• La primera imagen que recuerdo de Faulkner, es una portada color crema y roja, y un título en letra de impacto que rezaba “Por quién doblan las campanas”. La silueta roja sobre el fondo crema me hacía pensar en la sangre. Traté de visualizar las campanas doblándose y así fue como descubrí el ruido. El verbo que aparentaba ser otra cosa provocó una vibración y, años después, felicité secretamente al traductor. Ese fue uno de mis primeros juegos literarios en los que me vi involucrado como lector.

  • En mi camino como lector descubriría la precariedad de mi memoria y que mi recuerdo era un verdadero insulto para ambos escritores. “Por quien doblan las campanas” era de Hemingway. El libro pertenecía a la biblioteca familiar, así como otro libro con una portada similar: “El ruido y la furia.” Lo que creía que eran campanas eran cañones. Ah, la memoria: ese artificio tan engañoso.

  • Años más tarde, un viejo inglés me daría clases. Collin nos diría, mientras sonreía como un zorro y sus ojos azules brillaban, que los únicos americanos que sabían escribir eran Hemingway y, tal vez, Faulkner. Los otros no valen la pena. Dos minutos de silencio, prendería un cigarrillo y luego agregaría, mientras acariciaba con sus manos los primeros ensayos que le entregamos, que esperaba no hubiéramos escrito idioteces.

  • Un semestre más tarde, Collin nos daría a entender que “Absalom, Absalom!” era un libro difícil para nuestro nivel como estudiantes de inglés, como lectores, como críticos literarios, como aspirantes, como curiosos… y que la única manera de comprenderlo era leerlo, sin detenernos en el diccionario, procurando escuchar las voces, leerlo en voz alta y qué después, ya que tuviéramos un mejor nivel, hiciéramos una relectura de la novela y analizáramos las oraciones complejas… una por una. Con ello no solo entenderán a Faulkner sino a un buen puñado de escritores.

  • Numerosas entrevistas, artículos, ensayos que no tuve la delicadeza de subrayar, durante muchos años de carrera literaria, de lector curioso y de escritor novel, me hicieron entender que Faulkner se convirtió en una lectura esencial para los escritores del boom latinoamericano y algunos lo consideran un pilar de ese momento. En algún lado me parece leer que Rulfo y sus fantasmas encuentran en Faulkner un hermoso ejemplo a seguir. Escucho también que García Márquez, Vargas Llosa y Onetti agradecen las voces caóticas de Faulkner. El invento del stream of consciousness: un estilo que da riqueza “ilimitada” a la obra y que se convierte en un juego supremo donde lector y escritor luchan uno contra el otro.

  • Otro día leo la biografía de Faulkner en mi Antología de Oxford. O tal vez fue en una página de internet. O tal vez me la susurró algún diablo. Faulkner cenaba con un grupo de amigos y cuenta que fue piloto de guerra. Narra con detalle los vuelos qué hizo, los enemigos que derribó y las veces que estuvo a punto de perder la vida. La verdad: a Faulkner le negaron la entrada al ejército. La biografía añadía una pequeña pregunta: ¿Deberían condenarse sus mentiras o le debemos a esas mentiras que hayan modificado el rumbo de la novela para siempre?

  • La solapa del libro de Faulkner que vi cuando era niño, tenía una fotografía de él. Era un hombre que me parecía clásico y muy serio. Tal vez con un poco de color podía compararlo a Alec Guiness.

  • En otra clase, escuchamos la de cajón: García Márquez volcó el resultado de su lectura de “Absalom, Absalom!” en “Cien años de soledad”. El profesor se quedaría callado un instante, meditando, mientras acariciaba su copia de la novela de Faulkner. Rompería el silencio con la siguiente frase–: Al final, ambos escritores eran lectores de la Biblia. En ambos se puede apreciar un camino de generaciones, de lugares que se encuentran, de incesto y traiciones, de costumbres qué llevan a la destrucción, al pecado y que niegan la redención. Pensé: No importa que sea agnóstico, debería leer y releer de vez en cuando la Biblia. La Biblia me ayudaría a descifrar el enigma.

  • Cuando leí la biografía de Faulkner y descubrí que era un mentiroso, solté el papel y prendí un cigarro. Menudo imbécil, pensé, ¿Debo ser un mentiroso para entenderlo, debo mentir para escribir tan bien como él? Miré su fotografía y busqué en su rostro una confesión a su vida de mentiras. Me lo imaginé mintiendo en voz alta y hablando en distintas voces, como tanto había escuchado de sus libros. Recordé fragmentos de sus textos, me fumé el cigarrito en silencio y durante años preferí olvidarme de él. Mejor que me lo cuenten en clases.

  • Hace una semana, fui a una cafetería y llevé en mis manos una copia electrónica de “Absalom, Absalom!”. Las voces del café dejaron de importarme. Sutpen y el Abuelo estaban hablando. Leer era navegar entre niebla espesa y escuchar voces que escupen imágenes, encuentros, deseos no cumplidos, manos negras que aparecen, negros que destruyen el inglésa, incesto no consumado, -a punto de-que ya pasó, que ya transgredió. Abre comillas, abre paréntesis que nunca terminan y entrecierro los ojos, buscando el rostro del personaje que está hablando. Entiendo con tristeza la futilidad de mi primera lectura y qué, eventualmente, regresaré al pueblo sureño, como si quisiera arreglar mis propios recuerdos y no los ajenos, no los de unos personajes, los de un mitómano que se hizo escritor. Lo leeré de nuevo, pero no con calma, solo los lectores pusilánimes leen con calmita… Faulkner es un talismán para lectores furiosos.

Publicado originalmente en guardagujas: https://issuu.com/jornadags/docs/guardagujas30