Los sacos de arena, según le dijeron, retrasarían el descubrimiento de mi cuerpo. Estos absorberán los olores y además, detendrán tu espíritu en esta casa el tiempo suficiente para que jamás puedas irte. Así pagarás tu deuda mil veces bribón, granuja, hijo de puta. Un mar de lágrimas. Luego salió de la casa, cerró la puerta con llave y me dejó.

Supongo que tiene razón.

Los niños vecinos juegan afuera. Mi cuerpo, translucido, se acerca a la ventana para verlos y escucharlos jugar. Son mi único entretenimiento. También algunos chismes del vecindario, pero luego se me pierden algunos capítulos y es frustrante. Es como si te perdieras cinco episodios de una serie consistente, de largos arcos. Además dependo que los vecinos estén cercanos a la casa para “poder escuchar” algo, si no es así, entonces escucho ruido blanco que luego, durante las noches silenciosas, me dedico a transcribir en mi cabeza para tratar de comprenderles.

Las historias de fantasmas, luego me animo, deben tener asomos de verdad, deben ser una teoría, un manual de comportamiento para ese otro plano astral. Cuando muera, soñaba, podré viajar a todas partes mientras soy una nube ectoplásmica, sin pasado, sin peso, sin ataduras al mundo físico y las tonterías que surgen de él. Luego hago pequeños ejercicios con los pequeños objetos de la mesa. Trato de empujar el salero, el servilletero, los restos de la última comida. Sirve para nada. Tal vez deba enojarme, me animo, como hacen en las películas, si me enojo lo suficiente tendré la mala vibra para mover las cosas. Ojalá tuviera un cigarro, deseo y apenas se le puede llamar deseo, porque… no sé, ya no puedo enojarme, antes era tan fácil, ¿la furia será cosa hormonal, un ánimo sanguinoso que cambia el mundo, los mundos?

¿Antes? Pierdo la memoria. Recuerdo pedazos de quien soy y lo poco que recuerdo, apenas sirve en mi condición. No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquel día. ¿Estoy condenado a no registrar memoria porque perdí el cerebro? No, me digo, porque todavía soy capaz de razonar las cosas. ¿Lo soy? Razonas historias de fantasmas y tratas de aplicarlas a tu vida diaria. Estúpido, murmuro, eres un estúpido… Hey, tal vez alguna puerta se abrirá en algún lado, tal vez una luz iluminará el techo y me llevará al otro lado, murmuro y murmuro sin tono definido, como si también la autocrícita se hubiera perdido en las grietas de la casa, en el polvo de mi cuerpo, entre las maderas de la mesa y los mosquitos de fruta que se alimentaron con mi cuerpo.

Camino hacia mi cuerpo. Que vista tan horrible tendrá el primero que logre entrar a la casa. Es lo primero que se ve. Los sacos de arena alrededor de la silla donde descansa mi cuerpo. Mis manos están atadas. Mis dedos, mi cuello, mi pecho descubierto, están lleno de pequeñas cicatrices. Mi cuello atado, rígido, al respaldo de la silla. Mis labios y mis párpados están cosidos con hilo negro, grueso. A veces me pregunto si el estado de mi cuerpo tendrá que ver con mi falta de sentidos, mi falta de percepción y deseo. Quizás si mi cuerpo no hubiera sido torturado, podría salir de la casa y abandonarme a los caminos del viento. Visitar Francia, Egipto, Turquía, Japón. Me acerco a la ventana. Admiro los niños que juegan con una pelota. Les susurro, les hablo, les grito y alzo las manos para tratar de golpear el cristal. No sirve. ¿A quién quiero engañar? Los niños no voltean, se ríen, se entregan al juego y, suspiro, pienso que soy afortunado, dejó las cortinas un poco abiertas. Quizás mañana alguien sepa que aquí estoy.