé, por fin ya sabe lo que es el Temor. Me arrodillé, otra vez, en señal de humildad y le di las gracias a alguien. No sé a quién, porque soy agnóstico y yo creo si me conviene, pero di gracias. Otra parte de mí, deseaba que ella se levantara e hiciera lo suyo, igual que como lo hacía con Killer, que buscara integrarse. Luego hice cuentas de las semanas de socialización, de todo lo que había leído, y pensaba que todo podía estar perdido y que la perra acabaría mal. Me salí a fumar para no mirar el Temor de Nico, me encogí de hombros y me dije… bueno, así la voy a querer, miedosa y abusiva de perros pequeños, ni modo. Al hijo se le quiere, aún si no se baña y si viste ropa usada.
Cuando regresé, me dijeron–. Mira, ya está jugando –Y sí, ambos perros se correteaban mientras Killer los miraba sigilosamente, montado en uno de los sillones. Ringo le mordisqueaba las orejotas y Nico usaba sus patotas. Durante toda la noche, mire como se turnaban para perder o ganar, hasta que al final, Nico me dio la impresión de que ella estaba ganando. Ella le ponía las patas encima a Ringo para hacerlo correr, ella abusaba de su pesos y sus arrugas para someterlo, y ella no le dejaba subir la cabeza a Ringo. Apenas pesa ocho kilos y ya le está ganando a un perro que pesa un poco más del doble. Negué metafísicamente. Un poco de humildad… sí, mis testículos son un poco de humildad. Al final de las noche, ambos perros acabaron exhaustos. Nico durmió sobre la cama de Ringo y Ringo sencillamente se tiró al piso. Negué metafísicamente una vez más. Maldita vieja cabrona, pensé. También sentí un poco de felicidad al darme cuenta que por fin, se había cansado y que había tenido una serie de juegos con otro perro que se aproxima a su edad. Aw. El niño crece. Kevin Arnold adulto habla en el fondo y hace de la humildad y el cansancio una celebración de tiempos mejores y que ahora el adulto, tiene que revivir su infancia a través del niño y Joe Cocker entra con el final de la canción.
Llegamos a la casa y Nico decidió ignorarme por el resto de la noche. Se subió a dormir con mi esposa. Bajó dos veces para orinar, tomar agua y luego subió de regreso a dormir. Mi esperanza el día de mañana, es presentarle el perro de mi cuñada, un Husky Siberiano que es por mucho, más grande que ella. Cucho, se llama el Husky, y si Cucho no la detiene ahora, esta realidad (como la conocemos) podría peligrar. La miro dormir con la lengua de fuera y sus arrugas en el hocico aparentan una sonrisa. Prendo un cigarrillo, trueno los labios y me digo–. Sí… humildad… eres igual al padre.