- Los arbolitos en hilera son la metáfora de veinte cosas que me dispongo a contarles hoy. ¿Ven? No hay dos árboles iguales, pero conviven en armonía esmeralda mientras los rayos del sol los iluminan, los nutren y los invitan a crecer para alcanzar el cielo. Ninguno de esos árboles logrará llegar al espacio (sideral), pero no les importa. Los árboles soportarán su destino estoicamente mientras observan, el tiempo que puedan, lo que sucede a sus alrededores.
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Quisiera hacer veinte breves todos los domingos. Así como pensaba hacer un martes cachondo, un lunes de reflexión, viernes de carcajadas, jueves de música, miércoles fotográfico y sábados invisibles. Cada día reservárselo a un tema, a un tono de escritura. Aunque me encanta la idea, la poca constancia con la que luego trato los proyectos invita a desistir de la idea y con pruebas contundentes –ocho años escribiendo esta bitácora– me invita a dejar las cosas como ya son: al antojo, al placer, al hedonismo, al impulso. El contenido de este blog se planea con unos días, a veces semanas y muy de repente, con meses de antelación.
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También, alguna vez pensé escribir con varios aliases o seudónimos, para permitir un poco de libertad para las cosas que me niego. Tontas cosas como quejas contra el gobierno, contra el cielo contaminado, contra el tráfico de la ciudad de México y contra la mierda que los dueños de algunos perros dejan en el suelo. La verdad es qué, incluso para las quejas más tontas, prefiero usar mi nombre. Eso de usar seudónimos me da pereza y de las pocas cosas que he usado en mi vida, es que mis palabras y mi nombre no puedan separarse, como un talismán.
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Alguna vez me pregunto si Nico dejará de seguirme cuando voy al baño. Cada que cierro la puerta detrás de mí, puedo ver sus orejotas haciendo un vaivén y sus patas dispuestas a seguir caminando. Termina con la puerta cerrándose a sus narices y luego escucho como se tumba, como resopla y a veces, como llora. Es la papitis, diría mi abuelita, si la perra fuera humana. Al abrir la puerta, Nico está ahí, con los ojos mirando a un piso que se antoja infinito.
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La madurez, dice el niño interior, es tomar whisky mientras escribes. Si esto me sale bien mañana que despierte, seguramente querré tomar whisky cada vez que escriba. Resulta que me desinhibe, diré, y ahora podré escribir todos los pendientes que tengo en la vida hasta morir. Nadie podrá detenerme. En vez de fumador me haré alcohólico, pero de esos alcohólicos silenciosos, que tiemblan ligeramente mientras ven una pantalla y no dicen palabra, pero tienen todo el internet para quejarse. Dejaré de escribir, me quejaré de la vida y con el alcohol, jamás necesitaré seudónimo alguno para quejarme incluso de aquello que no me molesta en lo más mínimo.
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Hoy caminé mientras escuchaba Rachmaninoff en el iPod. Muchas veces escucho música clásica y aún cuando la reconozco porque cuando mi abuela vivía la escuchábamos todo el tiempo, no recuerdo las piezas, los movimientos, el compositor, la orquesta, no recuerdo nada. Tengo una memoria terrible para eso. En cambio, puedo recordar y ligar las palabras de un libro a otro libro, al nombre del autor al menos. Con suerte, puedo conectarlo a una novela, un cuento o un ensayo. Que no me pidan la página, ni la ubicación exacta, porque entonces fallaré miserablemente.
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Cuando salgo a caminar con los perros, me gusta mucho caminar con Killer a mi lado. Es tranquilo y sólo se dedica a caminar. En cambio, Nico es un monstruo de curiosidad que todo tiene que olisquear y de ser posible, comer. Hace unos días, mientras tomaba una fotografía, Nico avanzó unos pasos hacia un lote baldío y una hierba mala. De repente escuché que masticaba algo crocante y ya no quise revisarle la boca. Si te enfermas, te enfermas, le dije en voz alta y ella simplemente inclinó ligeramente la cabeza y siguió masticando. Killer, durante todo ese tiempo, permaneció sentado y en espera.
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Leer 2666 de Roberto Bolaño me está tomando varias horas al día. Que libro tan largo, y que forma de navegar entre personajes y entre lugares. Es curioso notar como escribe como español con los españoles y como escribe como mexicano entre los mexicanos. El personaje chileno, cómo no, también se volvió una delicia. Sin embargo, en “la parte de los crímenes”, casi al final, sentí una tristeza irremediable. Cuando la diputada le promete a Sergio González que estará apoyándolo, como una fuerza invisible, sentí una opresión en el pecho. La furia como el motor para remediar la maldad del mundo.
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Todos los días hago una hora o una hora y media de ejercicio aparte de la hora y media que camino con los perros. Llevo dos meses con eso. Honestamente, no he bajado mucho de peso, pero me siento mejor. Es triste, pero si todavía trabajara en publicidad, no tendría tiempo para esto. Seguiría matándome con cigarrillos, coca cola y horas estáticas frente al monitor mirando la sonrisa de actores, respondiendo teléfonos, haciendo recortes. Horas de espera en los foros del Ajusco, para firmar unos contratos y pensar que la vida sólo es eso, espera.
