La costumbre de mirar por la ventana de mi oficina hacia el Popocatépetl en busca de inspiración, se ha visto interrumpida por dicho volcán, cuando se le ocurrió aventar unos cuantos escupitajos al cielo. Desde hace unos días, un gris necio opaca el cielo. No se ve más allá de ciertos edificios y cierta extensión de lotes baldíos. Además siento que no puedo quedarme sentado aquí mucho tiempo o mi cuerpo acumulará ceniza hasta volverse de roca.

Mi patio está cubierto con películas y películas de polvo, las plantas de mi jardín, mis perros parecen golems, los cactos de la ventana gozan su paulatina transformación en piedra. Me sonrío. Contemplo la posibilidad de que este es el castigo por convertir en inspiración uno de los más grandes enigmas naturales. Esta es la certeza: somos ceniza en los pulmones, en el rostro, en el cuerpo. Podemos formar la hermandad de los Cara-Gris.

Sin embargo, a riesgo de convertirme en una estatua, no puedo levantarme de aquí porque es muy importante felicitar a Guardagujas en su número cincuenta. El tiempo y sus números, al igual que la ceniza de la montaña humeante, se acumulan rápidamente. Desde que vivo tiempos de paz, exiliado en la fabulosa Cholula de Rivadavia —que nombre tan rimbombante para una tierra tan suspendida en el tiempo— la acumulación de granos de arena son demasiado descubrimiento. Cincuenta números después aquí seguimos, en esta habitación de humo, buscando historias para llenarla de imágenes, de voces, de murmullos ajenos o de recuerdos falsos.

Pronto el teclado dejará de funcionar, el ventilador de la computadora que utilizo tiene riesgo de atascarse, los monitores dejarán de emitir luz y toda imagen será bicromática hasta, gradualmente, ennegrecer. Mis libros atrapan microscópica ceniza entre sus hojas, curioso, los libros ahora contienen entre sus letras de tinta algo de fuego verdadero y natural. Miro a la ventana y no me sorprende la constancia de unos trabajadores necios, opacos, que siguen construyendo un edificio a unos ochocientos metros de aquí. Antes me lamentaba porque su conjunto pronto me tapará la vista del volcán. Ahora, con la ceniza entre las arrugas, pienso que no es tan malo. Entrecierro los ojos. ¿Dónde está el volcán?

Aprovecho pues, por ser el número 50 de guardagujas, en ofrecerles la primicia de la ceniza. El Popo, pienso divertido, se ha convertido en un ninja. Muy apropiado para la columna: Expulsó con fuerza sus bombas de humo y aprovechó para desaparecer. Ya no solo es la habitación de humo, pero Cholula de Rivadavia de humo, y México de humo, y el mundo de humo. Cuando esto se disipe, no me sorprendería ver que ha desaparecido. La inspiración es el truco que la naturaleza me está enseñando. Nublar la habitación, tronar los dedos y desaparecer. El Popo es un viejo titán, un mago muy sabio, ya es un especialista en el truco. Sospecho que dejará un espejismo en su lugar para que nadie se dé cuenta. Pueden citarme en eso y confiar, ya que soy testigo en segunda fila.

Hace rato me asomé por la ventana. Las tejas de mi casa son grises en vez de rojas. En la mañana me bañé, mientras el agua fluía y caía manchada por el drenaje, pensé: ¿Para qué bañarse si todavía no termina? Huele a quemado, huele a volcán. Desayuné y mordí pequeñas piedras en el huevo, en la salchicha. Tomo café con azúcar y ceniza, aunque sabe rico, está un poco espeso para mi garganta. Escribo para el cincuenta de guardagujas pero no aseguro que todo sea mío, porque unas partículas de polvo que asemejan letras aparecen y se graban en el texto. ¿Me pregunto si podré enviar el e-mail con la columna o si estará demasiado pesado para las palomas mensajeras y binarias que trabajan incansablemente mandando todos esos mensajes, esos correos, esos pedazos de comunicación tan inevitables en la época de este mundo?

Antes de que mis dedos se petrifiquen quisiera aprovechar para felicitarnos a los escritores, lectores, fotógrafos y chaneques que participamos en esta publicación. Me da gusto colaborar junto con buenas letras. Me gustaría decirles de cierto que la ceniza no puede difuminarlo todo, pero en este momento parece particularmente mentiroso y deshonesto. Si sobrevivmos a los embates del Popo, espero que nos veamos en el 75, en el 100, en el 125 y en el 200. Quien sabe, tal vez para ese tiempo, estaremos convertidos en estatuas que siguen compartiendo, a través de miradas estáticas, toda la alegría de un tiempo suspendido.

Publicado originalmente en guardagujas.