Cuando camino, pienso en esos dos nombres: Boris Santiel y Carlos Böhrs. Ya había escrito de ellos, hace años, y además lo hice con otro nombre. Me gusta escribir (y pensar) como si fuera otro (como si fuera ellos). Es agradable imaginar la posibilidad de que este mundo existe en una línea alterna de tiempo, de espacio. Universos idénticos que corren como simulaciones en las computadoras de seres infinitos. El código binario de este mundo corre junto a otros mundos, en otras computadoras, cientos de monitores encendidos. Los seres infinitos beben su refresco y comen palomitas, mientras hacen chistes y apuestas: “A ver quién explota primero”.

(¿Existirán los seres infinitos? Ah, qué nombre tan descuidado, les llamo infinitos porque me imagino deben ser tan grandes que son imposibles de mirar. Imposibles, sí, pero lo estoy intentando. No cabe duda que la imaginación está atada a las experiencias, a las imágenes que ya arrastramos con nosotros. Si pudiera atravesar esa línea, si de verdad pudiera ver a los “seres infinitos”, probablemente me volvería loco. Muerte por explosión de cerebro. Incluso el destino imaginado es de lo más común. No hay de otra).

He escuchado mucho de Boris estos días: los libros que ha escrito, su timidez, sus lentes de pasta dura, como nunca sonríe, como le tiemblan las manos cuando se acerca una muchacha que le gusta (y pobre, casi todas le gustan). Boris tiene gatos y vivió toda la vida con su padre, un hombre viudo que difícilmente lo aprueba. Boris, si me conociera, me despreciaría sin importar que somos casi hermanos. Aún cuando nuestro número de registro tiene una diferencia muy pequeña (el número inicial que indica en qué mundo alterno existimos) en las computadoras de los infinitos. La fascinación de los sosias empieza con la similitud de sus rostros y termina con la diferencia de caracter.

(Encuentras a una persona que podría ser tu hermano, o tu reflejo. Lo primero es fijarse si es un espejo de tus movimientos, luego te fijas en su ropa, en sus modos, en su voz, en sus muletillas. En el fondo hay una breve esperanza de que sea como tú y que compartan las mismas cosas. Una esperanza ingenua de, finalmente, encontrar con quién hablar todos esos temas prohibidos que ni con el amor de tu vida, ni con el amante. Tienes la esperanza de que el cuerpo duplicado no permita fragmentarte en pedacitos que corren por todas partes. Quieres alguien como tú para que hablar solo no sea doloroso. Un lugar vivo, hecho carne, donde depositar todas esas obsesiones, esas perversiones, esas dudas. Ah… pero el reflejo se mueve, el reflejo hace lo que quiere, al reflejo le gusta la vainilla en vez del chocolate, y el reflejo usa tenis converse en vez de vans. El reflejo se ríe de ti cuando le confiesas algo y correspondes, hiriente, cuando timidamente murmura lo que estaba escondiendo tras esos ojos verdes, en vez de castaños).

Fisgando la vida de Boris, sueño con que no es ficción y que puede ser, sí, ¡Puede ser! Si pudieran copiarme al otro código, del otro mundo, podría tocarlo con mis manos. Claro… fisgar no dice mucho, es apenas un inicio. Si pudiera palmearle el hombro, llamarle por teléfono, escribirle una carta… lo invitaría a qué escribiera conmigo. A él primero, luego a Carlos, luego a otros. Tal vez al menos comparten eso conmigo: Ganas de jugar a descubrir las diferencias.