No sólo para Padre Taxi pero también para el blog en general. Desde hace tiempo (quizás un año), dedico unas horas a la semana para editar las entradas y verificar formato, fotos de presentación, y otros detalles estéticos. Cambiarse de nombre fue lo fácil, los desastres vinieron después. He arrastrado muchos problemitas por ahí: Se rompió el markdown, las primeras fotos las puse en el servidor de picasa en lo que arreglaba otras entradas, y un par de cosas más en la lista. Quisiera darle más tiempo, pero la edad y la vida me alcanzaron.

Prefiero hacer otras cosas. Prefiero escribir en el mundo de afuera, por ejemplo. O de repente me caen trabajos a los que le dedico semanas o meses enteros, y me quedo sin tiempo para prestarle la atención necesaria. Podría hacerlo durante una hora al día, pero tendría que quitarle a Nico su paseo diario y eso es algo que, simplemente, para mi lotófago orejón, es inaceptable. Trato al menos de trabajar una página del blog a la semana pero, a la fecha, son 210. Sería un trabajo de cuatro años más lo que se acumule. Vaya.

La cosa con Padre Taxi (y ese poco de amor que le ofrezco) es que… es mi primera novela terminada. Por eso siempre la querré, y también por eso mismo la despreciaré. En futuro y en presente. Es un texto obviamente joven y cursi. A pesar de ello, tiene muchas cosas que eventualmente he ocupado para otros cuentos, otros textos, otras líneas. Hay personajes en él que todavía exploro (visito, como un espectador ajeno, oculto en las sombras, dudoso de lo que veo, quizás otra cosa interfiera y no sea el personaje, sino un espejismo), mientras estoy tomándome el café, encendiendo el cigarrillo. Me pregunto, como uno se pregunta de los amigos abandonados, qué estarán haciendo. Definitivamente, Padre Taxi me recuerda cuando escribir era un gozo salvaje, menos meticuloso, una explosión a la imaginación y dejarse ir, caer en el abismo de escribir una novela como un trabajo obligado y diario. Es un homenaje a todas mis lecturas sencillas y tempranas de un lector sencillo y temprano.

Hay días que me gustaría negarla pero también hay días que la acepto tal como es. Negarla sería quitar un ladrillo de lo que me trajo aquí. Aún cuando me avergüenzan sus detalles de redacción, sus formas de tratar al lector como tonto, los dos capítulos donde no pasa nada mas que una glorificación absurda de los personajes y sus motivos, su manejo irresponsable de la muerte, de los fantasmas, de los animales como fábula. Tengo derecho a odiarla, a criticarla y a despedazarla, así como tengo derecho a después arroparla, acicalarla y regresar a ella, como una bola en la cadena inevitable, inexorable tal vez, y amar ese hilo invisible que nos une.

Todavía me da pena cuando releo algunos capítulos y encuentro los más simples errores de redacción. Curiosamente con Taxi no hago lo mismo que otros textos, revisarlos, arreglarlos en paz y en calma, y seguir con la vida. No me permito. Lo dejo, así de terrible, tal cual es. En un par de años espero darle su peinadita, su pulida, quizás sacar una nueva edición, quizás reescribir capítulos enteros, quitar personajes, quemar el circo para las vidas pasadas (un homenaje al tedio de escribir para que los personajes no se quedaran callados). Es pedir demasiado. Hay mucho más que escribir, mucho más que está en el cajón y exige búsqueda. Ojalá tuviera tiempo para todo ello. Mientras tanto, espero que baste con este poco de amor que le ofrezco, una ofrenda sencilla para seguir nuestra vida juntos, en paz.