Ulises todavía es pequeño. Lo compraron por un sueño de que cinco pesos se convertirán en un cacto enorme. También porque, su comprador, se imagina como el personaje que compra cactos en el poema de Matthew Sweeney y cree que su acumulación pondrán un filtro de espinas a todo lo que extraña de su vida anterior (porque lo extraña, ¿qué clase de monstruo sería si no?).
Ulises recibe agua dos veces a la semana. Le dan la mitad de un vaso pequeño. Descansa en el borde de una ventana, junto a Carver (la palmera de Madagascar), y todo el día mira hacia el horizonte que termina más allá de los edificios con el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. El cambio de maceta le hizo bien. Creció de manera significativa casi de inmediato. De ser un cacto que sobrevivía en la mitad de una lata de Coca Cola, ahora es livianamente amenazador y ofrece un contraluz interesante cuando el sol se mueve a las tres o cuatro de la tarde.
Su dueño, durante los primeros días, leyó para Ulises fragmentos de la Odisea en voz alta. Escuchó fragmentos del engaño de Polifemo, del viaje al Inframundo, de Circe y los hombres cerdos. Ulises adquirió un intenso deseo de viajar por todo el mundo y conocer a todos esos personajes, ignorante de que es imposible encontrarlos como se los imagina. Eso tampoco importa demasiado. ¿Qué clase de monstruo sería si desprecia el prospecto del viaje y se entrega solamente a buscar la meta? Comprende, de manera básica (y probablemente, la manera básica es la mejor manera) la importancia del movimiento.
Ulises tampoco es tonto, sólo joven. Los días que observa el movimiento del sol y de las nubes (pues otra cosa no tiene que hacer), es el inicio para comprender una cosa muy sencilla: La quietud vegetal es engañosa. ¿Acaso no está creciendo y tomando más de la maceta para expanderse? En su lugar, nota que el transcurso del día en sí es un viaje: las sombras, el viento, la ceniza que expulsa el volcán, el tiempo, las construcciones que hombres hacen allá adelante. En su lugar, cuando presta atención, nota que las cosas crecen o cambian o disminuyen, igual que él. Otra manera de viajar el tiempo, deduce, es entregarse a su transcurso con la fluidez de un río en la calma.