La infección empezó en Tunisia, en diciembre del año pasado, enfermando a Albidine Ben Ali. El virus después se trasladó a Egipto y atacó a Mubarak. Unos pasitos más y llegamos al Hermano Gadaffi, en Libia. Las destituciones de los dos primeros dictadores parecen un sueño y el último hombre, que cada minuto pierde control de su territorio mientras exclama que la gente lo ama y daría la vida por él, parece un epílogo. Las tres resistencias tienen como premisa evitar el uso de armas, hacer de la suya una resistencia pacífica y no ceder hasta que el gobierno cambie porque desean mejores oportunidades económicas, mejor educación escolar y una vida más digna. Las tres resistencias, aparentemente, lograron su cometido.
¿Cómo lo hizo la gente? ¿Cómo lograron detener a estos hombres que controlan a sus países a través de la violencia, de un rígido control militar, de limitar las comunicaciones, de crear violencia entre un grupo y otro, de establecer esa línea tan marcada entre el militar y el civil, entre el pobre y el que sí tiene lana? Obama convocó a una cena con los presidentes, los dueños, los grandes creadores y pensadores de la tecnología después de la liberación de Egipto. Ellos tienen un control sobrenatural del mundo. Ellos dirigen ahora dónde va la información y crean herramientas que facilitan su distribución. Resultó que las redes sociales, ese lugar qué tenemos para la granjita, el póker y la caza de tesoros, fueron el inicio y el desarrollo de muchos de estos movimientos. En Facebook, servicios de Google, Twitter, se compartían documentos que insis- tían que el éxito de movimiento era hacerlo de manera pacífica y se compartían las fechas, los horarios y los detalles de cada manifestación. Gente que sin importar religión y status social, respondía la convocatoria para ese fin común, ese deseo por una vida mejor.
Gracias a Internet, ahora los dictadores me parecen unos perros viejos y cansados, que babean y que todavía se visten bonito, como si fueran a dar un paseo en la exhibición donde los hacen saltar arillos y sentarse por los premios. ¿Qué le pasó a los dictadores que aparecen en las películas y que son unos personajes sanguinarios, detractores de la humanidad y enfermos, ya corruptos, por los años de poder que tienen en las manos? ¿Qué le pasó a los titulares de los periódicos de los años setenta, donde se veía lo mordaces que eran estos hombres para tener a su pueblo en cintura? En un libro, hay un dictador que empalaba a sus enemigos y a los traidores. Era un escenario común que este dictador, pidiera que el bastón les atravesara todo el cuerpo y les pulverizaba las entrañas. Este dictador se regodeaba en la sangre de cada muerto, se hacía más fuerte con cada muerto y su nombre de Vlad Tepes, cambió a Drácula.
No digo con esto que me decepcione la ausencia de sangre y los conflictos lánguidos. Al contrario, me entusiasma saber que es posible derrocar a un dictador de manera pacífica. Donde hay voluntad, ya sólo necesitas abrir una página de Facebook y una cuenta de Twitter para iniciar el detonante que habrá de cambiar una nación. Con razón no le resulta raro a la gente pensar que este intercambio binario es una especie de sortilegio, un soplo de magia que con las palabras indicadas puede lograrlo todo. Derrocar dictadores es, tal vez, lo menos solicitado en las búsquedas… cuando la magia también tiene granjas virtuales, fotografías de nuestro próximo amor y los relatos picantes de un anónimo que se hace llamar Gabriela. Para que la magia funcione, necesita haber suficientes creyentes que estén dispuestos a dar su tiempo y derrochar su energía vital a través del monitor y los teclados, de los cables de red y las redes inalámbricas, de las cámaras web y los nombres de usuario y contraseñas.
Ahora que estos personajes han caído, alguien debería escribir el instructivo definitivo para derrocar una dictadura. Qué mejor que aprovechar que todavía tenemos frescos estos sucesos en la memoria del mundo. Debería escribirse antes de que alguien más descubra como parchar o corregir los errores que cometieron esos hombres. Dictadores viejos cuya vida jamás pudo identificarse con los chavitos que vuelcan su vida a través de los medios electrónicos y poseen una pericia de origen incierto que les ayuda a usar las herramientas para destruir lo establecido. Claro, eso cuando no están sembrando tomates digitales que se colectan en cuatro horas. Sí, es hora… alguien debería escribir el instructivo para derrocar una dictadura, para que todos los países que no estén conformes con su gobierno, tengan a la mano un paso a paso de como destituirlo.