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La vida, de todas formas, hagas lo que hagas, está llena de esperas. Toda mi vida he buscado la forma de rellenar esas esperas con pensamiento, con lecturas, con juegos, con diversión compleja o superficial. Que la espera no sea espera, sino la hora exacta para dedicársela a otra cosa. Eso es lo que pienso.
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Mi perra, Nico, aún cuando es un cachorro y tiene mucha energía, me enseña el futuro de estoicismo que le espera: Se acuesta en el sillón y me observa con ojos tristes mientras trabajo. Ella no espera, ella simplemente hace lo que debe hacer, ella hace lo que es. Es irremediable, es inexorable. La miro, hago una mueca y pienso que por mi culpa está triste cuando, sencillamente, me estoy proyectando muchos kilómetros en el subconsciente. Mi subconsciente es un mar de tristeza por la historia de mi vida y aún cuando los días son apacibles y contentos, recuerdo que tengo muchas cosas por estar triste y estúpidamente, entristezco.
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Así es la tristeza. Viene cuando quiere.
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Mi mujer se fue de fin de semana a Villahermosa, Tabasco. Este fin de semana viví la soledad poblana, o la soledad cholulteca. Amplias caminatas de amplios espacios, de gente que tiene amplio tiempo y preocupaciones amplias en su amplia vida. Mi única compañía de capricho y de melancolía, fueron los perros a quienes saqué a caminar conmigo. Bueno, Killer descansó el sábado por una diarrea mortal que lo tiró. Incluso le compré electrolitos para hidratarlo un poco. Cuando llegué el sábado en la mañana, encontré que se había cagado por toda la casa y tuve que lavar algunas sábanas, algunos cojines. Nico me lloró como nunca me había llorado e intuí que, tal vez, me extrañaba un poco. Entonces recordé esa primera vez que la conocí, y que con sus garras se agarró fuertemente a mis brazos.
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No querías que te dejara ir, perrita.
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Caminé escuchando a Rachmaninoff en el iPod, también me fui a leer 2666 en un café y paseé por todas los rutas posibles con los perros. Fui con unos amigos a comer en un bufet de chinos y disfruté una de esas granizadas poblanas, que cubren todos los pastos de hielo. Dormí largas siestas por el cansancio que significa viajar y levantarse temprano. Incluso me atreví a actualizar mi tumblr, y leer mis feeds, como no lo había hecho.
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El jueves fui directo a Carrillo Casting para platicar con los amigos de otra vida. También, pensé, sería mi prueba de fuego. Me ofrecieron un par de cigarrillos y decidí no aceptarlos, pero me alimenté como nunca de su humo de segunda mano. Como siempre, me tocó un par de altercados entre uno y otro, por el estrés que significa la entrega, el no dormir, la cantidad de gente allá abajo y las preguntas que se repiten al infinito. El teléfono jamás deja de sonar. Me sentí incómodo de estar ahí, sentí que estorbaba y a la vez, sentí felicidad por estar otra vez ahí.
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Nico se rindió y se tiró en uno de los cojines. Sabe que estas son las horas de empezar a dormir y ni siquiera se pregunta por qué no está en la habitación, donde toda la manada duerme. Envidio a los perros.
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He decidido que mis lecturas abarcarán todo lo que puedan y cada semana, bajo las nuevas entregas de la gutenberg. Cuando termine diez de los libros que he elegido para mi Kindle, entonces elegiré otros diez más al azar a través de calibre (más recomendaciones que me den algunos amigos) y veremos a dónde me lleva el camino del lector. He decidido leer para que lo que escriba esté lleno de riqueza. La lectura lo da todo: vocabulario, experiencias, líneas, epígrafes, momentos, decisiones y estilo. La lectura es la que ayuda al escritor a decidir cuál será su voz, y su experiencia de vida, ayuda a completar lo que falta.
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Hace un par de semanas leí el post de un escritor que consiguió e hizo la lectura de un libro en su Kindle. No recuerdo quién, no recuerdo por qué. Lo que sí recuerdo, es que sintió tristeza de que su libro no fuera de papel para agarrar una pluma y rayar en los márgenes lo que pensaba. Recuerdo que pensé que, pues, el Kindle tiene formas de subrayar lo que estás leyendo (y además… salvarlo convenientemente en un archivo). No sólo eso, también puedes hacer notas y de cada palabra si quisieras. Me imagino a cientos de estudiantes –no sólo de literatura, también de cada disciplina imaginable–, haciendo sus notas a través del dispositivo, mientras que este pobre escritor se lamenta de algo que ya es posible.
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Estoy a punto de terminar “Ernesto Medel contra las vampiras de Polanco.” Me faltan, según el organigrama, cinco capítulos más. (La estaba escribiendo en el blog, pero por azares del destino, decidí escribirla afuera del blog). Es una novela desmadrosa y que se escribió teniendo en mente películas clase B, anti-héroes mamones, el libro vaquero y mundos extraños como el de Fantomás, o el de Tarzán, en mente. Si alguno de ustedes quisiera ser lector piloto de la obra, es momento de alzar la mano. Estimo que terminaré el primer borrador en uno o dos mese y entonces, empezaré a compartir capítulo por capítulo con estos lectores para que sugieran, nutran y de ser posible, cambien radicalmente el destino de los personajes en la obra. ¿Se apuntan?
Postdata.