Oigo una conversación entre Agustín y Bob, un cacto que sí puede hablar. Son muy discretos: El hombre acerca el rostro hasta que casi las espinas de Bob rozan su mejilla y el cacto le responde a Agustín sin disminuir la voz. Él no tiene temor de que los descubran. Agustín mira por encima de su hombro pero no hay nadie, sólo los perros que dan vueltas por el jardín y que lo marcan, como siempre, como una obligación importantísima, todos los días, sin falla, en los mismos lugares. Cuando llega su esposa evita acercarse al cacto y el cacto simplemente duerme.

Ese día, más tarde, Agustín sube a su oficina, enciende un cigarrillo y nos echa un poco de agua. Habla conmigo y con Carver, pero lo hace todavía con más reservas, como si él supiera que nosotros no podemos responderle. Nos habla en el mismo tono con el que habla con los perros, aunque los perros responden más cuando le ladran, cuando alzan las orejas o cuando simplemente levantan la cabeza en reconocimiento a la voz del amo y finalmente resoplan resignados. Tiran el hocico vencidos a la comodidad de algún cojín cuando comprenden que lo suyo no es el lenguaje humano.

Si pudiera hablar con él… Primero me gustaría quejarme por mi nombre: Ulises (el nombre de un viajero), cuando sabe que estoy condenado a la maceta, a las piedras, a las raíces. ¿De verdad cree que puedo viajar con sus viejas anécdotas, con sus lecturas en voz alta que debe compartir con alguien que no le responda? Apenas. Me gustaría más conseguir piernas. Me encantaría aprender, como lo hace Bob, el truco de saltar con la maceta por todos lados en la casa. Bob desperdicia su talento, se la pasa dormido, habla de que no quisiera perderse de nuevo, de que ya no tiene la voluntad para redimirse. ¿Será que Bob no es un cacto, será que no nació cacto? No me sé su historia. Vinieron a esta casa ya con el pasado bien cicatrizado y no desean recorrer la cicatriz con las manos a riesgo de abrirla, de infectarla y ver de frente la muerte. No es que me interese saber. Simplemente… sería agradable escuchar otra cosa que murmuros en vez de largos párrafos de lugares envidiables y que jamás podré visitar.

Ojalá tuviera el valor de contarme una mentira. Ya me la saboreo: Mañana te conseguiré unas piernas de madera para que vayamos a caminar, conocerás Cholula y la gente se asombrará. Te presentaré, aunque sabemos no es cierto, como el primer cacto caminante de toda la República. Caminaremos entre indigentes, bochos de color rojo, vendedores ambulantes, pepenadores, perros callejeros que amenacen con orinarte, monjas de todas las órdenes porque sabes, ¿sabes? hay cientos de iglesias en este lugar donde vives. ¿Te imaginas? Entraremos a una de estas iglesias y te ofrecerán asiento. Acariciarán tus espinas sin miedo a sangrar porque pensarán, ojalá así me mintieras, que eres el nuevo milagro de Dios.