Escribes de los otros en la máquina. Me sorprendería que, en vez de otros, escribieras de nosotros. Ya encerrados en la hoja nos dedicamos a vivir este momento eternamente. No hablamos, nos miramos. El silencio y la madrugada me hablan de eternidad, ¿qué quieres? No todo puede quemarse en fotografías, en video o en la grabadora donde a veces cantas y te emocionas.
Fisgas hacia mí. Piensas: ¿qué se trae la vieja? Lo sé porque conozco esa mirada. La he visto muchas otras veces cuando escogemos de quien burlarnos en el metro. La hora que tardamos en llegar a la casa decide nuestro juego caprichoso. Nos quedamos despiertos un buen rato, entre murmullos y risas discretas. No querríamos que el tiempo se consumiera en silencios o en cansancios. Qué tontos porque todo ese tiempo que pudimos aprovechar en dormir lo relegamos casi al final del viaje. Recargas tu cabeza, tu respiración tranquila. No te duermas, digo, tienes el sueño muy pesado. Luego yo duermo recargada sobre tu cabeza. Par de tontos.
No digo nada. Estoy sentada aquí para mirarte. Tiene tiempo que no viajamos juntos. Te extraño, quiero decirte que te extraño. Mis labios se crispan y no digo nada. Te preguntas si habré de regañarte. ¿Imaginas lo que te nunca te dije? Son las tres de la mañana, niño, y te pusiste a darle teclazos al monstruo aquel, hay gente que trabaja mañana. Párale. Sigues mañana. ¿No escuchas como se distribuye el eco? Me sonrío triste. No alcanzas a mirarme por vigilar la hoja. Sonrío muy triste. No digo ni lo uno, ni lo otro. Miro al suelo.
Entrecierro los ojos. Mi respiración se confunde con el sonido de tus teclas. Comienzo a soñar. ¿Te imaginas –sueño que pregunto–, que estés escribiendo de nosotros y este momento se repita eternamente? La segunda consciencia del sueño insiste que eso no pasa, que afuera te encuentras fisgándome, con los dedos distribuidos en la máquina, no deseas hacer ruido para respetar el sueño de la vieja. La tercera consciencia somos nosotros, mirando a través de la ventana del metro, como la vieja y el nieto se observan, y no se dicen nada, sólo piensan una multitud de cosas: Es un regaño, es el tiempo suspendido, es la admiración, es el extrañamiento. No se dicen nada. Par de tontos. Nosotros nos burlamos de nosotros. De los otros. De ti, de mí.
Abro los ojos. Tus manos están en las mías. Me voy a dormir abuela, dices, perdóname por hacer ruido. No digo nada. No te disculpes, hubiera dicho, pero estaba pensando en el sueño. Escucho como te vas a dormir. Te despides, siempre te despides. No te vayas, digo, acompáñame mañana, pero ya te fuiste. Me levanto, me acerco a la máquina donde escribiste. La hoja estaba en blanco. ¿Entonces que fue ese ruido? Par de tontos.