Nico ladra y me mira. Cada vez que ladra su rostro cambia o mejor dicho, su hocico muta. Parece que se aplana y uno que se deja con los engaños antropomórficos, descubre una breve sonrisa en su ladrido. También entrecierra los ojos y las orejas le saltan. Sus ladridos me son agradables al oído o así me lo parecen porque ella es mi familia. ¿Familia? Es mi mascota, un acompañante para los días tristones, sin propósito y sin dirección. Sí, es mi familia. Cuando terminó el circo de las vacunas, todos los días hemos estado entrenando el arte de salir a caminar. Todavía no camina mucho porque sus huesos todavía están en formación, se cansa rápido y sus ansias de cachorro a veces le llaman a jalar la correa más de lo debido, pero ya está practicando. Pronto podremos presumir nuestras carreras largas en los alrededores de Cholula.
En otros días Nico me lleva a jugar con el perro de los amigos. Acordamos en reunirnos al parque y organizamos la reunión de perros. Killer también nos acompaña. Nico, basset hound, corretea a Ringo, welsh corgi, en un jardín amplio, mientras levantan el polvo y buscan como quitarle al otro las ramas seca del hocico. Killer se dedica a orinar todos los árboles, al menos ocho o diez veces, y en eso se le va la hora que dura la reunión. Ah… lo olvidaba, Killer también pide galletas maría que le regalo a escondidas, porque se supone que está enfermo y que solamente debería comer su comida especial. Patrañas me digo, parto la galleta y se la acerco al hocico.
Mis amigos querían practicar el ejercicio de lanzar el frisbee para que su perro lo recogiera y se los diera por el incentivo de una deliciosa galleta. Sus esfuerzos se han visto interrumpidos cuando Nico, la torpe, corre tras Ringo y apenas puede correr para alcanzarlo e interceptarlo. Desde lejos miro a mi basset hound correr, miro su rostro y como sus arrugas se mueven a todas direcciones, miro sus caderas coquetas moverse para todas partes y sus patotas de boxeador levantar el polvo, y me provoca una risa breve. El contento de esos pequeños momentos donde no piensas, sólo miras a tu alrededor y ríes.
En unos meses, Nico desarrollará mejor sus huesos y entonces correrá más rápido que yo. Todavía puedo alcanzarla si me dedico a correr tras ella (cosa que no sucede muy a menudo. No le enseñes a un perro que irás corriendo tras él cuando quieres quitarle algo). También crecerán las arrugas de su cuerpo y engordará. El cambio ha sido paulatino. Cada vez que la montamos a una báscula, ella pesa dos o tres kilos más de la vez anterior. Me acerco a sus orejas y le susurro–. Pronto monina, pronto habrá espacio en ese estómago para que te comas esta tela que jalo, la tela de la realidad. Luego podremos entrenar como habrás de comerte esta era, a los humanos, a la Tierra, al universo, al aburrimiento y al hastío que significa la realidad.
Algunas veces, Nico no se cansa del todo en las caminatas y cuando llegamos, quiere destrozarlo todo. No entiendo por qué, y la verdad, no lo he investigado. Tengo la sospecha de que sus ladridos ocasionales y su ánimo compulsivo cuando llegamos a casa, tienen su raíz en la necesidad natural de traer algo muerto en el hocico al llegar a su guarida. El basset no puede apretar mucho la quijada y sus dientes, genéticamente, no tienen la disposición de matar. Ella no lo sabe, ella sólo sabe que tiene genes de lobo y necesita llegar a casa con una presa. Sol ha propuesto que para satisfacer sus ganas de cazar, deberíamos esconderle su comida a la hora de alimentarla. Eso podría funcionar. También funcionaría una rutina de cuerdas o de juguetes que Nico muerda y yo trate de quitárselos.
Me llegó un e-mail esta tarde que dice: “Learn more about your puppy’s prey drive.” Hasta me pareció poético.