¿Todavía existe el rock mexicano? Que chistosa pregunta, es como preguntarse: ¿Todavía existen los hombres de verdad? (Citando libremente a Aquiles Serdán). Paso la tarde escuchando a La Castañeda y a la Cuca, tal vez más tarde ponga a la Maldita, al clásico de viejos Café Tacuba, quizás Molotov, Resorte, Jumbo y un puñado de nombres más, nacidos en los ochentas, que nos rescataron de la apatía noventera… pero el rock mexicano, ¿aún existe? ¿Actualmente quién da los chingadazos con la guitarra? ¿Quién habla hogaño de la Malinche, de la vida pinchona, de los chafiretes y de los trolebuses? ¿Quién nos hace prender el cigarrillo mientras movemos la cabeza hipnóticamente adelante y atrás, y levantamos los brazos en protesta por el mal gobierno, por la revolución jodida, la conquista española y estas ruinas en que nos hemos convertido?

En estas etapas electorales se me ocurre que hace falta rock mexicano, rock del viejito, guitarrazo desmadre y diversión. Un botellita de Jerez, por ejemplo, un blues del Tri, pero que no sea el Tri, ¿dónde están los chavos disidentes que tratan de abrirse paso en el MySpace, en el last.fm y consiguen diez mil descargas en un día? ¿A poco ya todo es música para maricones? Y no me malinterpreten, maricones para mí son todos esos delgaduchos debilones que usan cremitas para oler bien (en vez de perfumes, en vez de HUGO BOSS como los machos), que combinan sus tenis morados con sus jeans negros y sus accesorios, que se afeitan y depilan las cejitas y contratan dermatólogos para alisarse la piel. Los maricones son como muñequitos que traen sus camisas a un pecho liso abierto y usan rosarios de colores que hacen juego con sus gorros, y sus ténis converse, y sus anillos dorados.

Quizás ya estoy en esa edad donde agradezco los putazos de la infancia y miro a los niños crecidos de hoy, adultos buenos y derechos de veintitantos años, que juegan su adultez con sus deudas de tarjetas de crédito y se compran su skyy vodka para compartirle a las muchachas, y se emborrachan felices, sin otras cicatrices que chocar con un poste por no ver dónde caminan por estar pegados al puto celular, al puto ipod o a su blackberry de fundas moradas. Quizás ya estoy en esa edad donde me cuesta trabajo tomar en serio a las ovejas nacidas en los noventa porque, pues… sí, porque nacieron en los noventa y diez años de vida encabronada pesan, y quisiera agarrarlos a cachetadas, darles una patada en el culo y preguntarles, con los ojos enrojecidos y las mejillas hinchadas: “¿OYE CHAVO, DÓNDE ESTÁ EL PUTO ROCK, DÓNDE?” y mientras susurren, pidan, rueguen “señor amarguetas, por favor, ya no me pegue señor”, levantarlos de la camisa y, como en una película ochentera, con un riff de Iron Maiden, de Helloween, o de la Casta pues, decirles: “El rock está en tu corazón chavo, está en tu corazón”.